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12 de Enero 2005
Otra oportunidad perdida
Todavía Jiangxi quiso que su amigo la acompañase a mirar la puesta de sol en la playa cercana. Habitualmente Jiang iba a la playa y encontraba una enorme serenidad contemplando el atardecer. Pero hacía unas pocas semanas una gran tormenta había azotado la costa. Esto solía suceder cada verano. Cuando la tormenta era muy fuerte las casas a la orilla del mar quedaban prácticamente destruidas; era el caso de aquella temporada. Los dos adolescentes se sentaron juntos sobre la arena, pero mientras el chico parecía embelesarse mirando las embarcaciones que descargaban sus mercancías en el muelle, Jiang miraba hacia su derecha, hacia las ruinas de las casas. En esta ocasión Jiang volvía a encontrarse con una situación absurda: Le parecía inútil el afán de los propietarios por reedificar sus casas. Con toda seguridad dentro de uno o dos años volverían a ser destruidas hasta sus cimientos.
Cerró los ojos e imaginó que una ola gigantesca les arrastraba a ella y a su amigo, que todo sucedía tan rápido que ni siquiera tenía tiempo para asimilar el dolor. Imaginó incluso sus piernas flotando en alta mar, su cuerpo fragmentado, perdido en el océano, tal vez devorado por los peces.
Sacudió su cabeza y eliminó esos pensamientos. Entonces se dio cuenta que su compañero tenía los ojos cerrados. Pensó en tocarle el hombro y mirarle. Lo hizo.
El muchacho abrió los ojos sorprendido por el gesto de su amiga. Ambos se miraron a los ojos unos segundos. Para Jiang aquello fue una eternidad. ¿Qué esperaba su amigo? Entonces la imagen de la ola volvió a su cabeza y una extraña angustia la asaltó; pensó que debía recibir un beso en aquel instante, antes de que el mar los tragase. Y quiso la casualidad que en el segundo inmediato a su pensamiento, una gran ola rugiese acercándose rápidamente a ellos. Lo que siguió a continuación fue un poco extraño. El chico se levantó de un salto y quedó inmóvil frente al mar. Después reaccionó, pero no como Jiang hubiese querido; su amigo retrocedió unos pasos y únicamente acertó a decir ¡Vamos!
Jiangxi sonrió y recordó los axiomas que regían la vida de Wenzhou: Nada tiene remedio; la comunicación es imposible
(¿Por qué no me tomas de la mano?)
La ola ya estaba sobre ellos.
Publicado por Pável 12 de Enero 2005 a las 01:47 PM