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29 de Abril 2002
Más carreteras perdidas
¿Obtener el secreto de la propia identidad implica pagar con la razón? O dicho de otra manera, ¿es totalmente insano e insensato embarcarse en la aventura interior? Si quisiera concluir algo después de ver Mulholland Drive, creo que a eso hubiera llegado. Pero quizá con <Lynch no tenga caso sacar conclusiones.
Convertido en un verdadero y original maestro en el arte de crear atmósferas inquietantes (y en esta cinta en particular llega a cimas inusuales) Lynch parece saberse ya de memoria la más tortuosa de las carreteras que forman la mente humana: Aquella que intenta llevar del miedo a la lógica, del sinsentido a la adaptación perceptual. El maldito nos deja a medio camino y solos, en medio del espanto psicológico más absoluto y desolador, a ver cómo nos las arreglamos.
Todas las películas de Lynch a partir de Blue Velvet, parecen encontrarse en esta su más reciente cinta. Allí están los numeritos cantados en centros nocturnos siniestramente coloreados; las atmósferas sonoras y las habitaciones vivientes de Lost Highway; el enano enclaustrado en tapices rojos de Fire Walk with Me, el humor sangriento y realista, los personajes alienados y alienantes, y por supuesto, la carretera, el viaje desquiciante hacia uno mismo.
Si bien no alcanza la perfección narrativa de Lost Highway (MD deja muchos cabos sueltos, si es que puede hablarse de cabos sueltos en la expresión lynchiana) esta nueva cinta tiene aspectos diferenciadores respecto a sus hermanitas; un refinamiento del terror expresado en elementos poco explotados anteriormente por el director (un detalle para ejemplificar: El señor prácticamente nos puede hacer orinar de miedo haciendo que una de las protagonistas, en pleno trance lésbico, se ponga a hablar en otro idioma).
Por si fuera poco, después de recetarnos prácticamente dos horas de convencionalidad a lo Lynch, nos sale con otra espectacular (aunque ya usada) vuelca de tuerca para provocar que terminemos de arrancarnos los cabellos y las uñas. Puesto que el Lynch es candidato seguro a una casa de salud mental, de la cual ha declinado ser huésped con la amabilidad que le caracteriza, al menos propongo que le sometan a terapia laboral, haciendo muebles para sus vecinos.
En resumen, y es claro que sólo puedo llegar a una clara conclusión después del daño sufrido:
Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. Ese señor está enfermito. 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Escrito por Pável, 2:37 AM
12 de Abril 2002
El Festival, un domingo enfermo y el cadáver de la señora
Domingo 7 de abril, 2002
Me despierto a las 10 de la mañana (horario de verano). Me dormí a las 5 de la mañana. La perra reclama sus alimentos, se los proporciono somnoliento aún. Regreso a la cama a mirar el techo. Me da por ponerme anacrónico y oír a Oasis, dios me perdone. Estoy un poco, cómo decirlo, deprimido.
Una ligera infección en la garganta, y un cansancio anímico me han sorprendido en esta ocasión, con la suficiente impertinencia como para desear caer en coma durante unos meses, hasta que pase la guerra. Tomo la revista Letras Libres del mes de abril, comienzo a leer un artículo muy bueno que me anima un poco, acerca del negocio de la pornografía en los Estados Unidos. La espiral de violencia que asciende con el sexo, lo que más vende hoy en día. Conozcan a un sujeto que se hace llamar Khon Tusión, e imaginen cuál es su papel dentro de la trama de la peli porno. Sí, dentro de la trama. Conozcan también el truco favorito de Max Hardcore, quien solo necesita de un dilatador, una manguera y la orina propia para sus divertimentos. En fin, conozcan a la tierna Chloe, protagonista de Wellcum to Chloeville , y ostentadora del título de Reina Anal de Los Ángeles.
12 horas.
Voy a buscar mi ropa a la lavandería, paso por unas tortillas y compro La Jornada. Cuando regreso a casa, caliento algo de comida y me siento a leer mientras degluto. Cosas pasan en Belén, y no escucho que Europa diga algo. Los franceses están algo ocupados (¿aburridos?) con su decena de candidatos presidenciales. Ah, sí, Blair. Tony dice que Georgia puede contar con su apoyo contra Saddam. Me dirijo lentamente al cuarto donde se encuentra la computadora. Entro un poco a internet y me tropiezo con el Evangelio de Judas. Prefiero salir y acostarme un poco; tomo una revista de estadísticas. Leo un estudio que pretende hallar una función útil a todos los no respondió de las encuestas. Hay que ver que existe gente que se ocupa de todo, dios bendito. Pongo The Bends, de Radiohead, y dormito.
