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2 de Noviembre 2004
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El domingo abordé el autobús que atraviesa la colonia Antigua. Una calle adelante se subió una chica delgada, de aspecto cansado. Se sentó justamente adelante de mí, de tal manera que pude observar su rostro a través del espejo retrovisor. Una mirada ausente. Me dormí al poco tiempo como me suele suceder desde que padezco este trastorno del sueño. En determinado momento abrí los ojos y lo primero que vi fue el cuello de la chica. Su cabello descuidado cubría el inicio de sus espalda, pero quizo la casualidad que justo en ese momento lo recogiera, de tal manera que dejó al descubierto los hombros. Y entonces pude ver la imagen tatuada. Aún no salía de mi asombro cuando la chica se puso de pie y solicitó la parada. El autobús se detuvo sólo el tiempo necesario para que ella bajase, impidiéndome reaccionar. Torpemente me puse de pie y solicité bajar también; la parada no me fue concedida sino hasta dos calles después. Tuve que apresurarme para no perderla. Pero las calles de la colonia Antigua son estrechas y laberínticas; cada vez que la tenía cerca ella doblaba la esquina y parecía sacar mayor distancia. Finalmente, a la vuelta de una calle, ella desapareció. Le di varias vueltas a la manzana pensando que se habría metido en una de las ruinosas casas; la calle estaba desierta, sin nadie a quien preguntar. Hasta que levanté la vista y encontré que él me esperaba con sus alas extendidas.
Publicado por Nôd 2 de Noviembre 2004 a las 01:09 PM