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22 de Mayo 2006

La cantidad (4)

Poblado de Santa Rita, Honduras. Noviembre de 2005.

Los habitantes de Santa Rita son menores de edad o ancianos borrachos. O piedras o perros famélicos. Es casi lo único que se mira por estos lugares. Los hombres jóvenes están en los Estados Unidos. Las mujeres jóvenes están en las cosechas de café. Las niñas se quedan a cuidar a sus hermanos, sean más grandes o más pequeños que ellas. Y los ancianos se quedan a tomar. El viejo ebrio que me ha acompañado hasta aquí y que ha prometido llevarme a La Entrada quiere cambiar de repente su propuesta, intentando sacarme más dinero:

-Si tú no quieres irte hoy, yo tengo una casita aquí.. te hospedo en un apartamento.

-Gracias, pero necesito viajar ahora.

Después de caminar un rato localizamos a su yerno, propietario de la camioneta en la que viajaríamos. Hacemos las negociaciones y vamos a cargar gasolina. Por supuesto, será el yerno quien conduzca.

Mientras esperamos a que se llene el tanque el viejo saca de su bolsa unos frutos redondos que me emociona reconocer. “¿Cómo se llama lo que está comiendo?” le pregunto. El viejo intenta recordar, pero parece que la borrachera no le alcanza para proezas memorísticas. De repente sus ojos se iluminan; está a punto de decirme el nombre de los frutos pero su yerno lo interrumpe para preguntarle por el olor que hay en el auto. “Es que traía una botella, un envase en el pantalón y por los movimientos se me vació”. Desde el principio, el yerno ha estado visiblemente molesto con el viejo, debido a su notable borrachera:

-Ya no debería beber... hay que ir al grupo de alcohólicos.

-Pero si nadie está consumiendo nada... sólo lo traía ahí de reserva...

Y me quedo con las ganas de saber cómo le dicen a las huayas en este pueblo.

Viajamos durante treinta minutos hasta que en cierto punto nos encontramos con un retén militar que nos detiene. Un soldado se nos acerca y nos informa que no podemos seguir, que la carretera ha sido tomada por manifestantes.

-¿Ya nos jodimos entonces?- pregunta el viejo.

-Hay que regresar- contesta inflexible el soldado.

-¿Son los de Lempira?

-Sí, los mismos de Lempira

-¿Y andan con flechas?

No, con flechas no. Sólo machetes y palos. Pero los miembros del ejército caminan entre los manifestantes, así que supongo que no hay mucha tensión al respecto. ¿O sí?

El anciano y su yerno se quedan en silencio, como pensando qué hacer. Yo me bajo de la camioneta y les digo que regreso en un par de minutos. Quiero escuchar lo que dicen los manifestantes. La mayoría son hombres jóvenes, aunque también hay algunas mujeres. Cuando llego al grupo principal y me dispongo a escuchar a quien parece el líder, alguien me toma del brazo y me aparta. Es un conocido de Santa Rosa.

-¿Qué haces aquí José?

-Me quedé atrapado también

- ¿Y qué hacemos?

Me explica que a un lado de la carretera, al entrar al monte, existe un camino alternativo para llegar hasta La Entrada. Mientras caminamos de regreso a la camioneta me explica que los manifestantes han tomado la carretera para solicitar la construcción de... una carretera. No es la primera vez que lo hacen, pero el bloqueo de hoy parece tener connotaciones más serias, pues la gente no piensa moverse hasta que el gobierno envíe la maquinaria de construcción. Así que están preparados para una larga espera. Al parecer esta decisión no se tomó por consenso, pero uno de los líderes más radicales, un sacerdote vestido de civil y con paliacate en la cabeza, tomó la iniciativa y movió a la gente. Era él mismo quien se encontraba animando a los inconformes, megáfono en mano, e invitándolos a comportase de manera “civilizada” para que no haya que lamentar “pérdida de vidas”. Alrededor del grupo de gente, los vendedores ambulantes ofrecen pollo frito a veinte lempiras. Parece que el plantón va a durar un rato.

José sube a su camioneta y me hace una seña para que lo sigamos. Yo regreso con el viejo y su yerno y les explico. Les ofrezco cien lempiras más para convencerlos y aceptan. Podría seguir el camino con José pero él mismo me advirtió: El camino no es bueno y puede que su vehículo se detenga.

Entramos por lo que parece un vertedero de basura y luego directamente a un camino de terracería en medio de la vegetación. Efectivamente, el camino no es bueno. Iremos rebotando durante aproximadamente dos horas. Pero avanzamos apenas un kilómetro y nos topamos con una hondonada de profundidad considerable. La camioneta de José se ha quedado atorada, intentando pasar. Así que su predicción se cumple y sin más remedio se sube a nuestro vehículo.

