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27 de Octubre 2002
Un final
1.
Aquella tarde frente al mar la claridad parecía intensificarse con el transcurrir de las horas. El Diablo aguardaba impaciente, sentado en una de las sucias bancas del malecón. Trataba de encontrar la manera de trastornar los puntos cardinales. La ausencia de gaviotas le daba al ocaso una tonalidad bizarra; cúmulos y nimbos presagiaban una tormenta. Cuando el sol cayó en el mar toda el agua del océano se fue por el orificio, aullando al tiempo que moría en remolinos. Un marino falleció en el lugar del espanto; los perros huyeron al interior del pueblo; los cocoteros mutaron del verde a un amarillo enfermo, pero el Diablo siguió observando. ¿Qué era lo que observaba? Frente a él se desarrollaba la siguiente escena, con absoluta independencia respecto a lo ocurrido en el mar: Dos personas se reunían en la playa, lo suficientemente emocionados como para cubrirse cada uno con las lágrimas del otro, en lo que parecía un abrazo interminable. Después de unos momentos uno de ellos separó el cuerpo del otro del suyo propio y con paso firme dio la vuelta y se alejó en dirección al este. El otro cayó de rodillas y siguió llorando sin comprender muy bien lo que estaba ocurriendo.
No sé si aquella persona continúa sumida en su confusión. Ni siquiera el Diablo lo sabe; después de diez minutos de contemplar a quien fue abandonado, se marchó. Al hacerlo, se preguntaba irritado: ¿Qué es lo que iba a hacer?
2.
¡Dios mío! ¿Qué es lo que iba a hacer? se atormentaba el prisionero, de cuclillas en un rincón de la celda. Hacía unos momentos había despertado, y la humedad del lugar le provocaba un insoportable dolor en las articulaciones. Era este dolor el que le impedía recordar. Todos los pensamientos que en ese momento le asaltaban se parecían más a una lamentable colección de incoherencias, en lugar del plan establecido meticulosamente por una mente que fue brillante. De repente sintió asfixiarse, y era por su propia angustia en la penumbra. Porque el tormento mayor, la prueba irrefutable del sadismo de sus captores era haber mantenido su celda con escasa luz. Él hubiera preferido la oscuridad total. En ese ambiente cada sombra era un escorpión, una tarántula, una sierpe; cada difusa silueta era el espejo y recordatorio de su propia muerte. No sabía cuándo vendrían a buscarlo; tenía la cruel certeza que sería pronto. Estaba llorando y temblaba. ¡Nunca debí dormirme
nunca debí! Y es que unos minutos antes de sucumbir ante el cansancio había llegado a la feliz conclusión de que se salvaría, de que saldría de la pesadilla y volvería a encontrarse con ella. Unos minutos antes de dormirse había imaginado cada paso que lo conduciría inexorablemente a su liberación; todo era claro, seguro, simple. Pero cayó dormido, y al despertar se encontró a sí mismo adolorido por la humedad y lacerado por su propia confusión mental. ¿Qué es lo que iba a hacer? ¡No debí dormirme!
Cada golpe de viento en la puerta le hacía pensar en los hombres que vendrían a buscarlo. Muchas veces sucedió lo mismo, hasta que oyó o imaginó claramente unos pasos acercándose. Su percepción se confirmó cuando la puerta comenzó a moverse. Su desesperación en ese momento fue incontrolable; comenzó a arrastrarse y a gritar, a golpear las paredes como un maniaco, hasta dañarse las manos. Lo tomaron de las piernas y lo sacaron; él ya no tenía fuerzas para resistirse. Fue arrastrado a través de las piedras del patio, conducido hacia el sitio de su ejecución. No dejaba de preguntarse adónde se habían ido sus planes. Un pensamiento final lo enloqueció justo cuando el verdugo cubrió su rostro: ¿Y si no podía recordar nada porque nunca había planeado nada? ¿Y si aquella supuesta salvación elaborada poco antes de dormir no era más que un sucio juego de su memoria, un espejismo de la conciencia?
Aún tendría tiempo para tratar de averiguarlo.
3.