15.30 horas.
Me despierto un poco aturdido por una confusa sucesión de imágenes que no logro capturar con eficacia. Alguien, en el sueño, me dejaba por herencia unas figuras de yeso, tamaño natural (bueno, quiero decir que con altura humana). Por alguna razón estas figuras de yeso, que semejan santos o vírgenes, se encuentran semienterradas en al arena. Luego me veo transitando por mi calle, el Eje Central, es algo así como el atardecer y de buenas a primeras observo a un joven, unos diez metros delante de mí, tirando balazos al cielo. Entro en una cocina económica. El encargado y un servidor nos tiramos al piso, y asomamos tímidos nuestras cabezas a la calle; más balazos, gente corriendo. ¿Arrocito joven? es la frase con la que rompe el hielo. Al despertar, caigo en la cuenta de que los balazos son en realidad los azotes que mi perra da sistemáticamente a su platón metálico; feo chantaje que practica desde hace tiempo para que uno le haga caso. De repente, me viene a la cabeza la imagen de Bolsa Escrotal interpretando Stairway to Heaven.
17.40 horas.
Sigo tirado en la cama. Intento dilucidar porqué agarré esta inoportuna infección en la garganta. Sí, claro. Durante toda la semana estuve frecuentando el Zócalo, por un minifestival de cortometrajes que tenía lugar todos los días a las ocho de la noche, al aire libre. Llovía. Todos los días. Bueno, vi cosas buenas, y otras no tanto, como diría Russell. Los peor fueron los cortos españoles, con esa manera tan espantosa que tienen de hablar, y aparte en caló. Hubo un filme franco-canadiense bastante locochón, filmado a blanco y negro: Imaginen una especie de homenaje, desde la perspectiva de unos nórdicos, a las películas del Santo. Con sus extraterrestres chafas, sus laboratorios chafas, sus peleas chafas y hasta sus zombis chafas. Una verdadera delicia. Los cortos mexicanos estuvieron bastante bien, aunque nos recetaron ¡tres veces! el de por sí conocidísimo En el espejo del cielo, del Carlos Salces. Está bueno, pero ya chole. Mención especial merece uno tapatío de animación, y otro chilango en la jornada del viernes. Resulta que el protagonista de este último era una niño chemito, en la ya socorrida anécdota del asalto en el microbús. Lo curioso del asunto es que, en la escena donde el niño es atrapado por un policía citadino, va resultando que los verdaderos niños chemitos que transitaban a esa hora en el Zócalo se van juntando a ver la escena. El policía de la película baja al niño del microbús y comienza a golpearlo fuera de sí. Los niños callejeros se encabronan y gritan como si su enojo tuviera efecto sobre la pantalla. Los polis que circulan por allí se ponen algo nerviosones. En el corto mientras tanto, unos ambulantes detienen al policía golpeador, y le hacen huir. Entre los espectadores, se reúnen también los ambulantes, y aplauden a sus similares de escena. Para ese momento, entre vagabundos, ambulantes y niños chemitos se ocuparon ya todas las sillas disponibles.
Sí, me he mojado con la llovizna pertinaz de estas tardes. Además, justo ayer que me quitaba de la última función del Zócalo, me dirigía al metro a paso veloz y con la mirada al piso. Choqué con alguien. Levanté la mirada para pedir perdón. Me crucé con la mirada de una joven, con una sonrisa, digamos, entre coqueta y diabólica. Sé lo que estoy diciendo. Me quedé petrificado un rato. Probablemente esa mirada también me enfermó un poco, y ha hecho que este domingo me encuentre sin espíritu, atado a la cama. Ya escribo algo al respecto.
Con esta última idea en mente, vuelvo a caer en el sueño.
19.55 horas.
Despierto y tomo una ducha caliente. Recuerdo que tengo que terminar un cuestionario para mañana temprano, asuntos del trabajo. He tenido todo el maldito día para hacerlo, y mucho me temo que mi desidia me va a llevar a desvelarme, por algo que bien pude haber terminado en un par de horas. Tomo un libro de Marketing Político, y leo un rato. Ay.
20.26 horas.
Nuevamente escuchando The Bends.
22.34 horas.
Me sorprendo un poco al reconocer a Mario Almada en el Canal 22. Descubro a los cinco minutos que se trata de La Viudad Negra, película de Ripstein bastante curiosita, con Isela Vega en el protagónico femenino, como la susodicha viuda. Ripstein no pierde oportunidad para regalarnos con las (en aquel entonces) generosas y legendarias glándulas mamarias de la señora. Eso me aburre un poco y deprime más. Tomo un libro de historia del arte y comienzo.