“No se preocupe, nosotros traemos una Toyota” me tranquiliza el anciano. Le pregunto a José que pasará con su camioneta. Se inclina de hombros y me dice que de todas formas no está registrada ni a su nombre ni a nombre de su trabajo, sino que es propiedad de la embajada de Japón, que apoya proyectos sociales en Centroamérica. Y que cada mes pierden al menos un vehículo por razones similares.

Menos mal.


*******************

Durante la primera hora del trayecto el anciano y su yerno se enfrascan en una discusión bizantina sobre los alcoholes y sus consecuencias. El yerno se suelta con una perorata didáctica que seguramente adquirió en las sesiones de alcohólicos anónimos; discursos que me sé de memoria:


-Imagínese que hay gente que se embola(1) y que va a dar al presidio porque mató al hijo, mató a la mujer o a cualquier persona, y cuando está en el presidio todavía no cree que él que hizo ese daño. Porque el güaro(2) duerme el sentido de conciencia. Nosotros tenemos sentido de conciencia y de inconsciencia... por ejemplo, yo digo, bueno, voy a salir pelado a la calle, sin camisa. El sentido de conciencia me dice, nombre, qué vas a hacer pelado a la calle que te vea la gente. Pero a vergas sí lo hago, porque el sentido de conciencia lo tengo dormido...

El viejo interrumpe para dar la nota informativa:

-Su papá de mi yerno murió de tomar.

Y el yerno:

-Se le hizo cirrosis en el hígado... mucho guaro ahí, y no hay guaro más criminal que el yuscarán.

-¿Yuscarán?

-Sí, ése tiene 45 grados de alcohol.

-Más que un tequila, por ejemplo- digo agregando la nota mexicana al asunto.

-Sí. Imagínese cómo le hace el estómago a uno cuando se mete un trago de eso... uno siente caliente el estómago... bueno, uno siente rico cuando se mete el primero, pero los daños que le hace adentro dan miedo.

Luego, el yerno sigue y parece recordar esos tiempos:

-Yo tomé durante 20 años; desde la edad de once años comencé a tomar, el año que murió mi papá. Porque yo sentía un nudo aquí, que no me pasaba la muerte de mi papá… y me dijeron métele un traguito, y me comenzó a gustar, porque se me iba pasando la aflicción…así fue como aprendí a tomar… Ah, yo decía, yo no puedo almorzar si no me hecho mi traguito...pero cuando me vine a dar cuenta y me vine a analizar y a pensar lo que me estaba metiendo....porque hice un examen de mi conciencia de lo que estaba haciendo…

Le pregunto al viejo:

-Y usted ¿Dejó de ir a alcohólicos anónimos?

-Sí, dejé de ir, estuve en una convención en El Salvador y ya…

-Y por qué dejó de ir.

-Cosas de la vida. Uno como ser humano es débil y cuando uno ya tiene muchos compromisos en un hogar, piensa que tomando los resuelve. Me sucedió eso... a veces piensa uno que cuando deja de tomar, todo se le vuelve más fácil... pero cuando uno deja de tomar todo se le vuelve más difícil, porque el bolo consigue todo con facilidad, mientras que a uno bueno le cuesta... porque conoce la pena...

Y al decir la palabra pena, ríe. Cansada y tristemente. A mí la frase me gusta.

“Porque uno conoce la pena”

Luego sigue:

...Entonces hay cosas bien interesantes....dicen que el problema de nosotros es no querer admitirlo...que nosotros somos alcohólicos, pero cuando uno admite con humildad el problema es bien diferente. A uno cuando le dicen, es que vos sos borracho, sí pero sólo cuando tomo bastante, dice uno, je,je,je... ¡Uno es borracho desde que se toma el primer trago! Yo ya trabajé mucho, ya tengo muchos años. Yo soy padre de 3 varones y le aconsejo a mis hijos: Ustedes han visto el problema del alcohol en mi mente, en mi cuerpo, si ustedes quieren tomar, tomen... pero si ustedes piensan que el alcohol a mí me ha hecho daño, daño les va a hacer ustedes. Gracias a dios tengo 3 varones grandes, mayores, y no toman....

El yerno:

-El problema es ése, que a usted sus hijos lo llegan a ver borracho, y cómo les va a decir que no tomen.