No pienso dejar de escribir pensaba en ese momento. También pensé qué ciudad tan asquerosa, y lo pensé conciente de cuánto amaba y cuánto me sentía atraído por la decadencia de la urbe. Estaba saliendo de la ciudad de México, por la carretera a Toluca, octubre de 1998. Hacía 15 años que no regresaba a la ciudad de México y en ese momento mi paso era trasladarme de una terminal de autobuses a otra, y salir hacia la carretera de pinos. Llegaría a Toluca y me regresaría; solo quería trasladarme en ese trayecto, moverme en la neblina del atardecer, sentir que me perdía. Cerraba los ojos para mejor recordar o mejor confundirme en un sueño lúcido acerca del clima y del paisaje que aún percibía a través de mi infancia, de un sol que nunca existió (o nunca recordaba) cuando tenía nueve años. Y en ese momento, así, con los ojos cerrados, seguía pensando
tanta concentración para corregir una y otra vez lo que estaba escribiendo, para hacerlo más digerible, para que comprendieses
pero ¿era necesario que comprendieras? ¿Que conocieras todos los pormenores de la historia? Además de innecesario, era imposible. Después de todas las correcciones sólo te quedarías con un fragmento. ¿Para qué querrías conocer los detalles? Y yo también, ¿para qué querría conocer tus detalles? Siempre nos quedaríamos con esta imagen incompleta, arrastrándonos a tientas, en un peligroso acto de trapecismo al tener que tomar estas decisiones contando con tan escasa información. ¿Me voy o me quedo? Apenas hace unos días me decías que de las palabras y los actos nada queda, pero ¡qué diablos! Me parece justo que alguien cuenta la historia o haga una historia de todo esto; no tanto por lo que pueda ofrecer al probable lector, sino por lo que pueda ofrecerme a mí mismo. El acto esencial, el acto puro entonces sería la práctica del egoísmo. ¿Me voy o me quedo? Unos días atrás me decías: Sé que algún día te irás y no quiero arriesgarme a que un día te canses y me dejes. Si hubieras sabido que en aquel momento dependía de tu decisión. Sin embargo, rápidamente aprendí a considerar lo que era bueno para mí, y no sólo lo que era bueno para ti. ¿Y si me hubiera quedado? No.
Había frío. Anochecía. Estaba en la carretera a Toluca, entre los pinos otra vez. Pero al abrir los ojos me encontraba solo con el conductor, quien estacionaba el autobús en la terminal de un pueblo, y no de una ciudad. Eso no era Toluca. Servido joven, Ixtlahuaca ¿Dónde rayos era Ixtlahuaca? El pánico hizo presa de mí, bajé aprisa. Mientras caminaba hacia la ventanilla para adquirir un boleto de regreso me reprochaba a mí mismo el haberme quedado dormido. Nunca debí. La cortina estaba cerrada. Lo sentimos, boletos y viajes hasta mañana me dijo el empleado despidiéndose. Me dirigí al guardia. No hay hoteles aquí le sugiero que salga a la carretera. Puede que alcance el último autobús que viene de Querétaro y llega hasta el D.F.
¿Y si no lo alcanzo?
4.
¿Qué resolviste finalmente? me preguntó Luis. Me encontraba ya instalado en su casa en la Ciudad de México, un día después del incidente en la carretera.
Bueno, el famoso autobús de Querétaro nunca pasó. Busqué como desesperado un taxi hasta encontrar uno. ¿Sabes que en ese lugar no hay teléfonos? Es de lo más extraño. Me costó un dineral, pero me llevó hasta Toluca, a un hotel del centro. No podía quejarme: Al menos había agua caliente y un televisor. Me puse a ver un documental acerca de los reptiles, con cuatro cafés encima. Alrededor de las cuatro de la mañana me acosté mirando el techo y me puse a pensar en el final
¿Qué final?
Estoy escribiendo algo. Un tipo encerrado en una celda, torturado psicológicamente por sus captores. Este sujeto tenía un plan para escapar, el cual olvidó al quedarse dormido por un instante. Al menos eso es lo que de principio ofrezco; no muy original y he de reconocerlo. Lo que me agrada de la historia es que sugiero (o intento sugerir) que quizás el plan nunca existió aunque el sujeto recuerde que tenía uno. Poco antes de su ejecución y como parte de una revelación que enloquecería a cualquiera en esas circunstancias el hombre sospecha que en realidad nunca había elaborado su escape, que se estaba engañando y lo que es peor: Que había estado sufriendo a causa de su propio engaño.