23.16 horas.
Otro vistazo al Canal 22. Mario Almada, en el papel de un sacerdote que cede a la tentación, se encuentra surtiendo a una carnosa Isela Vega, quien posa de gatas sobre la cama y de frente a la cámara. La escena me deprime un poco más. Adelanto un poco del libro de historia del arte. Voy en el paleolítico.
Luis llega a la casa. Le digo que voy a tirarme un poco, y como él se dispone a estudiar, le pido que me despierte cuando él se vaya a dormir. Tengo que terminar ese maldito cuestionario. Apago las luces, me acuesto y me pongo los audífonos con See you later de Vangelis.
Lunes 8 de abril, 03.00 horas.
Luis me despierta. Pongo el despertador a las cuatro de la mañana y cierro los ojos.
04.05 horas.
Soy un autómata sentado frente al ordenador que describe un procedimiento de observación en tiendas de autoservicio. El objetivo: Monitorear el comportamiento de las mujeres que van a comprar tintes para el cabello. Cómo se paran en la tienda, cómo manipulan los objetos, cuántos segundos tardan en leer las instrucciones. Mis prácticas de modificación de conducta llevadas a un escenario que Rosita Osés nunca hubiera imaginado.
06.13 horas.
Si creen que ya estoy de buenas, intenten hacer un nudo doble windsor a sus corbatas a esta hora de la mañana (horario de verano).
09.15 horas.
Llego puntual a mi cita con el gerente de marca de LO. Nuevamente el protocolo de seguridad para acceder a las instalaciones; las huellas digitales y el iris del ojo de la recepcionista. Mi anfitrión es un chino que habla español con acento francés. Como buen oriental, es directo y optimizador del tiempo, así que le expongo directamente mis planes para observar a las señoras en los supermercados. Cerramos el trato.
10.45 a 20 horas.
Vegeto en mi trabajo con unas cuantas tazas de café. Recibo un correo del buen Russell. Otro de mi francesa. Esta será una semana, digamos, bastante entretenida, por no decir brutal. Cuando salgo y abordo el metro, la línea 2 está más lenta que de costumbre. Es que el cadáver está en Bellas Artes, me explican. Sale, pienso.
El festival del Centro Histórico, el festival de todos los años, comienza hoy lunes 8 de abril. Salgo del metro Bellas Artes, intento cruzar la calle y un auto negro se detiene bruscamente, a punto de destrozarme el pie izquierdo. Me acerco a la ventanilla para ver quien es el recabrón desconsiderado. El cristal trasero desciende, una mano femenina se asoma y le pide a una vendedora ambulante que le proporcione un elote, con crema y mantequilla. Así que casi pierdo un pie por un antojito banal de alguna niña riquilla. Me acerco un poco más y descubro que la reciente dueña del elote es la Hayek.
Mmmm.
Salmita.
De riguroso luto. A ver, méndigos, reclámenle algo ustedes.
Hay mucha gente, mucha (por favor, no me hagan definir el adverbio de cantidad, créanme cuando digo mucha). Mucha gente haciendo cola para ver el cadáver. Enrique Krauze dice que la señora que yace es fundamental para comprender la historia de México. Me saca un poco de ronchas esa declaración. Simpatizo en cambio con la de Taibo I, por irreverente: En realidad no existen manifestaciones de cariño hacia esa señora, sino de algo diferente: un respeto cifrado, específico; aquel respeto mezcla de miedo y reverencia que se le tiene a los monstruos, aún después de muertos. Pero definitivamente no encuentra identificación entre esa señora y el pueblo. Es como si la gente que hiciera cola estuviera motivada por acercarse a un ser que en vida era intocable, inaccesible. Pero los organizadores del espectáculo (definitivamente esto de la velación en Bellas Artes es un show) prefieren mantener la distancia apropiada con el ser mitológico: Lo máximo que puedes acercarte al féretro son tres metros, y la caja está cerrada. Aunque claro, siempre puedes saludar al Señor Telenovela si te interesa, al cabo que él si se deja tocar.
Hoy comenzó el Festival en Bellas Artes, con una gala de ópera de Wagner. En el vestíbulo, el cadáver de una señora de Polanco que hoy en la madrugada murió mientras dormía; en el interior, Sasha Sökol en su papel de joven culta, prologando la gesta del nibelungo.
Pável
Rosas a tres por cinco pesos, biografías de editorial Clío, fotos en blanco y negro (muchas con un Jorge Negrete más que sonriente), chicles, cigarros, palomitas, chocolates y los ya mencionados elotes, entre la oferta de los ambulantes para los dolientes que hacían cola.
Escrito por Pável, 2:01 AM