El viejo:

-¡Por eso! No se los prohíbo, ¿Cómo les voy a decir “y ustedes por qué chupan”? El problema es en la situación donde yo los he criado a ellos, porque yo no me críe en la situación en la que ellos se están criando…

Le pregunto:

-¿Tiene usted nietos?

-¿Nietos? Sí, tengo tres.

-¿Y toma enfrente de sus nietos?

-No... cuando yo estoy tomado ni mis hijos están conmigo... vivo solo. Ahí es donde yo eduqué a mi familia y me eduqué yo solo. A mi esposa yo bolo no la beso...¿Entiendes? porque yo llego bolo... mi esposa, yo bolo, nunca abrazarla ni besarla. Tengo un apartamento afuera de mi casa...cuando llego tomado me acuesto sin mujer, jejeje.

La misma risa cansada. Yo sigo con mis preguntas autómatas:

-¿Con qué frecuencia toma usted?

-¿Cómo?

-Todos los días.... algunos días...

-No; a veces, por oportunidad... a veces dos o tres veces a la semana...pero no ingiero bebidas todos los días. Trabajo, tomo después de horas laborales, algo que mucha gente no puede manejar. Tengo 26 años de tomar, siempre afuera de horas de trabajo...

-Y qué es lo que toma.

-Cerveza, a veces güisqui... en fiestas güisqui... al siguiente día que no tengo dinero, tomo guaro barato...

-¿El guaro barato que más daño hace?

-No, no.

El yerno interviene para retornar su prédica:

-Todo guaro es igual: Güisqui, cerveza, guaro... la misma riata se pone uno con güisqui, con guaro barato, los mismos efectos hace, el mismo daño.

El viejo ahora parece seguirle la corriente y suelta la sorprendente frase:

-Toda bebida contiene alcohol.

Y el yerno:

-El guaro, es mentira que diga la gente que no le hace daño; a todo mundo le hace daño. Dice un dicho que nosotros somos más animales que los animales. Imagínese usted, póngale a un cerdo una guacalada de guaro a ver si lo va a beber... no se la bebe, la huele y no la bebe, aunque se esté muriendo de sed. Y el hombre que es más razonable y que tiene cinco sentidos, lo hace.


El viejo:

-A todo mundo le hace daño... a Mauricio Arias, que es el alcalde de Copán Ruinas lo bajé yo, casi chineado(3), y era el alcalde y uno de los más ricos del pueblo.

-¿Cómo fue?- pregunto verdaderamente interesado en la anécdota.

-Se emboló, se emborrachó, tomó en exceso.

-¿Hace cuánto?

-Hace un año.

-¿Sigue siendo el alcalde?

-Es el alcalde. Pero uno bolo, se puede vomitar, se puede orinar, se puede ensuciar, y nunca reconoce lo que hace…

Por fin, después de una pausa el viejo cierra el tema con filosofía pura y dura; un aforismo incontestable:


-El alcohólico es alcohólico, y el bolo es bolo.


*******************

La última media hora de camino el tema de conversación versará sobre la seguridad en la zona. El yerno me dice que el día de hoy he tenido mucha suerte:

-Porque en esta zona hay mucha gente pícara, ¿Me entiende? Mucha gente pícara. Entonces no se puede tratar con cualquier persona, porque la situación en estos tiempos es bien diferente. Ahorita hace poquito llegaron a Cabañas-Copán a querer matar al que va por alcalde del partido liberal ahí y hubo gran tiroteo. En esa zona, como no hay mucha protección militar, pues es problema. Yo trabajo en una zona peligrosa aquí en un lugar que le dicen Londres (¡), tenemos fincas ahí. Yo administro 20 manos de café. Ahí sólo gente perversa hay. En estas horas aquí uno tiene que tener ese cuidado...la suerte que tiene usted es que venía con él, y luego me halló a mí, pero con cualquier persona no se puede viajar. Porque hay tanta gente que ni son de allí andan buscando a ver qué vergueo....Ahora este carro, sólo en la finca lo uso, para traer el café.

-¿Cuánto tarda la cosecha de café?

-Esta es la época. Nosotros ahorita empezamos a cortar ya y me lleva hasta marzo... hasta marzo cortamos. A mí de noche casi no me gusta dar viajes así, porque peligra uno mucho. Si usted se queda más noche nadie le va a dar viaje. Ayer me fueron a buscar para que fuera a dejar a un baleado a las once y media de la noche a Santa Rosa... y les dije lo siento, pero no... y se buscaron a otro... es que estos carros aquí los apetecen para robárselos, como ya no vienen a Honduras; aquí tienen prohibido entrar carros del 95 para abajo, sólo del 96 para arriba, y este carro es 88. Como ya no salen y son buenos los roban para repuestos. Y mi camioneta es todo lo que tengo para mi trabajo, para el café...