Un giro interesante sería que los captores hayan cultivado de alguna manera ese engaño como parte de la tortura sugirió Luis.
Sí, eso es bueno. De hecho, este sufrimiento mental se debe en gran parte a la capacidad intelectual del sujeto, lo que le haría susceptible de ser víctima de este tipo de martirios mentales. La capacidad intelectual determina el tipo de tortura. Por otra parte, supongo que tengo que rellenar la historia para que no quede en anécdota: ¿Dónde se desarrolla la acción y cuándo? ¿Por qué está encerrado el tipo? En un principio me imaginé desarrollar el relato en la Edad Media, o situarla como una historia de inquisidores
. Descarté ambas por mi falta de conocimientos acerca de las épocas, je je. Los cargos sobre él tampoco son claros: Herejía, necedad, egoísmo. O culpabilidad. Puede alguien ser encontrado culpable de sentirse culpable. Quizá más que tiempo, lugar y motivos quiero describir hechos. Lo que pasó y punto.
¿Lo que pasó? ¿Y si tu historia se desarrolla en algún momento del futuro?
No. Por alguna razón siento que se desarrolla en el pasado, puede ser hace una hora, pero ya pasó.
Me dices que no has encontrado un final pero a mí me parece ya una historia completa: La revelación que le llega al hombre poco antes de su ejecución, que quizá su memoria le hizo una mala jugada me parece un buen final.
Allí tengo un dificultad. Aún no lo ejecutan. Aún queda una posibilidad.
No para el protagonista. Cuando alguien está convencido de su propia muerte, ya está muerto.
Pero él no determina todo. Él no tiene el control total de lo que desea o espera o de sus resignaciones. Además existe otro elemento clave que no te he contado: Él espera, desea volver a ver a la mujer que ama.
Qué barato
Espera. Por eso tengo que encontrar un buen final; algo torcido para dignificar la historia después de haberlo salpicado con ese elemento frívolo y telenovelero.
No me gusta eso de encontrarse con la mujer que ama. Quítalo
No puedo. De alguna manera es la parte medular del argumento. Si este hombre está desesperado es porque tiene (o cree tener) algo por qué vivir. Así que ¿Cómo salvo al tipo de la ejecución? ¿Cómo hago que se reencuentre con ella? O por el contrario ¿qué pasa si la ejecución se culmina? Quiero decir, ¿qué pasa con ella?
Haz lo que quieras. Acompáñame, tengo que darle de comer a la perra.
Lo que me fascina de todo esto dije sosteniendo un platón es que tenemos a un hombre del pasado, el protagonista de mi historia, cuyo porvenir depende de un hombre del futuro (yo, como autor). Y al mismo tiempo lo que a mí me suceda en las próximas horas va a determinar el final que se me ocurra. Y lo que me suceda no depende por entero de mí, sólo en parte.
Luis guardaba silencio, lavándose las manos. Entonces se lo dije.
Tengo que ir a este lugar Le enseñé la invitación que había recibido en la tarde al caminar por la calle.
¿Qué hay en ese lugar? preguntó Luis observando la original invitación, que tenía forma de un billete de diez dólares.
A ciencia cierta no lo sé. No parece una fiesta, parece una especie de representación teatral, o algo parecido, pero dentro de una casa. ¿Reconoces el rumbo?
Parece la Zona Rosa. ¿Quieres ir? ¿Seguro?
Claro dije, disimulando mal mi inquietud por la hora.
Pável, son casi las once de la noche, tenemos que atravesar la ciudad. Yo no tengo problema si tú quieres
Sí, vamos insistí, pensando al mismo tiempo Es una locura.
5.
