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18 de Mayo 2006
La cantidad (3)
Norteamérica. Cerca de Belleville, Canadá. Domingo 16 de abril de 2006. Alrededor de las 13 hrs.
In the middle of nowhere le digo a su contestadora automática y estoy a punto de colgar.
Porque uno siempre tiene que callarse cuando hace un cliché, ¿vio? Cuando uno quiere verse dramático hace una pausita. Después de la pausa sigo y le dejo el mensaje completo: Que le vuelvo a llamar apenas llegue a Toronto. Más tarde tengo una cita con usted, ¿recuerda? ¿Nos veremos en la estación Spadina de nuevo?
La verdad es que sí estoy quién sabe dónde carajos en una desviación de la autopista.
Cuelgo y desde la cabina busco con la mirada al conductor, quien se me ha perdido y de quien no logro deducir aún la nacionalidad.
Hablando de nacionalidades otra vez en este país.
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Estoy seguro que no es legal lo que él hace. Vamos a llamarle Trávník, porque hoy estoy de buenas y no quiero perjudicar a nadie. Trávník (usted pronúncielo como mejor le salga) tiene el siguiente negocio: Le lleva de Toronto a Montreal en viaje redondo por la mitad del precio oficial. Yo sé que usted me hubiese recomendado viajar en aventón, con lo seguras que parecen las carreteras por aquí, pero desgraciadamente tenía una agenda estricta. Ya sabe: ciertos horarios, citas, lugares, bombas por desactivar.
Pero hablaba de Trávník. Uno entra en contacto con él mediante su página de internet, que promueve escuetamente los servicios de su Magic Bus. A uno siempre le hace ilusión viajar en un autobús mágico. Y a esas tarifas. You will not be squished and will be reasonably comfortable dice el sitio. Reasonably comfortable, qué frase, ¿eh?
Luego de un primer intercambio de correos hay que hablarle a su celular. Trávník le informa sobre la hora, fecha y lugar de la salida. Respecto al punto de encuentro sus instrucciones son precisas. Para tomar el bus mágico desde Toronto, por ejemplo:
Vaya a la estación York-Mills. A la salida debe doblar a la derecha. Verá una estación de gas de Shell. Entre por la parte del lavado de autos. Busque la camioneta roja y dorada. Llegue quince minutos antes de la salida; quince minutos. No más, no menos.
Su inglés con un fuerte y tosco acento eslavo hace sentir a uno que está tratando con un fortachón de dos metros, malencarado y sin afeitar. Y uno imagina también que no sería agradable ver enojado a Trávník. Eso ayuda a seguir sus instrucciones al pie de la letra.
El día indicado a la hora indicada usted llega a York-Mills. Encuentra sin mayores contratiempos la camioneta roja y dorada (¡el bus mágico, qué ilusión!) y espera unos segundos. De lo que parece ser el baño de la estación de gas aparece un muchachito de no más de veinticinco, enfundado en unos vaqueros y con una libreta en la mano. Le pregunta a uno por su nombre, lo busca en una lista y lo señala. Por supuesto, usted no cree que él sea Trávník. Así que dónde está Trávník, pregunta uno. Ahí, señala el otro.
Y Trávník aparece detrás de la camioneta. Es otro muchachito en sus veintes, más flaco que el anterior. Él y su amigo se ponen a hablar en algo que parece checo, ruso, polaco, sepa qué madres.
En minutos, una serie de personajes extraños y variopintos revolotea alrededor de la camioneta. Somos diez en total; 5 hombres, 5 mujeres. Parece que hay una convención de gatos en Montreal pues tres de las mujeres, sin conocerse una a la otra, llevan sendas jaulas con sendos mininos. Un chico punketo llevan una serpiente también enjaulada. Le ponen una tela encima, no sea que despierte susceptibilidades y malas caras entre los gatos. Pero los otros viajeros son más temibles: Un chico de apariencia latina leyendo un tratado sobre ecuaciones estructurales diferenciales; un sujeto de traje, corbata y portafolio que insiste en ser dejado en el kilómetro 16; un mozalbete con uniforme de paramédico y un tatuaje en el brazo con la leyenda love you mom. Después tenemos a una señora en sus cuarenta, con bolso de Chanel y un grueso volumen de obstetricia. Por último, la quinta chica tiene una cara de timidez y francofonía que no puede ocultarse; bajo el brazo lleva en efecto, "Los hermanos Karamazov" y "El Conde de Montecristo" en francés. Gente que da miedo, ¿no? Sobre todo eso del Conde.