-¿Ha pensado en irse?

-La intención de irme para Estados Unidos, pues no. Porque yo no ambiciono pues a cosas grandes en la vida, me conformo con vivir bien, porque en la vida nada le sirve a uno tener dinerales porque cuando se muere uno no se lleva nada. Y si le deja a los hijos se gastan todo y se quedan en lo mismo. Por eso dice el dicho que la mejor herencia que le pueden dejar a los hijos es el estudio, porque el estudio nunca se termina.


Ya estamos por llegar. Sólo falta librar un obstáculo inesperado. Un río aparece delante de nosotros. Dudamos unos instantes antes de avanzar con la camioneta. Pero junto a nosotros pasa un hombre en caballo y entra al río, lo que nos permite calcular la profundidad. Decidimos seguir. Una pertinaz llovizna se suelta en ese momento. Y José, que hasta el momento no había emitido sonido alguno, le encuentra gracia al asunto:

-Está pacho(4). Cuando era época de piña me tiré dos veces, cuando el río está hondo… pero ahí sí asustaba porque nos meneaba…

*******************


A la mañana siguiente salgo de la habitación donde me hospedo en Santa Rosa. La ciudad, muy pequeña y rodeada de montañas, tiene un aire a Valladolid, Yucatán. Con un clima mucho más benigno por supuesto. Me dirijo hacia la plaza y me siento en una banca, pensando que allí podría quedarme a vivir. Podría hacerlo con la mitad de mi sueldo actual, básicamente porque no hay nada en qué gastarlo. La gente es amistosa, amable. Pero no hay nada. Bueno, está dios. Dios, como en Guatemala, está literalmente en todas partes. Las instituciones que se dicen laicas comienzan sus actividades con la oración matutina. Dios y la pobreza; dios y los seis hijos que tienen en promedio las mujeres; dios y los niños que se mueren todos los días por enfermedades curables, o arrollados por jugar en las carreteras. Dios y esas horribles campañas electorales, donde un candidato es hermano del narcotraficante más poderoso del país. Dios y todo eso, es omnipresente aquí.

Me levanto, paso el único semáforo en toda la ciudad y camino hacia las afueras, donde terminan las casas. Sí, podría quedarme a trabajar, aún si mi trabajo actual no puede sostenerme. Quizá yo pueda mantenerme con otras actividades. Puedo traficar con armas, por ejemplo; parece fácil conseguirlas según me han contado. Una AK-47 puede obtenerse por 8 mil lempiras y venderse por 12 mil. Otra opción es que me enliste con los distribuidores de droga que están por toda la región, reclutando gente. Si logro vender un kilo de cocaína en una disco de San Pedro Sula puedo ganar hasta 25 mil lempiras por noche. Nada mal. Con el proxenetismo y la explotación tengo menos posibilidades: Ese mercado está más desarrollado en Guatemala.

Diviso un estanque y me acerco. Es un criadero de peces. Un anciano me saluda y platicamos. Él cría peces para alimentarse y para vender. Su mujer hace hamacas. Pronto unos niños pequeños, sus hijos, nos rodean. Seguimos platicando acerca de su vida cotidiana hasta que me dice que tiene que regresar a casa. Entonces se interna en el monte. Yo quiero regresar a Santa Rosa, pero los niños me hipnotizan y me hacen seguirlos.

Y ahí me quedo perdido entre la maleza.


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(1) Se emborracha.
(2) Alcohol.
(3) En brazos.
(4) Chato, poco hondo.

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Este capítulo incluye audio

Escrito por Pável, 5:16 AM

20 de Mayo 2006

bloqueo.jpg

-"No pueden pasar, han bloqueado la carretera"

-“¿Ya nos jodimos entonces?”

-“Hay que regresar”

-“¿Son los de Lempira?”

-“Sí, los mismos de Lempira”

-“¿Y andan con flechas?”


La cantidad.

Capítulo 4, disponible en mayo 22, 2006.

Escrito por Pável, 3:06 PM

18 de Mayo 2006

La cantidad (3)

Norteamérica. Cerca de Belleville, Canadá. Domingo 16 de abril de 2006. Alrededor de las 13 hrs.


“In the middle of nowhere” le digo a su contestadora automática y estoy a punto de colgar.