Efectivamente, el lugar se encontraba en la Zona Rosa. Una calle cerrada con entrada por Reforma. La dirección correspondía a un departamento, en el piso siete de un edificio con ventanas rotas. Por lo demás, parecía ser una calle tranquila, aunque muy poco iluminada. El edificio se caracterizaba por la ausencia de mantenimiento, y muy probablemente el departamento había sido rentado para este día en particular. Llegamos a la entrada y tocamos el timbre. Lea lo que dice su invitación nos ordenó una voz del otro lado. Leí en voz alta: Es verdadero sin duda y cierto: Lo de abajo se iguala a lo de arriba, y lo de arriba a lo de abajo, para consumación de los milagros del Uno. La puerta se abrió y entramos. En el vestíbulo confirmé la primera sospecha: El lugar se estaba usando exclusivamente aquella noche, ya que los elevadores no funcionaban y había cables y vidrios por doquier. Subimos por las escaleras. La puerta estaba abierta y en el interior del lugar se había dispuesto una especie de escenario; una nutrida audiencia esperaba sentada en el piso el comienzo de la representación. Parecía gente bastante normal, jóvenes la mayoría, aunque el bochorno y el humo de los cigarros hacía bastante denso el ambiente, a pesar de las ventanas abiertas. Me sorprendieron las dimensiones del lugar, pues era mucho más grande de lo que por fuera podía parecer. Algo me repugnaba: Todo era demasiado blanco. Las paredes, las mesas, inclusive la mayor parte de las botellas y las bebidas. Qué gente tan sana ironizó Luis, o habló en doble sentido Todos tomando leche.
No creo que sea leche; al menos no leche sola
Sujetas a las esquinas de las paredes había cabezas, manos y pies de maniquíes, blancos también. La música de piano proveniente de algún reproductor se perdía casi totalmente ante el murmullo de las pláticas. Comenzaba a examinar de manera más minuciosa el lugar cuando las luces y la música se apagaron. La gente guardó silencio. Luis se sentó en el piso. Como estábamos hasta el fondo, pude permanecer de pie sin obstaculizar la vista de nadie. Dos personajes aparecieron en escena. Uno de ellos vestido como una especie de aborigen sudamericano, con una especie de falda, descalzo, con un gran tocado en la cabeza adornado con huesos. El otro personaje parecía ser un hombre de paja; incluso su rostro estaba totalmente cubierto. Comenzaron a conversar entre sí, y yo divisé una habitación detrás del escenario, que me pareció habilitado como el camerino. Estaba encendida una tenue luz azul.
Ahora vuelvo le susurré a Luis, quien asintió en silencio. Me desplacé entre los espectadores y pasé por detrás de la representación. Entré al cuarto y no me había equivocado. Había una cama y frente a ella un enorme tocador lleno de distintos tipos de maquillaje, y otros utensilios en los cuales no pude fijarme bien a primera impresión. No pude porque, sentada en medio de la cama y frente a la puerta por donde entré se encontraba una mujer muy joven, casi una adolescente a juzgar por su apariencia.
Hola dije sonriendo y tratando de ser amigable ¿no interrumpo?
Para nada respondió ella sonriendo también Todavía falta tiempo para que me toque a mí
Ah
no quiero ser molesto. Nada más quería ver el lugar. Si quieres me voy
No. Quédate. Siéntate.
Me senté junto a ella. Le pregunté su nombre. Cuando me dio la respuesta me puse a mirarla con más atención, para determinar si ella era un chico o una chica.
Me llamo Ariel
No estaba seguro, pero me inclinaba más porque fuera mujer. Entonces recordé algo, y se lo dije.
Ayer estaba viajando, y me quedé dormido en el autobús. Fue bastante estúpido, porque cuando desperté ya me había pasado del lugar donde debí bajarme. Pero soñé algo mientras dormía, ¿sabes? Creo que soñé con este lugar.
Ariel sonrió. Entonces mi duda se disipó. En su sonrisa vi que era mujer. Y para hacerme el interesante, le dije lo fatal.
Tú estabas en el sueño también.
Cuéntamelo me pidió.
No lo recuerdo bien, sólo fragmentos
Entonces vamos a hacer una cosa dijo y se puso directamente frente a mí. Vas a cerrar tus ojos y así recordarás mejor. Tómate tu tiempo
Pero
Puso su mano frente a mis ojos, y los cerré.
Cuéntame
Comencé hablando lentamente, haciendo grandes pausas de silencio. Luego fue más fluido.
