« Noviembre 2004 | Página principal | Enero 2005 »

2 de Diciembre 2004

Mi cinismo puede ser tu realidad

The Kiss, Gustav Klimt


-Por último -dijo la joven reportera- me quedan dos preguntas por hacerle y ambas tienen que ver con su personalidad.
-Usted dirá- respondió Gabriel genuinamente intrigado.
-Se dice de usted que pertenece a la escuela de los cínicos. Particularmente, me ha parecido que el tono de nuestra conversación se ha mantenido ajena a dicho ánimo; usted me ha resultado una persona más bien sincera, honesta, directa y franca; sin ninguna clase de artilugios.

A Gabriel le pareció que esa sinceridad, esa honestidad y franqueza le dibujaban como un personaje gris, sin aura. Sin esa aura que debe permanecer intacta del lado de los artistas. Se sintió desnudo. Así que respondió para cubrirse:

-Mi cinismo puede ser su realidad...

(y al decir esta inesperada frase se detuvo disfrutando de su ingenio. Es cierto que lo dijo sin pensar, pero le pareció adecuado cerrar el comentario)

... y debido a ésto el verdadero tono de mis aseveraciones pudo pasar totalmente desapercibido para usted.

Gabriel dio unos segundos para dejar caer el peso de las palabras. Después continuó:

-¿Cuál es su última pregunta?

La chica dudó ahora.

-Sí...bueno... algunas personas que le conocen bien dicen que usted es un desvergonzado mujeriego. ¿Qué me podría decir al respecto?

Gabriel se sintió dueño de la situación y reparó en la escena: Exitoso pintor de 47 años versus joven e inexperta reportera de aproximadamente 25. Se inclinó hacia la joven. Al hacerlo percibió un leve rubor en la chica, efecto que de alguna manera deseaba:

-Señorita... (dudó un momento, pero la identificación colgada del cuello de la mujer salió en su ayuda)...Patricia... si me permite, en un momento tendrá usted la oportunidad de comprobar la veracidad o falsedad de semejantes afirmaciones.

Y dicho esto, le miró las piernas.

Escrito por Pável, 5:02 AM

1 de Diciembre 2004

Un afán didáctico

Mujer con medias verdes, 1902, Pablo Picasso

Jiangxi regresó a casa en la última y maravillosa tarde de verano. Un viento tibio la acompañó a través del bosque en su bicicleta, jugó con su falda y le impidió pensar en lo que había sucedido. Así que llegando a su habitación abrió las cortinas y se sentó a meditar frente a la ventana. No quería distraerse, pero la visión de los pájaros desesperados ante la puesta de sol le robó el aliento. La tarde era tan limpia que imaginó ver las montañas del este a la distancia. La naturaleza se confabuló para evitar sensaciones vanas. Siempre imaginó que al llegar este día conocería la tristeza verdadera, aquélla que contrastaría con la suave melancolía que caracterizaba a su carácter cotidiano. Pero no fue así para su sorpresa. En vez de esa tristeza profunda había una curiosa calma invadiendo sus sentidos, una extraña capacidad de disección y un afán didáctico irrefrenable.

(Debemos decir que precisamente aquel día, poco después de las cinco de la tarde, Jiang había terminado su primera relación de pareja; le había dicho adiós al primer hombre de su vida)

Se desnudó frente al espejo. Únicamente su primer amante conocía su cuerpo; ella sólo lo imaginaba. Nunca se había concebido a sí misma como una mujer hermosa simplemente porque no podía mirarse (y no queremos decir que Jiang tuviese algún problema con su vista; más bien es que Jiang era consciente del velo que proporciona la subjetividad ante nuestra propia persona). Así pues, tristeza no llegaste, se dijo Jiang, y esto me decepciona un poco. Pero, ¿qué tenemos aquí? Escudriñó su mirada y encontró una certeza: Supo que en su limitado mundo todas sus aventuras serían así; intensas, terriblemente coloridas en un principio, y al final un registro en blanco y negro en el archivo de la memoria. Este conocimiento tan temprano, lejos de provocarle desesperanza la llenó de seguridad. Había alcanzado por intuición un hecho que tal vez muchas mujeres ni siquiera aprehendiesen en el curso de su vida. Sintió a una mujer madura atrapada dentro de su cuerpo de 19 años.

Si supiese pintar (y aquí envidiaría a Wenzhou cuando le conociese) lo dibujaría todo. La tarde, el regreso a través del bosque, las aves, el sol cayendo, la mirada perdida de su primer amante, los ojos serenos de ella; pero sobre todo dibujaría su cuerpo y el secreto de las cosas que recién descubría. Aún así le gustó la idea y la quiso registrar como podía. Encendió la computadora y escribió: Los amores inútiles.

Por supuesto que no tenía la intención de escribir más que unas cuantas frases cada vez que sucediese algo; nada trascendental. Pero de repente se le ocurrió que siendo tan joven todavía su etapa de aprendizaje apenas iniciaba. Agregó la nueva palabra porque le agradó su brillo: Fábula. Quizá no aprendiese nada, tal vez a partir de ahora únicamente llevase el registro de una sucesión de contradicciones, de sinsentidos y futilidades. Porque después de todo, ¿qué enseñanza podría obtenerse de algo tan inútil como el amor?


Escrito por Pável, 4:07 PM