Porque uno siempre tiene que callarse cuando hace un cliché, ¿vio? Cuando uno quiere verse dramático hace una pausita. Después de la pausa sigo y le dejo el mensaje completo: Que le vuelvo a llamar apenas llegue a Toronto. Más tarde tengo una cita con usted, ¿recuerda? ¿Nos veremos en la estación Spadina de nuevo?

La verdad es que sí estoy quién sabe dónde carajos en una desviación de la autopista.
Cuelgo y desde la cabina busco con la mirada al conductor, quien se me ha perdido y de quien no logro deducir aún la nacionalidad.

Hablando de nacionalidades otra vez en este país.

**************
Estoy seguro que no es legal lo que él hace. Vamos a llamarle Trávník, porque hoy estoy de buenas y no quiero perjudicar a nadie. Trávník (usted pronúncielo como mejor le salga) tiene el siguiente negocio: Le lleva de Toronto a Montreal en viaje redondo por la mitad del precio oficial. Yo sé que usted me hubiese recomendado viajar en aventón, con lo seguras que parecen las carreteras por aquí, pero desgraciadamente tenía una agenda estricta. Ya sabe: ciertos horarios, citas, lugares, bombas por desactivar.

Pero hablaba de Trávník. Uno entra en contacto con él mediante su página de internet, que promueve escuetamente los servicios de su “Magic Bus”. A uno siempre le hace ilusión viajar en un autobús mágico. Y a esas tarifas. “You will not be squished and will be reasonably comfortable” dice el sitio. “Reasonably comfortable”, qué frase, ¿eh?

Luego de un primer intercambio de correos hay que hablarle a su celular. Trávník le informa sobre la hora, fecha y lugar de la salida. Respecto al punto de encuentro sus instrucciones son precisas. Para tomar el bus mágico desde Toronto, por ejemplo:

“Vaya a la estación York-Mills. A la salida debe doblar a la derecha. Verá una estación de gas de Shell. Entre por la parte del lavado de autos. Busque la camioneta roja y dorada. Llegue quince minutos antes de la salida; quince minutos. No más, no menos”.

Su inglés con un fuerte y tosco acento eslavo hace sentir a uno que está tratando con un fortachón de dos metros, malencarado y sin afeitar. Y uno imagina también que no sería agradable ver enojado a Trávník. Eso ayuda a seguir sus instrucciones al pie de la letra.

El día indicado a la hora indicada usted llega a York-Mills. Encuentra sin mayores contratiempos la camioneta roja y dorada (¡el bus mágico, qué ilusión!) y espera unos segundos. De lo que parece ser el baño de la estación de gas aparece un muchachito de no más de veinticinco, enfundado en unos vaqueros y con una libreta en la mano. Le pregunta a uno por su nombre, lo busca en una lista y lo señala. Por supuesto, usted no cree que él sea Trávník. Así que dónde está Trávník, pregunta uno. Ahí, señala el otro.

Y Trávník aparece detrás de la camioneta. Es otro muchachito en sus veintes, más flaco que el anterior. Él y su amigo se ponen a hablar en algo que parece checo, ruso, polaco, sepa qué madres.

En minutos, una serie de personajes extraños y variopintos revolotea alrededor de la camioneta. Somos diez en total; 5 hombres, 5 mujeres. Parece que hay una convención de gatos en Montreal pues tres de las mujeres, sin conocerse una a la otra, llevan sendas jaulas con sendos mininos. Un chico punketo llevan una serpiente también enjaulada. Le ponen una tela encima, no sea que despierte susceptibilidades y malas caras entre los gatos. Pero los otros viajeros son más temibles: Un chico de apariencia latina leyendo un tratado sobre ecuaciones estructurales diferenciales; un sujeto de traje, corbata y portafolio que insiste en ser dejado en el kilómetro 16; un mozalbete con uniforme de paramédico y un tatuaje en el brazo con la leyenda “love you mom”. Después tenemos a una señora en sus cuarenta, con bolso de Chanel y un grueso volumen de obstetricia. Por último, la quinta chica tiene una cara de timidez y francofonía que no puede ocultarse; bajo el brazo lleva en efecto, "Los hermanos Karamazov" y "El Conde de Montecristo" en francés. Gente que da miedo, ¿no? Sobre todo eso del Conde.

Como promete Trávník, los diez cabemos “Reasonably confortable” en la camioneta. Su amigo va solo en un vehículo aparte siguiéndonos. Ocasionalmente ambos se comunican por celular en su indistinguible idioma.