La escena comienza en mi habitación, que es esta misma habitación. Sí, esta recámara la sueño en mi propia casa
esta cama y el tocador. Yo me encuentro sentado, leyendo. Tocan. Entras tú acompañada de dos hombres. Pasas hasta mi cama y te sientas, los hombres también entran, pero van cargando un baúl
un baúl que parece ser bastante pesado, como de caoba con incrustaciones de marfil o hueso. Recuerdo bien las incrustaciones. Ellos van a un extremo de la habitación y mientras tú y yo comenzamos a platicar, así como estamos ahora, sentados en esta cama. Ellos abren el baúl y van sacando objetos y acomodándolos donde pueden. Me llaman la atención unos cuatro o cinco cráneos que depositan sobre una mesa de madera, en fila. Los cráneos tienen los huesos numerados, dos de ellos inclusive tienen remarcadas las líneas de las uniones entre los huesos. Sacan vísceras y figuras de cera, velas, cadenas, pinceles y cinceles
La plática entre nosotros comienza cordial, amigable: Charlamos un poco de nuestros trabajos y luego de asuntos más personales. Recuerdo que en el sueño hablamos tanto en francés como en español. En cierto momento del diálogo, noto que tú comienzas a ser presa de cierto nerviosismo. Para ese momento, los otros dos visitantes han dividido mi habitación en dos secciones mediante una tela gasa, similar a las que se usan para hacer mosquiteros. Ellos también se han maquillado y cambiado de vestuario, portando yelmos a la usanza de los conquistadores españoles. Noto que mi cama está llena de confeti; me disculpo contigo apenado por el hecho, pero tú me dices que no tiene importancia. En ese momento me doy cuenta que el confeti en realidad está cayendo de tus propias ropas. Deduzco entonces que tanto tú como los hombres están viniendo de alguna fiesta.
He comentado que nuestra conversación había comenzado cordial y después te pusiste algo nerviosa. Aunque no recuerdo exactamente nuestros parlamentos, sé que hablábamos sobre los temas de la separación y la identidad. En cierto momento, tú comienzas a preguntarme cosas relacionadas con mi pasado; me preguntas a qué se dedica mi padre. Te contesto que está jubilado, y en ese instante los otros dos personajes atraviesan la malla y te susurran algo en el oído. Tu rostro palidece, miras a través de la tela y yo sigo tu mirada. Descubro que sobre la cama existe el vestuario de un rey (túnica, cetro, corona
) Mi cuarto para ese momento se ha transformado ya en una especie de camerino, o comprendo que siempre habíamos estado en una especie de camerino. Cuando vuelvo a observarte, tus acompañantes te han colocado la túnica; por un segundo tu rostro se ha transformado en la faz de un hombre delgado, barbado, con una mirada tristísima; pienso inmediatamente en Cristo momentos antes de ser flagelado por primera vez. Segundos después eres tú misma nuevamente; te echas sobre la cama y rompes a llorar, cubriendo su rostro, mientras ellos te colocan la corona. Acerco mi mano a tu brazo intentando consolarte, pero me detienes con un grito: Ne me touche pas!
Qué horrible digo y hago una pausa. No recordaba que fuese una pesadilla.
Dime cómo termina susurró Ariel, y algo había cambiado en su voz. Yo permanecía con los ojos cerrados.
Termina en que me levanto y me dirijo a uno de los hombres. Le pregunto a qué hora es la función. A las nueve, me responde. ¿Necesitan que los deje solos para que terminen de preparase? pregunto. No, no es necesario.
Quiero abrir los ojos pero ella pone su mano encima. Dime qué piensas me pide.
Es interesante el momento en el cual intento tocarte el brazo durante el sueño. Aunque yo mismo crea que mi gesto durante el sueño fue motivado por el consuelo, realmente podría tener una connotación sexual. Tocarte el brazo o la mano quizá era el primer paso que me llevaría a abrazarte.
Estaba hablando con una increíble soltura ante una desconocida. Como hipnotizado.
Cuando rechazaste que te tocara, no sentí que tu gesto fuese en contra mía: En mi sueño significaba que tú te sentías indigna de que yo te tocase. También pienso que el grito de ¡No me toques! provino de mi interior. Es decir, que yo me detuve.
¿Me quieres tocar? preguntó sin quitar su mano de mi rostro.
¿Qué?
Podemos terminar lo que comenzamos
¿Qué comenzamos?
Todo depende de ti dijo, y en ese momento quitó su mano de mis ojos. Cuando los abrí, ella estaba vestida de manera diferente. Tenía puesto el traje del rey. Dos jóvenes estaban en la puerta.
Hora de la función dijo, y en su rostro tenía la misma triste expresión del sueño. Me confundí. Yo temblaba. Ella temblaba.
