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17 de Octubre 2003

Hace dos horas

Hace dos horas la vi y hasta el momento en que estuvo conmigo me sentí feliz. Cinco minutos más tarde me sumí de nuevo en el sopor de la rutina; llegar a la casa, preparar café, poner música, encender la TV y cambiar de canal cada 30 segundos. He experimentado “el amor” o tal vez estoy sintiendo lo que creo que la gente siente cuando está enamorada. Me siento feliz, vivo y me da una especie de euforia cada vez que me encuentro con N, aunque siempre queda latente una maraña de cosas que quedan por hacer y decir que no puedo compartir con ella. Ayer fuimos al zoológico, la llevé intentando compartir con ella mi fascinación por los monos. No es que me gusten en especial por su aspecto. Son simpáticos. Me gusta observarlos. Ver a esos pequeños seres mezcla de araña y hombre, transcurriendo sin prisa. Ella sólo soportó 15 minutos. No volveré a llevarla. Mañana volveré solo.

Es bueno compartir momentos: los amigos, la familia, la persona especial. Disfrutar. Minutos. Horas. Meses. ¿Cuánto tiempo puede durar? Estirarse. Prolongarse. Necesito. Alguien. Necesita. Tal vez mañana transcurra el tiempo y sea incapaz de vencerme. Soy inmortal. Inmoral. Letras.

Recuerdo una llamada telefónica que me hicieron hace unos meses. Un hombre. Enojado. Preguntaba quién era yo. Mi nombre. Mi edad. Con tranquilidad le pregunté a qué venía el interrogatorio, que no tenía por qué contestar. Entonces gritó más fuerte. Me dijo que María no me quería... si al menos yo conociera a María. No intenté aclarar nada. Ese era problema de María. Entonces decidí escuchar nada más. Los saltos de la histeria al llanto, a la rabia al dolor. Chau. Beep-beep-beep.
Ese episodio me dejó una sensación de extrañeza. No estaba alterado, ni enojado. La llamada no me quitó tiempo vital. Me puse a pensar que me encantaría conocer a María y sobre todo, descubrir si realmente no me quería a mí en lugar de a un tipo capaz de llamar a un desconocido por teléfono y contarle sus intimidades.
Y en estos momentos después del café, la música y la TV, llega María y todas sus posibles imágenes. Y también me pongo a pensar qué tendría que hacer yo para lograr que me reconociera.

Llegué de nuevo al zoológico. Martes. Olvidé que los martes cierra. ¿Será que los monos hagan las mismas cosas los martes? Pienso. Es su día libre. Tal vez vayan al cine. A tomar un café, a cortarse el pelo y aplicarse un shampoo anti-garrapatas. Los días libres hacen a las personas libres. Las personas libres pueden conocer a otras personas libres ¡¿María?!.
Antes de llegar a casa pasé a comprar una botella de vino tinto. Llamé a N para invitarla a tomar un café y luego terminar esa botella en casa. Mañana tiene trabajo qué entregar, está muy ocupada. Decepción leve. Yo ahora soy un hombre libre pero ella no. Platicamos un buen rato por teléfono y hemos pospuesto para mañana todo. Un amigo que hace tiempo no veía me ha llamado. Él es libre y viene a tomar la botella conmigo. No olvidar comprar otra mañana.
Tal vez fue una estupidez pedir mis vacaciones en el trabajo y permanecer en la ciudad. Ni siquiera el clima ayuda a que me den ganas de hacer la lista de cosas que quería. Siguen ahí, intactos, seis libros que he venido comprando desde Navidad, y es Mayo. Hace calor, mucho.
N ha llamado. Su voz despertó mi apatía. Está especialmente contenta. Su madre viene de visita dentro de dos semanas. Me da igual, pero me gusta escucharla así. Tengo que salir a comprar la botella.
En el supermercado hubo un incidente. Había una oferta de patés de lata, acomodados de la forma más estúpida a plena entrada. El problema no era motivar a los clientes a comprar las latas. El problema era que el cliente fuera físicamente capaz de llevarse una lata. Al hacer una serie de artimañas logré sacar la feliz oferta mientras una joven seguía intentándolo. Sin afán de ser héroe o galán le ofrecí ayuda y al intentar de nuevo ejecutar la operación, toda la torre de latas de paté cayó sobre nosotros. Casi de inmediato una horrible voz de supermercado transmitió en stereo la solicitud de ayuda para el pasillo #4. La joven y yo hicimos esfuerzos inútiles por reacomodar un poco mientras otros clientes nos miraban apretando con las manos sus carritos de súper. Pensé en los monos y en el zoológico. Un ejército de empleados nos alejó y comenzó a acomodar de la misma forma las latas. Seguí pensando en los monos y en el zoológico.