El camino de ida transcurre sin complicaciones. Ni un solo bache, ni un solo hoyito en el camino. Los únicos agujeros que hay están en los campos de golf. Perdone que insista en ellos. La próxima vez que usted vaya por ahí cuente por favor los campos de golf entre Toronto y Montreal. O entre Toronto y Niagara Falls, por ejemplo. Cuéntelos y luego me dice. Por cierto, conocí a una persona simpática en Quebec que juega al golf. ¿Alguna vez ha besado a alguna persona que juegue al golf? Yo tampoco, pero me intriga, oiga. Debe ser rechistoso, ¿no? (ni se diga besar a alguien que juega al hockey, pero eso no me interesa por el momento).

Tal vez el incidente más grave es que los gatos sacan de vez en cuando la cabeza de sus jaulas; gruñen, se erizan un poco y se vuelven a dormir. Eso y que la chica del Conde se pone a mirar el ocaso con unos ojitos tan sentimentales que hacen pensar que 1) no puede superar una relación fallida ó 2) Dumas escribía muy bien.

**************
Esto ocurrió durante el viaje de ida, cinco horas de Toronto a Montreal. En Montreal no encontré lo que quería, así que tuve que seguir hasta Québec. De regreso las instrucciones de Trávník son de nuevo escalofriantemente precisas:

“Vaya a la estación Atwater de Montreal. En la salida poniente se va a encontrar con una calle que está siendo arreglada por el ayuntamiento. Cruce, doble a la derecha y luego a la vuelta, junto a una toma de bomberos busque la camioneta roja y dorada. Ocho quince de la mañana, ni un minuto más, ni un minuto menos”.


Y ahora estoy esperando durante el camino de regreso, en algún lugar entre Belleville y Toronto. Trávník ha hecho una parada técnica. Los viajeros estiramos las piernas. Le acabo de decir a su contestadora que estoy en la mitad de nada, pero ese mensaje corresponde a otras latitudes, le llega con cierto retardo. Porque ahora hay “nada”, pero sólo frente a mis narices. A mi derecha hay una cafetería, a mi izquierda una gasolinería y atrás de mí un supermercado. Le quería decir aquéllo, pero desde otro lugar, en otro país, donde no había teléfono, donde no había carretera, donde no había nada.

Trávník aparece, nos reúne y nos dice que es momento de pagarle. Llega mi turno y le acerco la cantidad acordada. Trávník tenía una sorpresa “son 10 dólares más, por vacaciones de pascua”.

¿Por vacaciones de pascua? En efecto, hoy es domingo de pascua. Pero ése no es el trato.

Lo miro muy feo. Lo miro pensando “Trávník… ¿Sabes que existe el rencor en este planeta? ¿Qué algunas personas llevamos una violencia interna que no te gustaría conocer? Dime, hijo. ¿Tienes tus papeles en regla? ¿Tienes permiso para trabajar en este país? No te gustaría que el departamento de inmigración recibiese una llamada anónima. ¿Verdad? No les gustaría saber a qué te dedicas… creo que estarían muy decepcionados de tus medidas de seguridad… “

A veces uno encuentra cierto placer en pensar esas cosas detestables. Pero ante mi feroz mirada Stavros, quiero decir, Trávník, pone al mismo tiempo su carita intentando hacerse el duro. Y no sé porqué en este momento recuerdo lo joven que él es y lo viejo que soy yo. Y mis pensamientos mezquinos se van de inmediato. ¿Cómo puedo enojarme después de haber pasado los días que he pasado?

Así que le extiendo el billete de 10 dólares a Stavros, perdón, a Trávník; le doy una palmadita en el hombro y me subo a la camioneta dorada y roja.

La camioneta mágica que me lleva de vuelta a Toronto, donde yo tengo una cita con usted, recuerda.

Escrito por Pável, 3:42 AM

16 de Mayo 2006

spadina.jpg

"Más tarde tengo una cita con usted, ¿recuerda?
¿Nos veremos en la estación Spadina de nuevo? "

La cantidad.

Capítulo 3, disponible en mayo 18, 2006.

Escrito por Pável, 10:50 PM

15 de Mayo 2006

La cantidad (2)

Lunes 1 de mayo, 2006. Ciudad de México. 23.14 hrs.

Hoy por la tarde era un buen momento para dejar en claro muchas cosas. Para tener un instante de reflexión en medio de diez o quince mil personas, que son muy pocas para ese lugar; el Zócalo de la Ciudad de México. ¿Pocas comparadas con qué? Es la pregunta obligada cuando hablamos de cantidades.

Comparadas con las más de doscientas mil que estaban allí hace cinco años haciendo exactamente lo mismo que hoy: Escuchando la arenga del hombre enmascarado con pipa. El que estaba parado a unos metros de mí sobre el templete. Tan cerca que podía dispararle sin errar el tiro.