No te preocupes susurró Vinieron a liberarme, y en escena voy a reunirme con mi amado
Se levantó y salió. Una horrible incomodidad me envolvió y salí pegado a la pared, evitando verme el rostro en el espejo. Llegué hasta Luis. Vámonos
Esto está interesante dijo él, pero al ver mi cara decidió seguirme. Antes de salir por la puerta alguien me tomó del brazo. Por favor me dijo ese alguien en la oscuridad nunca le creas a alguien que te dice que todo depende de ti.
Solo volví a respirar cuando alcanzamos la calle.
6.
Creo que fue el cambio de clima. La misma semana del episodio de la puesta en escena enfermé, y lo atribuí al cambio de ciudad. Ya no viviría más en el trópico; me quedaría unos años en la Ciudad de México. Tenía náuseas y no quería salir de la cama. Al menos eso me sirvió para pensar en un final. Pero en un final para todo.
¿Son los finales unas liberaciones? con esa pregunta abrí la conversación una noche.
De qué hablas dijo Luis.
De cualquier cosa. Relaciones, historias
. Cuando terminamos cualquier cosa, ¿algo se libera? ¿Alguien se libera? O pensemos al revés: Cuando liberamos algo
¿le estamos dando una especie de fin?
Tienes fiebre otra vez. Deliras.
Sólo una cosa más: ¿Te das cuenta del paralelismo? Hablo de la chica del camerino. Creo que estaba encerrada
alguien la fue a liberar, podría jurar que ella usó esa palabra
pero, ¿qué clase de liberación pone tan triste a uno?
Quizá ya estaba concentrada para salir a escena y por eso te pareció triste.
Si cuando le ponemos fin a algo quiere decir que obtenemos una especie de libertad, y si la libertad es algo deseable
¿por qué nos entristece?
Tómate esta pastillita
Silencio de un minuto.
Oye Luis, ¿y supiste qué obra era?
Algo llamado El martirio de los metales. Por cierto, ¿ya tienes el final para tu historia?
Sí.
7.
Nos quedamos al borde de la ejecución. El protagonista espera el golpe final con el rostro cubierto y una confusión mental insoportable. Ha tardado unos segundos en percatarse que la ejecución no se ha llevado a cabo, que hay gritos a su alrededor. Alguien cae sobre él. Se esfuerza por ver, pero no puede. Es tomado de los brazos y arrastrado nuevamente, siente la humedad de una sangre que sabe no es la suya. Está afuera. Le quitan el capuchón y el sol le hiere el rostro. Ahora sabe que ha sido liberado. ¿Sabía que lo rescatarían y era eso lo que había olvidado? ¿O nunca lo supo y todo fue una casualidad? ¿Cuál es la diferencia entre las cosas que sabemos y las cosas que creemos saber? ¿Es posible aceptar la incertidumbre sin sufrir?
Sus salvadores le comunican que ella le está esperando en la playa. Ella. Por fin. Se reunirán, se abrazarán. Estarán siempre juntos.
Queridos señores, amigas: Eso no sólo depende de él.
El final de esta historia es el fragmento número 1 de este relato. Ahora estoy algo cansado para transcribirlo aquí. En este final se introduce un personaje adicional, un mero testigo que no influye en los hechos. De hecho, es impotente para influir. Es el Diablo que por casualidad se encuentra sentado en una banca del muelle, en la misma playa donde se encuentran los amantes. El Diablo se encuentra muy ocupado mentalmente, tramando algo, pero lo que observa sobre la arena le distrae de sus planes: Los amantes se han encontrado, se abrazan y se besan llorando. Él, antes prisionero, le toma las manos a ella. En un breve instante ella susurra algo a su oído y él parece no creerlo; se congela. Ella se separa, le da un beso y se aleja en dirección al este. El Diablo queda estupefacto observando a ese tipo que se queda allí patéticamente arrodillado y llorando presa de sus propios engaños, de sus propias ideas, de sus propias ilusiones e interpretaciones.
El Diablo espera un rato, luego se levanta y se va algo molesto por la distracción. Y al igual que él yo me pregunto:
¿Qué es lo que iba a hacer?
Iniciado el 27 de octubre de 1998
Terminado el domingo 27 de octubre de 2002
00.54 hrs
Pável Osorio Belmon ©
Escrito por Pável, 1:35 AM