Carmen, la joven que tal vez no es tan joven, me dio las gracias y se disculpó por el incidente. Le dije que no se preocupara, le pregunté su nombre y me presenté, le dije que al menos intentáramos disfrutar nuestros respectivos patés. Rió, y entonces se vio mil veces más linda. Pensé en María, y pensé que aún si la conociera y descubriera que efectivamente no me quiere, no me importaría.
Llegué a la casa y descubrí que olvidé el vino. Salí a un mini súper 24 horas donde la variedad no es la mayor cualidad. Compré el que creí mejor y regresé a casa para esperar la hora de ir a buscar a N., mientras me di un baño largo.
Pues sí, la noche fue buena, preferimos omitir el café y nos subimos al techo a tomar vino directo de la botella. Platicamos mucho, me hacía falta ver a N reír, incluso fumé un poco de los cigarros sin filtro que le ha dado por comprar. Me mareé y me quedó la lengua llena de tabaco. Después bajamos e hicimos el amor, en el cuarto, en la cama. Antes lo hubiéramos hecho sin problemas en el techo, pero da lo mismo, después de varios días de abstinencia el lugar es lo de menos... me cae mal que la gente haga distinciones entre hacer el amor y tener sexo, a fin de cuentas el acto es el mismo: penetrar o ser penetrado, ya lo demás son todos preludios, artimañas, condimentos, no más.
Al despertar, N se había ido. Desde la cama alcancé a ver una hoja sobre la mesita para escribir. Seguramente una nota breve: un beso y nos vemos. N no es cursi, ni se anda con vaguedades, cuando quiere decir algo, suele ser directa. N es maravillosa; a veces me gustaría creer que es la mujer con la que quiero vivir el resto de mi vida.

De nuevo el vértigo. Aparece María en la siesta. Hoy se ha pintado el pelo de rojo. Y sus pies son pequeños, es frágil, pero también apareció Carmen, la del súper, llamándome por teléfono para invitarme a cenar paté, y los monos del zoológico empujando carritos y haciendo colas interminables en el súper.
Al despertar me doy cuenta que sólo me quedan tres días de vacaciones. Debo usarlos sabiamente. Descansar. Dormir. Encontrar a María. ¿Cuántas Marías de entre 24 y 30 años habrá en la ciudad? Me siento un fetichista del nombre. ¿Cómo se llamaría a la persona obsesionada con un nombre?
Dormí de nuevo, no hubieron más imágenes, solamente un tres convirtiéndose lentamente en un dos y medio. Tengo solamente dos días y medio ahora. Y apenas hoy me ha llegado la conciencia de la cuenta regresiva que comenzó desde el mismo instante en que me sentí libre. Menos mal, de otra forma no hubiese disfrutado tan bien el tiempo... ¿He disfrutado? Algo ha quedado sin hacer: mis monos. Si ahorro tiempo, no bañarme, no desayunar, podría llegar y quedarme un buen rato...
Afuera, el clima era mucho mejor que el que aparentaba desde dentro del departamento. Sol, pero aire fresco. Y los monos estaban todos relajados y acrobáticos. Eran 11, eso creo. Uno viejo y canoso era el único que parecía deprimido. Estaba sentado muy aparte de los demás. La vista fija en el piso. Así estuvo todo el tiempo. Los demás hacían las gracias habituales. No deja de sorprenderme la fuerza muscular de la cola. ¿Qué pasó con ella durante la evolución, Darwin? Me hubiera servido para tomar una lata de paté. Pocas cosas interesantes pasan últimamente, por eso el regreso a los mismos y mismos episodios de siempre. Habrá que ir más seguido al supermercado. Tal vez el día que me jubile, nada más para matar el tiempo pueda entrar a trabajar como acomodador de ofertas.

La TV ha dejado de quererme. Lo que antes me hacía pasar el rato se convierte en un sermón insoportable después de 3 minutos. Y de nuevo el 3. Pero ya más bien son 2 los días que me quedan.
Raro. Hoy no he pensado en María, ni en N. Necesito un café o dos. Dos. María y N. Dos. Un café con dos cucharadas: una de azúcar y una de crema. Dos por uno: dos.
10.36 a.m. La noche pasó descalza. Dormí tan bien que tengo ganas de salir a caminar. No me he bañado aún, al regresar, tal vez. Los días de pulcritud forzosa se acercan ¿Y María se acerca? Y María ¿es pulcra forzada? ¿o es pulcra por gusto? ¿es pulcra María?