Además de esta diferencia cuantitativa, que algo significa, existían otras diferencias evidentes entre ambos momentos. La más sustancial es que hace cinco años no había una legión de hombres con machete escoltándole. Hace cinco años había entusiasmo en vez de tensión. Hoy no percibía más que esto, además de cansarme de los habituales despistados, en su mayoría extranjeros, que encuentran más bien folclórico el asunto y que debían sentirse bastante revolucionarios por estar ahí.

Decía que era buen momento para aclarar cosas y tal vez se resumen a una pregunta: ¿En dónde estoy parado? Quiero decir; en esa tierra oscura llamada espectro político, ¿hacia dónde van mis simpatías? Pensé en asuntos espinosos para hacerlo más sencillo y me otorgué respuestas concretas. Me dije por ejemplo: Estoy a favor del aborto. Estoy a favor del matrimonio entre homosexuales, de su derecho a adoptar hijos. Estoy a favor de la despenalización de la mota. Estoy a favor de la libertad de cultos (puedes adorar a una barra de mantequilla, si eso te hace feliz y no me perjudicas). Creo más en la educación que en la moral.

Visto lo anterior, difícilmente alguien podría catalogarme como un simpatizante de derechas. Pero entonces ¿por qué me sentí hoy tan lejano al hombre de la capucha? ¿De aquél que recorre el país intentando crear un auténtico movimiento de izquierda "desde abajo"?

¿Por qué me sentí más lejos hoy a cinco metros, que hace cinco años cuando él era un punto negro difuso en el templete? ¿Por qué sus palabras y sus actos me son tan ajenos ahora?

“Hasta morir, si es preciso” Así comenzó su discurso, en medio de los machetes.

No le reprocho jugar el juego que está intentando; quizá sea inteligente desde su perspectiva. Pero la inteligencia, como los licores: Depende con qué se combinen. Y en la ciudad, en el país, está puesto un elemento para hacer un cóctel explosivo: Rencor. Ahora hay mucha gente enojada, además de los que de por sí ya viven eternamente encabronados.

Y entonces en mi cabeza le pregunté directamente al de la pipa: ¿Cómo puedes sugerir comenzar una nueva izquierda rodeado de los símbolos que hoy te rodean? ¿Cómo puedes siquiera ignorarlos, diciendo lo que estás diciendo?

¿Cómo puedes estar parado ahí, junto a una bandera de la Unión Soviética?

¿Cómo puedes estar hablando junto a un retrato de Stalin?


¡De Stalin!


Le dije todo esto con ese sentimiento tan mexicano que nos pone al borde del llanto y de la risa loca al mismo tiempo. Podría ser más tragicómico si agregásemos el retrato de Trotsky todavía con el piolet incrustado en el cráneo, junto al retrato de Stalin. Y me faltaría el de Fidel, claro. El de Chávez no, porque ya lo usó demasiado el PAN en sus jueguitos de mugre.

Pero el de la capucha no me escuchó. Estaba demasiado ocupado diciendo que íbamos a derrocar al supremo gobierno. Estaba demasiado ocupado diciendo que le iba quitar la educación a los ineptos y mediocres para encargársela a los universitarios. Estaba demasiando ocupado diciendo que iba a sacar a la iglesia católica del país. Que le iba a quitar todo a Slim para dárselo a los trabajadores, a Carlos Slim quien de repente se convirtió en uno de los hombres más odiados de México. Otro signo de ese rencor que flota en el ambiente.

“Hasta morir, si es preciso” Así comenzó su discurso y esta frase fue repetida al menos una docena de ocasiones. Junto a un retrato de Stalin.

Entonces vi que era un momento adecuado, levanté mi mano y disparé. Una, dos, tres veces.


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Este capítulo incluye fotos o video


Escrito por Pável, 1:48 PM

13 de Mayo 2006

La cantidad (1)

Frontera Honduras-Guatemala, noviembre de 2005.

Me he alejado un kilómetro de la carretera principal. Este camino es una de las rutas habituales para el tráfico de café. De ese café que los agricultores hondureños venden de contrabando en Guatemala, porque allí les pagan mejor.

De ese mismo café que yo solía prepararte por las mañanas antes de que te fueras.

Las autopistas tienen aquí unos agujeros enormes, lo que triplica el tiempo de traslado de un poblado a otro. En la zona de Copán muchas de ellas no tiene iluminación. Por las noches la oscuridad se traga los hoyos y a los pandilleros; bandas que esperan el paso de los cargamentos de café o de los autobuses con inmigrantes para asaltarlos.

