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10 de Febrero 2005

Elogio de la tristeza en tiempos inciertos

St. Martin

Por las noches tenía que atravesar el Canal Saint Martin para llegar al departamento. En varias ocasiones me desvié tomando la Quai de Jemmapes para llegar a una pequeña galería que a esas horas por supuesto estaba cerrada. En mi paso había también cafés tan pequeños en su interior que sólo cabían dos o tres mesas. Algunas librerías repletas de folletines, carteles y novelas negras salían a mi paso si caminaba hacia el norte. Frente al departamento había una iglesia y un hospital. Me detenía por instantes en todos estos lugares contemplando la quietud que ofrecían sus vacíos, el contraste de los objetos quietos cuando no convivían con las personas. Comparaba su silencio nocturno con su bullicio vespertino, el que presenciaba horas antes cuando salía a perderme sabiendo que retornaría. En su bullicio y en su silencio eran lugares hermosos e inasibles, como todos los lugares lo son cuando no pertenecemos a ellos.


A través de la ventana

Más de una vez me detuve en las tiendas de vino para llevarme una botella a casa. En una de esas noches apenas llegar preparé la tina, destapé la botella y me sumergí repitiendo tu nombre. Una estación de radio árabe se oía a lo lejos, y a lo lejos también se diluía mi futuro mientras se me escapaban los minutos a través de la ventana del baño.

Cuando me perdí buscando la Rue Chaptal

Quisiera ser tan meticuloso en la descripción de esos días de tal manera que no escapase detalle alguno. Pronto me doy cuenta que sería inútil. Únicamente quisiera decirte que en cada minucia solía encontrarte; que era inevitable que me acompañases a todas partes. Estabas conmigo cuando dejé esa carta a escondidas en la Rue de la Chapelle; cuando me senté a mirar el Sena a medianoche; cuando me perdí buscando la Rue Chaptal y entré a un burdel a preguntar; cuando escudriñaba los rostros de los viajeros en la Gard du Nord o las de los turistas en Sacre Coeur; cuando encontré ese extraño álbum de Gainsbourg sobre el Boulevard Saint Michel. Era frecuente que te preguntase qué calle tomar, en qué dirección doblar, a dónde dirigir los pasos. Te contaba pequeñas bromas que seguramente no entenderías (“Mi vida social mejoró drásticamente desde que ingresé al club swinger”) e imaginaba si podría adivinar en tus gestos el gusto por la ciudad. Atravesábamos juntos el encantador parque lleno de niños y ancianos que desafiaban al frío.

En esta vida no pasa nada, somos ajenos a todo. Pero es en las intersecciones, en las interferencias donde las cosas se hacen posibles. Toda entidad concreta representa una apariencia; es como una fachada tras la cual lo verdadero se esconde. Por ejemplo, siempre podemos buscar bajo los puentes, en las entradas del metro, en las calles cerradas, detrás de los cuadros del Louvre, en las esquinas de los edificios, en los ángulos de las esquinas, en los agujeros, en los campanarios o en los encuentros fugaces como el nuestro. Un cruce entre mi camino y el tuyo, donde desde el primer instante tienes que pensar: “Mañana no la vuelvo a ver”. Quiero decir: Sin tu presencia mis días posteriores no hubiesen sido posibles; los colores no hubiesen sido posibles, ni las galerías ni las nubes ni las notas de jazz perdidas en el aire hubiesen sido posibles, porque todos esos detalles hubiesen pasado de mí si no hiciese un esfuerzo por compartirlos contigo, por retenerlos y contártelos. Las ciudades con sus paisajes no existen; existe la experiencia percibida que tengo de ellas y el recuerdo guardado en un frasco que me permite decirte: Mira, estabas allí conmigo. El frasco está lleno de aire, nada vemos en él pero podemos respirarlo. Sé inclusive que hoy que te escribo los recuerdos son de una pobreza notable; aún así cierro los ojos y la temperatura de la calle vuelve, el frío sobre mi piel vuelve, los árboles sin hojas vuelven, la consistencia de las bancas y el aleteo de las palomas vuelven y te los regalo.

No cambiaste mi vida ni mucho menos. Simplemente estabas ahí. Si yo estuve ahí también es algo que te toca decidir. Para mí tu presencia fue la guía para descifrar los códigos, para leer las calles. ¿Que si quiero volver a verte? Poco importan mis deseos ahora, en estos momentos en los cuales todo es inestable.

¿A dónde me llevará este desconcierto?

El encantador parque...

Publicado por Pável 10 de Febrero 2005 a las 03:16 AM