« | Página principal | »
31 de Mayo 2005
(3) Tomamos un taxi para regresar, cerca de la medianoche y en el interior seguimos hablando. Cynthia había dejado olvidado su mate en un teléfono público unos días antes; además estaba buscando bombillas, no con mucho éxito. Usó una frase curiosa "Me empiezo a desesperar".
(Eso nos lleva un poco a Mike, el hermanastro de Luis. Él preparaba mate e invitaba a sus amigos. Creo que conseguía el material en Coyoacán. Un día su madre le descubrió haciendo esa yerba. Desconsolada y llorando fue con el padre. Mi hijo se está drogando, dijo entre sollozos. Sin comentarios.)
Bueno, del mate me platicaba Cyn cuando, como suele suceder, el taxista anduvo escuchando y tomó la palabra: ¿Eres porteña? le preguntó. Y luego agregó: Mi esposa es de allá. Ya habíamos tomado Avenida Nuevo León cuando supimos que la esposa del taxista traía bombillas. Le dio su tarjeta a Cynthia, le dijo que llame y que pregunte por Celeste.
Cuando dejamos a Cyn en su casa seguí en el mismo taxi rumbo a mi departamento. El taxista siguió hablando y me contó respecto a su esposa la típica historia: La conocí por internet. Bueno, ¿pero es que ahora ya nadie se conoce de otra manera? ¿Ya nadie encuentra al amor de su vida en los cafés, las bibliotecas, las fiestas, los prostíbulos, los supermercados, los ministerios públicos, las morgues, los vecindarios, los garitos de opio, los zoológicos, las escuelas, las galerías, las oficinas, o de plano tirado en la calle, ebrio, inconsciente y ahogado en su propio vómito? Bah, me da igual.
Entonces el taxista y yo hablamos de los extranjeros en la ciudad, de la crisis en Argentina (casi no puedo pronunciar esa palabra sin que otra historia me duela), de su vida conyugal, al parecer feliz, y de sus planes de abrir una fonda de comida típica. Me dijo que tenía una hija, que sólo había viajado una vez a ver a sus suegros pero que su esposa iba dos veces al año, y es cuando traía bombillas y la demás parafernalia. Y que sus bombillas tenían los escudos de equipos de fútbol (Boca, River, etc.)
En el cruce de Insurgentes y Viaducto, esperando al semáforo, el chofer me señaló hacia la derecha. Sí, parece más bien de playa dije refiriéndome al hotel de esa zona. No, le hablan esas señoritas dijo él señalándome a quienes trabajan a esa hora en la calle, y quienes efectivamente me hacían señas.
Tal vez en otra ocasión, le dije. Y me quedé mirando un colilla de cigarro aún humeante, justamente a la mitad de la calle. Profundamente pensé en la colilla, no sé porqué, un presentimiento, un cable cruzado en mi cerebro, qué se yo. Enfoqué mi atención de tal manera que casi podía mover ese pedacito de algo; tal vez eso quería. Atravesando Viaducto el chofer cambió drásticamente de tema y habló acerca del rápido avance de la tecnología para convertir a hombres en mujeres, de hormonas y cirugías plásticas; de ahí pasó a hablar de la bondad de las personas, del destino y de otros asuntos profundos que me causan un aburrimiento insufrible. Con todo, me seguía pareciendo simpático el tipo. A pesar de su cigarro, a pesar de su espantosa bandera del América.
Y luego, sobre División del Norte, una mala respuesta de mi parte hizo que nuestra conversación diera un giro inesperado, y me vi a punto de ser llevado a la casa de una señora joven cuya mente se está pudriendo.
(Sic.)
Publicado por Pável 31 de Mayo 2005 a las 02:34 PM