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8 de Junio 2005

(3) El asunto de Coyoacán estuvo como sigue:

Cenamos en el mercado. Ángela probó los refrescos de fruta sin gas, y por supuesto no pudo con las salsas picantes en las quesadillas. Ángela quiso caminar después de la cena. Entonces atravesamos el jardín y Avenida Centenario para tomar Francisco Sosa hasta el Parque de Santa Catarina. De regreso tomamos por la calle Aurora, luego Xochicaltitla donde me equivoqué y tomé Tres Cruces, lo cual nos hizo aparecer en Miguel Ángel de Quevedo que a esa altura se torna un poco sórdida. Entonces decidí retornar por el Callejón de Colima, tomar Felipe Carrillo Puerto, luego Venustiano Carranza y llegar a Plaza de la Conchita, el destino original. Allí nos sentamos a platicar junto a la iglesia que tanto me gusta y que a esa hora parece pertenecer a cualquier lugar, ser etérea.

Ángela me platicó de su expedición a Real de Catorce, de las personas que desaparecieron en el autobús donde ella viajaba, una anciana y un niño, ante la presencia de ella y de un amigo. Y luego me dijo de otros amigos suyos que juraban haber sido abducidos. Me preguntó mi opinión al respecto. Antes de practicar el sarcasmo desvié el tema, pero aún esta desviación fue una respuesta sincera. Hay otros fenómenos que me perturban más, le contesté. Aquellos que tienen que ver con lo que desconocemos de nosotros mismos. Imagina, le dije, que sin saberlo estemos desarrollando una vida secreta, una historia paralela a espaldas de nuestro consciente. Imagina que por ejemplo ahora que tú y yo estamos sentados frente a esta iglesia, en este parque de Coyoacán, simultáneamente algún amigo tuyo te ha convocado y ahora estés platicando también con él, escuchándole, tomándole de la mano. Pero que nunca nos enteremos de estos encuentros simultáneos. Que en realidad somos muchos individuos, pero que solo existimos en la interacción con los otros; que realmente alcanzamos nuestra unicidad cuando experimentamos la verdadera soledad. “¿Algo como ser sonámbulos?” me preguntó y me gustó la idea. Sí, sonámbulos en vigilia, porque no sabemos todo lo que estamos haciendo, ni todo lo que estamos diciendo. En una figura más simple: Cada uno de nosotros podría ser una legión de fantasmas, podemos estar atormentado con nuestra presencia a alguien que nos recuerde, o podemos estar confortando con nuestra presencia a alguien que nos evoque. Y si nadie lo hace (lo cual es bastante difícil a estas alturas de nuestras vidas), ni nadie nos recuerda o evoca, si no habitamos en la mente de nadie en ninguna parte, entonces estamos en un único lugar geográfico, físico y mental, y estamos solos y somos uno.

Cuando le decía esto ya íbamos sobre la calle de Higuera, y al llegar a Caballocalco me preguntó "¿A qué hora cierran el lugar que dices?"

"¿El Tropicana?", contesté. "A las 6 de la mañana". Entonces todavía tenemos tiempo, dijo sonriendo. Tenemos, dije mientras detenía un vehículo que nos llevaría hasta Garibaldi.

(Al día siguiente Ángela me diría que me escuchó hablar dormido. Hablaste en francés, me dijo para mi sorpresa; “si lo hubieses hecho en español habría comprendido”)

Publicado por Pável 8 de Junio 2005 a las 03:08 AM