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13 de Mayo 2006
La cantidad (1)
Frontera Honduras-Guatemala, noviembre de 2005.
Me he alejado un kilómetro de la carretera principal. Este camino es una de las rutas habituales para el tráfico de café. De ese café que los agricultores hondureños venden de contrabando en Guatemala, porque allí les pagan mejor.
De ese mismo café que yo solía prepararte por las mañanas antes de que te fueras.
Las autopistas tienen aquí unos agujeros enormes, lo que triplica el tiempo de traslado de un poblado a otro. En la zona de Copán muchas de ellas no tiene iluminación. Por las noches la oscuridad se traga los hoyos y a los pandilleros; bandas que esperan el paso de los cargamentos de café o de los autobuses con inmigrantes para asaltarlos.
De antemano supe que mi paso por estos lugares serviría para documentar historias de horror, así que no estoy especialmente escandalizado. Al contrario, a estas alturas tengo una especie de anestesia emocional. De alguna manera estoy haciendo lo que siempre hago: Tomar registros, recolectar datos, contar. No importa si son registros del clima o de la orografía; si estoy contando las toneladas de naranja que se pudren por falta de infraestructura; el número de pueblos que no tiene agua; el número de infantes que va descalzo por las aldeas; el número de mujeres inmigrantes que son violadas o secuestradas; el número de niños en Guatemala que son llevados al extranjero para ser explotados sexualmente o para traficar con sus órganos. Me dedico a contar y esto quizá te parezca extraño; tal vez para ti como para tanta gente la frialdad de los números te parezca repelente.
Pude decirte que te quería, si te hubiese querido, hablando con números. Nunca lo hice porque no te amaba; pero también porque la gente no puede relacionar números con sentimientos. En fin, no nos alcanza el tiempo para esas razones.
Hay cosas más graves aquí afuera.
Únicamente quería decirte que los números son palabras. Que las palabras no suelen ser precisas. Los números se acercan a la precisión. Y es necesario acercarse a la precisión cuando hablamos de ciertos temas. Por eso estoy contando ahora. Porque importa un carajo la ambigüedad en la frase esto es amor. Pero no puedo decir esto es pobreza sin un referente. Hay ciertas palabras que deberían tener un instructivo de manejo, por ser tan delicadas como artefactos explosivos. No puedo decir esto es pobreza tan ligeramente. Por eso estoy contando.
Éste es un idioma raro, lo sé. Idiota, si te parece.
Sorpresa. Estos son tiempos idiotas.
Cuento para no olvidar. Registro fechas, distancias, velocidades, gramajes, longitudes. Cae la tarde.
Regreso caminando hasta las afueras de la población de Copán-Ruinas. Necesito llegar a La Entrada, para tomar un camión que me deje en Santa Rosa. Tenía conocimiento que a esta hora todavía alcanzaba algún transporte. Ahora me informan que el último autobús del día se fue hace media hora.
Un sujeto increíblemente parecido a Bobby Perú se me acerca con la mirada esquiva. Ha escuchado que necesito trasladarme y me ofrece llevarme por 1000 lempiras(1) . Déjeme pensarlo, es mi respuesta. No lo piense mucho, que ya me voy, me amenaza.
Un par de borrachines se me acerca. El más viejo de ellos, unos 60 años, me toma del antebrazo y me aparta de mi interlocutor. Si quieres ir a La Entrada yo puedo llevarte , dice en voz baja. Mi yerno tiene una camioneta allí en Santa Rita, él me la presta y yo lo llevo.
¿Por cuánto?
¿Cuánto le están pidiendo los peruanos?. Aquí me entero que mi primer aspirante a transportista sí tiene alguna relación con Bobby Perú, además de la pistola que se asomaba en sus pantalones.
Le digo al borrachín la primera oferta y él ofrece llevarme por la mitad. Acepto de inmediato. Los borrachos siempre me han tratado bien, mientras que nunca he viajado con traficantes, y sospecho que hoy no es buen día para comenzar a hacerlo. Aunque digan que el alcohol mata más gente que las balas.
El par de borrachitos me escolta hasta el otro extremo del pueblo. Platican entre ellos como si yo no estuviera. De todas formas no les entiendo mucho. Hasta que uno vuelve a dirigirme la palabra. No le tenga miedo a los peruanos; eso le piden porque ellos le protegen de la mara.
¡¿Y usted no me va a proteger?!, pienso. Pero sólo le pregunto: ¿Cómo vamos a ir primero a Santa Rita?
En ése, señala a mi derecha.
Cada dos horas pasan camionetas de redilas, tapizadas de propaganda política. Estamos en la etapa final de las campañas para elegir presidente de Honduras. Camioneta roja para la oposición; camioneta azul para el partido oficial. Pasan con altavoces reproduciendo a todo volumen invitaciones a favorecer a algún candidato, al infame ritmo de una cumbia o de un mariachi. Y muchos pobladores aprovechan el paso de los vehículos para trasladarse entre comunidades.
Sonrío por primera vez en todo el día. Arrojo mi maleta al vehículo y, sin considerar mucho mi salud auditiva, de un salto estoy arriba.
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(1) Unos 50 dólares
Publicado por Pável 13 de Mayo 2006 a las 12:00 AM