La caminata comenzó bien, después de media hora los pies comenzaron a molestar. Tomé el primer autobús que pasó, estaba casi vacío. Al llegar al final de la ruta permanecí sentado en un paradero desconocido por un buen rato pues el autobús en el que viajé iba a limpieza... necesito un baño... Apareció otro autobús que tomé y me dejó de nuevo en el lugar en el que pedí el primero, del lado opuesto de la acera. Descubrí un café pequeño lleno de ancianos. Jamás lo había notado y entré. El servicio era relativamente bueno, si tomamos en cuenta que transcurría al compás de los movimientos de los abuelos. Apareció un café frente a mí, y al llegar la crema, se había enfriado.
N dejó un mensaje en el contestador. Hay una reunión en casa de unos amigos. Me ha incluido pues intuye que no tengo nada mejor qué hacer, y es verdad. Todavía tengo un par de horas para dejar vagabundear mis ojos sobre la ciudad desde el balcón. El tiempo se acaba y María no aparece. ¿Tendré que esperar un año más, mis próximas vacaciones para encontrarla? Podría viajar al extranjero y conocería a Mary, a Marie o a María con otro acento...
Último día. El nerviosismo llegó como insomnio. La reunión fue mucho más divertida que otras. Mucha comida, mucha bebida. Una pelirroja que no dejaba de mirarme. Con N cerca no fui capaz de salir de dudas. A las 2 a.m. estaba de nuevo en casa. A las 3.30 desperté, tomé agua. Me acosté. A las 5.15 tomé una revista vieja. No podía encender la TV pues N dormía, a las 7.30 estaba bañado en un sudor raro. Me bañé con agua tibia. Logré dormir un poco. A las 9.43 sonó el teléfono. Número equivocado. N también despertó. Me alegré por un momento, aunque cayó dormida de nuevo. Me quedé mirándola. Hace mucho que no la veía así, y parece que el tiempo no pasa sobre ella. De hecho es más guapa. Tal vez ella es María que se cambió de nombre pues es demasiado común... y pensar en mañana me lleva a dos montañas de hojas: unas en blanco, otras llenas de datos y números, y manos tomando las llenas y desapareciéndolas y trayendo más en blanco, de manera que ninguna de las dos montañas varía en su altura; y yo al centro, como un dios, un juez, un obrero, y mis manos bailando por inercia.
A las 11 y algo de la mañana llamé a casa de mis padres. No recordaba que hace bastante no lo hacía. Mamá creyó que tenía algo. Me dijo que debería pedir vacaciones de ese trabajo tan odioso e ir a visitarlos. Silencio. Papá pidió que le diera saludos a N, que fuera pronto. Chau.
N despertó a la 1 de la tarde. Nos bañamos y salimos para ir al cine y a comer. La película fue buena. Un hombre que aparece después de un tiempo de andar perdido, va con su hijo a buscar a la que fue su esposa. Búsqueda. Carreteras. Luego, al salir, comida china. N decidió cortarse el pelo y para hacer algo mientras, me lo cortaron también.
Pocas horas quedan. Ya ni vale la pena contarlas, irlas sumando o restando da lo mismo. Nada puede cambiar el curso de las cosas. N se fue hace un par de horas. Ha oscurecido, pero el cielo conserva un brillo naranja entre los pliegues de una y otra nube, lo que me hace pensar que el sol ha dudado en irse. Pero al fin dice adiós. Yo libre está a punto de partir. Ello amerita un brindis. Debo reactivar el despertador. Tal vez también un poco de queso y pan. Debo vaciar mi correo electrónico, poner a cargar el celular. Pero momento... el techo se me antoja muy lejano, es el mejor lugar para una despedida. Una bienvenida. ¿Y María? Debo brindar por María la ausente. Por María la triste en algún techo, en algún balcón. Por María en el fondo del mar, por la voz de María entre los cables de teléfono, por que María no desespere y me siga buscando que ya la siento cerca. Salud. San Lunes. San Mayo. San San. San Tinto.

Una de la tarde. Hora de comida. Despertar fue duro. Olvidé poner el despertador, y ahora debo acostumbrar a mi estómago a un horario. De nuevo. Comer sin hambre. Y contestar las mismas preguntas con distinta voz: “!¿Qué hiciste en tus vacaciones?”. Contestar NADA, y el “Ja ja ja, en serio, ¡cuenta!”. Y convencer que lo mejor que podía hacer era eso, NADA.