De antemano supe que mi paso por estos lugares serviría para documentar historias de horror, así que no estoy especialmente escandalizado. Al contrario, a estas alturas tengo una especie de anestesia emocional. De alguna manera estoy haciendo lo que siempre hago: Tomar registros, recolectar datos, contar. No importa si son registros del clima o de la orografía; si estoy contando las toneladas de naranja que se pudren por falta de infraestructura; el número de pueblos que no tiene agua; el número de infantes que va descalzo por las aldeas; el número de mujeres inmigrantes que son violadas o secuestradas; el número de niños en Guatemala que son llevados al extranjero para ser explotados sexualmente o para traficar con sus órganos. Me dedico a contar y esto quizá te parezca extraño; tal vez para ti como para tanta gente la “frialdad” de los números te parezca repelente.

Pude decirte que te quería, si te hubiese querido, hablando con números. Nunca lo hice porque no te amaba; pero también porque la gente no puede relacionar números con sentimientos. En fin, no nos alcanza el tiempo para esas razones.

Hay cosas más graves aquí afuera.

Únicamente quería decirte que los números son palabras. Que las palabras no suelen ser precisas. Los números se acercan a la precisión. Y es necesario acercarse a la precisión cuando hablamos de ciertos temas. Por eso estoy contando ahora. Porque importa un carajo la ambigüedad en la frase “esto es amor”. Pero no puedo decir “esto es pobreza” sin un referente. Hay ciertas palabras que deberían tener un instructivo de manejo, por ser tan delicadas como artefactos explosivos. No puedo decir “esto es pobreza” tan ligeramente. Por eso estoy contando.

Éste es un idioma raro, lo sé. Idiota, si te parece.

Sorpresa. Estos son tiempos idiotas.

Cuento para no olvidar. Registro fechas, distancias, velocidades, gramajes, longitudes. Cae la tarde.

Regreso caminando hasta las afueras de la población de Copán-Ruinas. Necesito llegar a La Entrada, para tomar un camión que me deje en Santa Rosa. Tenía conocimiento que a esta hora todavía alcanzaba algún transporte. Ahora me informan que el último autobús del día se fue hace media hora.

Un sujeto increíblemente parecido a Bobby Perú se me acerca con la mirada esquiva. Ha escuchado que necesito trasladarme y me ofrece llevarme por 1000 lempiras(1) . Déjeme pensarlo, es mi respuesta. No lo piense mucho, que ya me voy, me amenaza.

Un par de borrachines se me acerca. El más viejo de ellos, unos 60 años, me toma del antebrazo y me aparta de mi interlocutor. “Si quieres ir a La Entrada yo puedo llevarte” , dice en voz baja. “Mi yerno tiene una camioneta allí en Santa Rita, él me la presta y yo lo llevo”.

“¿Por cuánto?”

“¿Cuánto le están pidiendo los peruanos?”. Aquí me entero que mi primer aspirante a transportista sí tiene alguna relación con Bobby Perú, además de la pistola que se asomaba en sus pantalones.

Le digo al borrachín la primera oferta y él ofrece llevarme por la mitad. Acepto de inmediato. Los borrachos siempre me han tratado bien, mientras que nunca he viajado con traficantes, y sospecho que hoy no es buen día para comenzar a hacerlo. Aunque digan que el alcohol mata más gente que las balas.

El par de borrachitos me escolta hasta el otro extremo del pueblo. Platican entre ellos como si yo no estuviera. De todas formas no les entiendo mucho. Hasta que uno vuelve a dirigirme la palabra. “No le tenga miedo a los peruanos; eso le piden porque ellos le protegen de la mara.

¡¿Y usted no me va a proteger?!, pienso. Pero sólo le pregunto: “¿Cómo vamos a ir primero a Santa Rita?”

“En ése”, señala a mi derecha.

Cada dos horas pasan camionetas de redilas, tapizadas de propaganda política. Estamos en la etapa final de las campañas para elegir presidente de Honduras. Camioneta roja para la oposición; camioneta azul para el partido oficial. Pasan con altavoces reproduciendo a todo volumen invitaciones a favorecer a algún candidato, al infame ritmo de una cumbia o de un mariachi. Y muchos pobladores aprovechan el paso de los vehículos para trasladarse entre comunidades.

Sonrío por primera vez en todo el día. Arrojo mi maleta al vehículo y, sin considerar mucho mi salud auditiva, de un salto estoy arriba.

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(1) Unos 50 dólares

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Escrito por Pável, 12:00 AM