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12 de Junio 2005

(5) Los eventos comenzaron a relacionarse. O mejor dicho, las relaciones entre los sucesos terminaron por emerger tímidamente, puesto que siempre han estado allí. Y hay días buenos para reconocer estas relaciones. Pero su conciencia no siempre nos otorga un nivel más alto de comprensión; al contrario, miles de dudas nuevas convierten lo cotidiano en un campo minado.

El Virtuoso se gradúa el martes en el Conservatorio. Su invitación al examen final me hizo recordar el café Tamayo, los días cuando iba a verlo tocar. El café Tamayo está en el centro de Tlalpan. Todo ese día (sábado) estuve pensando y recordando el lugar.

Cynthia estaba en el centro de Tlalpan aquel mismo día. Ahí la encontré junto con otra amiga suya. Estuvimos platicando un rato en un café cuyos platillos tenían nombre de directores de cine. Quiero decir, no es lo mismo un sándwich Buñuel que uno Tarkovski. Hay estómagos para todo. A las nueve cruzamos al Tamayo. Raquel, la amiga de Cynthia, tenía que encontrarse por el rumbo con un amigo suyo estudiante de antropología. Él nos alcanzó momentos después. Alrededor de las once y media salimos de nuevo a la plaza. Raquel y su amigo esperaban el mensaje de un amigo suyo que les avisaría de una fiesta por el rumbo; un tal Uriel. Hice una broma y dije que el nombre me evocaba unas enormes alas y una espada flamígera. Ellos me dijeron que en lugar de alas más bien eran rastas. Les dije que tenía que pasar a mi casa y les dejé mi número para que me avisaran en caso de concretarse la fiesta. Cynthia se despidió también y nos fuimos en el mismo taxi. Hicimos una parada en mi casa, recogí dinero. Luego seguimos hasta casa de Cynthia. Cuando llegamos yo también bajé para acompañarla hasta la puerta, a pesar de que regresaría a casa de inmediato en el mismo vehículo. Hay un par de frases mediante las cuales Cynthia y yo solemos despedirnos. Yo digo "Cuídate" y ella dice "Vos también". Entonces, cuando ella dijo en esta ocasión "Vos también" con su tono tan dulce, casi sucedió un milagro. Una fracción de segundo el tiempo se suspendió para mí y por primera vez vi realmente a Cynthia. De inmediato comprendí que algo tan importante como perturbador me estaba sucediendo y di un paso atrás. Este pasó llevó automáticamente a mi retirada. Una duda se despejó pero un enjambre de preguntas me asaltó a la vez. La duda despejada fueron los desencuentros en Avenida Reforma. No había podido reconocer a Cynthia aquella vez porque realmente nunca la había mirado. Una venda había cubierto mis ojos todo este tiempo. Recordé una escena en una novela de Salgari, Miguel Strogoff, que siempre me había estremecido de niño: A Miguel le ponen la hoja de un cuchillo ardiente sobre los ojos con el objetivo de cegarlo. Pero al contrario, Strogoff sigue mirando. Algún suceso en la velada de Tlalpan, alguna acción, alguna palabra, algo había sido para mí el cuchillo ardiente que desactivó el mecanismo de mi ceguera y me hacía mira ahora mejor, diferente. Pero las preguntas llegaron en tropel. ¿A cuántos más no he visto? ¿Cynthia me ha visto realmente? Si no es así, ¿me verá algún día? ¿Antes del siguiente terremoto? ¿Qué debo hacer ahora?

Regresé a casa pero comprendí que no podría quedarme encerrado en aquellos momentos. Demasiado inquieto aún, sentí la punzada del hambre. Fui a Los Parados en Monterrey y Eje 3. Después tomé un taxi y fui al Centro Histórico, donde se me va haciendo costumbre caminar de noche para pensar. Vagué un rato y sobre Madero llegué a Motolinía. Recordé el antro del número 33 y entré. Un vez en el interior compré una cerveza y me puse a deambular entre la multitud que danzaba frenética. Busqué. Revisé los rostros, escudriñé las miradas. Nada. Vacías. Estuve caminando como media hora. Luego me derrumbé en uno de los muebles todavía sin terminar la primera cerveza. Cerré los ojos, quise concentrarme en un punto luminoso, pero la música golpeaba mi cuerpo y era difícil concentrarme. Así que decidí mejor relajarme, terminar la cerveza sin abrir los ojos. No sé cuánto tiempo estuve así, tal vez dormí un poco. No había dormido la noche anterior. Finalmente decidí que no encontraría ninguna señal en aquel lugar, que quizá en la calle hubiese más signos. Me levanté con la intención de ir al baño y largarme. Al salir a la terraza me encontré con un nutrido grupo de gente alrededor de una esquina, muchos tomando fotografías de algo, riendo estruendosamente. Creí que alguien famoso estaba en el lugar diciendo payasadas o algo así. Me acerqué a medida que los flashazos se multiplicaban. Me abrí pasó y lo único que había era un par de turistas ebrias, sentadas en el piso, repartiendo besos y caricias a quien quisiera. Y había fila para recibirlas. Los parroquianos estaban encantados, algunos hasta filmaban. Las tipas casi habían sido despojadas de sus ropas o quizá ellas mismas lo habían hecho. La escena me causó una mezcla de gracia y aversión; un asco divertido o una diversión decadente. Hasta que vino un gran flashazo muy cerca de mí (la cámara de un reportero supongo) y vi el reflejo de una silueta contra la pared. Entonces puse más atención a las sombras proyectadas. Ahí apareció mi señal. Nunca me había encontrado con la entidad que tenía enfrente, pero me pareció familiar. Todos ellos deben tener algo en común, supongo. Su nombre llegó de golpe a mi cabeza, o quizá sólo fue una asociación de lo que estaba sucendiendo aquella noche. Pero el nombre, repito, llegó.

Ariel.

La sombra señalaba hacia el piso. Leí mientras los flashazos duraron. Entendí que tenía que hablar con Cynthia. Tan pronto como fuese posible. Decirle algo y entregarle un documento de hace muchos años; un ejercicio de escritura automática que menciona a Ariel y que menciona a Buenos Aires. Luego vinieron a mi cabeza otros datos cruciales. Vino la imagen de Cynthia comiendo una ensalada cuando nos vimos en la Condesa. Cynthia es zurda.

Cynthia lee hebreo.

Cynthia conoce a Lena.

Entré a casa a las cuatro de la mañana, me tiré en el sofá. No dormí. A las ocho de la mañana le envíe un mensaje a Cynthia; le invitaba a comer, le decía que le hablaría un poco más tarde. Le hablé a las diez. Me dijo que confirmaría más tarde. Después me avisó que no podría. Yo había olvidado que ese mismo día se mudaba de piso, y que por la tarde iría a un espectáculo de danza.

Estoy escribiendo esto en mi agenda, a las afueras de Bellas Artes. Son las 18:45, el sol se está poniendo a mi derecha. Quiero creer que llegué aquí en automático, pero sé que no es así. De todas maneras, si Cynthia pasara junto a mí estoy casi seguro que no me reconocería.

Publicado por Pável 12 de Junio 2005 a las 03:39 AM