9 p.m. Hora de la cena. El supermercado después del trabajo se sintió distinto. Poco movimiento, compras de sólo lo más básico para semi-desayunar y cuasi-cenar. La voz de N en el contestador, dos veces: -¿qué tal tu regreso al horror?, ¿fue difícil despertar temprano? – y NADA, NADA, NADA de nuevo. No devolví la llamada al instante. Más tarde, mañana. El recibo del teléfono bajo la puerta. Pagar antes del 22. ¿Amenaza?. Parece que todo se empeña hoy en derribarme. Rasúrate. Bolea los zapatos. Los negros y los café. Comer. Dormir. Una canción de King Crimson “Sex, eat, drink, dream”... ¿era ese el nombre?. Antes me daba gracia. Gracias. Buenas noches.
3.25 a.m. Una punzada en el estómago, espasmos de dolor cada vez menos separados. A tientas me dirijo al baño y vomito. Y vomito todos los NADA y todas las cosas que no dije hoy, ¿es mucho en realidad?. El dolor por fin desaparece y gracias pasta de dientes.
7.12 a.m. ¡Estómago, come!, ¿o damos paso primero al baño, las calcetas, el traje, la corbata, portafolios, beso de despedida de María, pues sale antes que yo a trabajar? y después, ahora sí, desayunar, completo y sin prisa. ¿Qué hacen los monos en martes?. Hoy es su día libre y ahora yo soy el mono enjaulado. Día libre. Lucha libre. Octagón. Octavo y décimo. 7.34 a.m.
Mi jefe me ha mandado llamar, la misma letanía del personal ayer, pero claro, es más difícil huir. -¿Cómo te fue?, ¿Qué hiciste?, ¿Listo para dar todo?- ¿TODO?, ¿dar TODO?, ¡Defíname TODO!, y de mi boca salía “muy bien”, “sí”, “descansar”, “claro”, “como siempre”... De nuevo la punzada... Llamé a N a la hora de la comida. Canjeé el bistec con papas por su voz. Creo que me convendría hacerlo más seguido. Estoy cansado. N ha quedado en llegar en la noche a casa con una película. Siempre prefiere mi casa.
Miércoles. Está oscureciendo, raro, pocas veces miro al cielo desde la oficina. El trabajo está hecho. María acaba de pasar caminando enfrente. Tenía prisa, chocó con un poste y luego con una señora. Se ha cortado el pelo y tiene menos años que la última vez que la vi, o la soñé. Su voz debe ser más suave y vivo celoso de su reloj, por que insiste en verlo más que a mí. Debería salir y decirle que está equivocada, que va en la dirección incorrecta, que mi oficina es enfrente, justo aquí, y no al Norte. Entonces ella me abraza y vamos caminando a casa. Cursi. Meloso. Así no es María, ni soy yo.
Al meter la llave a la cerradura noto que sólo es necesaria una vuelta para abrir. Presentimiento. N en la cocina. Suele avisar cuando va a llegar antes. Se acaba de bañar, contrasta con mi traje. Me da un beso en el ojo. Se ve feliz. Su madre ya no viene, hasta dentro de un mes. Ha pedido sus vacaciones y se irá a la playa. Necesita descansar, lo mismo que yo. Se va a la playa, en una semana. ¿Tan pronto?. – Bueno, ya lo había planeado, pero no había fecha... – N se va a la playa. En una semana, por diez días. 240 horas. Libre. ¡Felicidades!. Abrazo. Beso. Beso. Beso. ¡Felicidades!. Abrazo. Beso. Beso. Beso. Sex, eat, drink, dream...
Al llegar a la oficina respiré un ambiente extraño; las caras largas se convirtieron en signos de interrogación y admiración. Así pasaron las horas hasta que a la hora de la comida, del destace canibalesco, lo supe: Nacho Jiménez, Contador, renuncia. Nacho Jiménez se va a Nueva Zelanda. Nacho Jiménez se casa con una Neozelandesa. Nacho Jiménez se vuelve Neozelandés.
¡¿Nacho Jiménez?! 38 años. Chaparrito. Sin atractivo, ni agradable, ni nada. Se va en 1 mes con Miss Nueva Zelanda. El sábado hay fiesta en su casa, a la que no iré. El Sr. Kiwi y Miss Nueva Zelanda son temas que no me interesan en absoluto.
N de nuevo en casa al llegar, aunque me extrañó, omití hacer comentario alguno. Podría ser tomado como reclamo. Tal vez es una nostalgia anticipada antes de partir, después de todo 10 días son 10 días. De pronto me cuesta pensar por qué tomó sus vacaciones después de las mías. Tengo sed.
