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11 de Febrero 2005
Deja ya de quejarte, maldita sea
Estaba abriendo una botella de cloro para desinfectar mi baño cuando recibí esa llamada de Rebeca:
-¡Hola! ¿Qué haces?
-Poniéndome unos guantes de látex. ¿Por?
-Acompáñame a una fiesta.
-Cuándo.
-Ahorita.
En veinte minutos ella ya estaba en mi casa. Subí a su auto y me llevó por los rumbos de Balbuena. Durante todo el trayecto habló muy poco y yo no quise interrumpirla. Siempre conduce demasiado rápido y me pongo algo nervioso cuando los cinturones de seguridad no funcionan.
Llegamos a un edificio de departamentos. Bajamos y ella tocó el timbre tímidamente. Entonces me di cuenta que habíamos llegado con las manos vacías a la "fiesta". Dije:
-Creo que antes deberíamos comprar algo ¿no? Alguna botana.
Ella no respondió y miró hacia arriba, a los departamentos.
-No hay ninguna fiesta- dijo ella.
Guardé silencio.
-Quería que me acompañaras a ver a un tipo.
Apenas en ese momento me percaté que ella estaba un poco borracha. Me quedé de pie a lado del auto. Ella tocó ahora con mayor frecuencia y fuerza.
-¿Qué piso es?- pregunté.
-Tres.
-No hay luz en todo el piso tres.
-Sí, pero seguro el güey la apagó cuando toqué la primera vez. Se está escondiendo.
-¿De qué se trata esto? ¿Te debe dinero?
-El güey cogió conmigo hace una semana y no me ha vuelto a llamar.
Guardé silencio. Ella siguió:
-Hoy le estuve mandando mensajes a su celular y no me contesta. Ya me acabé el crédito, mira.
Me enseñó su teléfono. Siguió:
-Oye, préstame tu celular, tengo que hablarle.
-No uso celular.
-¿Por qué?
-No me agrada recibir mensajes de mujeres histéricas.
Me dio la espalda y comenzó a gritar el nombre del sujeto. Algunos perros le hicieron coro.
-No sé, piensa en las posibilidades -dije-, quizá esté muerto y nadie se ha dado cuenta aún.
Al decir eso me imaginé el cadáver del tipo tirado en el baño, envuelto en las cortinas de la ducha, desnudo y con los ojos en blanco. Cuando llegase la policía y le tocase el rostro con un palito la mandíbula se le caería, al tiempo que un gusano aparecería por su orificio nasal izquierdo. "Sí" pensé mientras sonreía, pero el grito de Rebeca me devolvió a la realidad.
-¡Ay no, cállate, no digas eso!
Se cansó de tocar y se sentó en la banqueta. Yo seguí de pie frente a ella. Comenzó a sollozar.
-Es que a veces me siento tan sola... ¿Tú has cogido con una chava y no le has vuelto a llamar?
-Muchas veces querida; aunque no tantas como quisiera.
-Todos ustedes son unos cerdos.
-Sí- dije dándole por su lado. Tomé una servilleta que estaba tirada en la calle y dibujé figuras de palitos representado personas. Hice como quince y se las enseñé.
-Mira, estos somos los hombres. Todos somos iguales. Igualitos.
Con mi comentario pasó del sollozo al enfado. Entonces hizo algo que no esperaba. Se puso de pie y comenzó a buscar objetos en el piso. Piedras. Las escogía. Hasta las limpiaba.
-Qué chingados haces.
-Este güey se va a acordar de mí.
Me di media vuelta y comencé a caminar.
-¿A dónde vas?
-A tomar un taxi. Dejé abierto el cloro.
Me alejé y al doblar la esquina escuché un cristal roto y una alarma. Comencé a correr.
Publicado por Pável 11 de Febrero 2005 a las 04:50 PM