Como promete Trávník, los diez cabemos Reasonably confortable en la camioneta. Su amigo va solo en un vehículo aparte siguiéndonos. Ocasionalmente ambos se comunican por celular en su indistinguible idioma.
El camino de ida transcurre sin complicaciones. Ni un solo bache, ni un solo hoyito en el camino. Los únicos agujeros que hay están en los campos de golf. Perdone que insista en ellos. La próxima vez que usted vaya por ahí cuente por favor los campos de golf entre Toronto y Montreal. O entre Toronto y Niagara Falls, por ejemplo. Cuéntelos y luego me dice. Por cierto, conocí a una persona simpática en Quebec que juega al golf. ¿Alguna vez ha besado a alguna persona que juegue al golf? Yo tampoco, pero me intriga, oiga. Debe ser rechistoso, ¿no? (ni se diga besar a alguien que juega al hockey, pero eso no me interesa por el momento).
Tal vez el incidente más grave es que los gatos sacan de vez en cuando la cabeza de sus jaulas; gruñen, se erizan un poco y se vuelven a dormir. Eso y que la chica del Conde se pone a mirar el ocaso con unos ojitos tan sentimentales que hacen pensar que 1) no puede superar una relación fallida ó 2) Dumas escribía muy bien.
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Esto ocurrió durante el viaje de ida, cinco horas de Toronto a Montreal. En Montreal no encontré lo que quería, así que tuve que seguir hasta Québec. De regreso las instrucciones de Trávník son de nuevo escalofriantemente precisas:
Vaya a la estación Atwater de Montreal. En la salida poniente se va a encontrar con una calle que está siendo arreglada por el ayuntamiento. Cruce, doble a la derecha y luego a la vuelta, junto a una toma de bomberos busque la camioneta roja y dorada. Ocho quince de la mañana, ni un minuto más, ni un minuto menos.
Y ahora estoy esperando durante el camino de regreso, en algún lugar entre Belleville y Toronto. Trávník ha hecho una parada técnica. Los viajeros estiramos las piernas. Le acabo de decir a su contestadora que estoy en la mitad de nada, pero ese mensaje corresponde a otras latitudes, le llega con cierto retardo. Porque ahora hay nada, pero sólo frente a mis narices. A mi derecha hay una cafetería, a mi izquierda una gasolinería y atrás de mí un supermercado. Le quería decir aquéllo, pero desde otro lugar, en otro país, donde no había teléfono, donde no había carretera, donde no había nada.
Trávník aparece, nos reúne y nos dice que es momento de pagarle. Llega mi turno y le acerco la cantidad acordada. Trávník tenía una sorpresa son 10 dólares más, por vacaciones de pascua.
¿Por vacaciones de pascua? En efecto, hoy es domingo de pascua. Pero ése no es el trato.
Lo miro muy feo. Lo miro pensando Trávník ¿Sabes que existe el rencor en este planeta? ¿Qué algunas personas llevamos una violencia interna que no te gustaría conocer? Dime, hijo. ¿Tienes tus papeles en regla? ¿Tienes permiso para trabajar en este país? No te gustaría que el departamento de inmigración recibiese una llamada anónima. ¿Verdad? No les gustaría saber a qué te dedicas creo que estarían muy decepcionados de tus medidas de seguridad
A veces uno encuentra cierto placer en pensar esas cosas detestables. Pero ante mi feroz mirada Stavros, quiero decir, Trávník, pone al mismo tiempo su carita intentando hacerse el duro. Y no sé porqué en este momento recuerdo lo joven que él es y lo viejo que soy yo. Y mis pensamientos mezquinos se van de inmediato. ¿Cómo puedo enojarme después de haber pasado los días que he pasado?
Así que le extiendo el billete de 10 dólares a Stavros, perdón, a Trávník; le doy una palmadita en el hombro y me subo a la camioneta dorada y roja.
La camioneta mágica que me lleva de vuelta a Toronto, donde yo tengo una cita con usted, recuerda.
Publicado por Pável 18 de Mayo 2006 a las 03:42 AM