Vimos la TV. Intentamos ahondar un poco en un tema de política reciente, para variar, como no sabemos mucho, la charla terminó pronto, gracias a nuestra bendita ignorancia. Luego N sacó folletos de la playa a la que va, pues todavía duda a qué hotel llegar: un todo incluido o uno que no. Le dije que lo de TODO INCLUIDO suena mucho más tentador... después de ponerse roja me dijo que soy un sucio, y que por eso me quiere. Me dio un beso y al encontrar que ambas pláticas eran estériles, y que la TV era una continuación a la nada, jugamos un rato con las almohadas, nos besamos y abrazamos y el día llegó sin haber hecho más que roncar a gusto. ¿Me estaré haciendo viejo?
De nuevo al trabajo. La única diferencia entre ser chico y ahora, es que la mochila a la espalda se convirtió en un portafolios negro, el sufrimiento es el mismo. Mi expresión debe ser muy parecida, sólo más arrugada. Al menos sé que durará hoy, más mañana medio día y al fin, después de 5 días y medio de esfuerzo, mi recompensa: la madre naturaleza recompensa al animal amaestrado: 24 horas de domingo para esparcirse, reproducirse, embriagarse o lo que se le antoje. Soy un animal amaestrado o en vías de serlo. Pienso en día libre y mi mente saliva. Saliva. Sal. Mar. Hawai.
Nacho Jiménez se acerca. No hoy. No. OCUPADO. Tecleo en mi calculadora las notas de una marcha fúnebre con nueves, seises y doces. Dedo índice en la cabeza. Rasco. Estoy en medio de un problema importante. Se acerca. Rasco. Silencio. Se aleja. Adiós. Adieuuu.
Temblores. 8.23 p.m. Atravesando la puerta de casa. Tengo que dar las 3 vueltas habituales a la llave. N no está. Mis tácticas evasivas con Nacho Jiménez no fueron suficientes: nuestras lógicas difieren. Su cabeza es igual a un conjunto vacío... Tomó una silla, se sentó frente a mí y soltó toda la verborrea que pudo durante 45 minutos. Callé. Resurgió un tic de antaño en mi párpado izquierdo. Su amor con la Neozelandesa nació vía virtual. ¿De qué otra forma?. Me pregunté si su amor lo consumó también vía cibernética, pero esas dudas es mejor dejarlas así. El resto de la tarde pensé en María. No creo que ella sea una ciber-adicta. Y cuando mis pensamientos estaban ahí, el autobús pasó justo frente a un ciber-café atestado de adolescentes. No sé por qué me sentí aliviado. N no está en casa; ni en la mía ni en la suya. En la TV el anuncio de una plancha milagrosa. ¿Puede planchar mi ánimo? ¿Planchar mi portafolio y convertirlo en mochila?
6 a.m. Despierto antes que el despertador, con fragmentos del sueño de anoche: caminando por la calle aparece Carmen, la del súper, que insiste en llamarse N. Bromeamos un rato y le digo que la puedo llamar como ella quiera, y de pronto, aparece N, que se llama María. Sospecho de una intriga. Entonces sí reclamo. Me dicen a coro que son ellas quienes escriben la historia, no yo. Después estoy como niño, sentado en el mesabanco escribiendo planas y planas “ellas escriben la historia, no yo”. No fue un sueño angustiante, pero me dejó estresado, como si realmente hubiera escrito todas esas planas. Mientras me preparo un café voy pensando lo fácil que es convertirnos en esclavos de nuestros pensamientos y deseos.
Sábado. Un par de horas más que mediodía. El sol brilla, los cláxones suenan a diestra y siniestra, todos caminamos como perdidos, pero contentos. Presiento a los monos en el zoológico cantando. En el autobús la gente y sus olores son poesía, caminar entre los autos y el tráfico es caminar sobre agua. Presiento un largo baño, la pijama a las 4 de la tarde, todo después de girar la perilla.
Está oscuro. La pijama sigue puesta. Entre sueños contesté y colgué el teléfono; era N. ¿Quién más habla estos días?, ¿Vendrá hoy? Sábado y la reunión de Nacho Jiménez. Tengo un mapa de su casa, fotocopiado y hecho bola en la bolsa del pantalón. Abro la ventana y el aire entra como una brisa leve y suave. Escucho el picaporte girar.
Sunday. Día de sol, día soleado. Domingo. Do-min-go. Cero significado. Y sí, es un día de sol, estamos en Mayo. May-day. N no deja de sorprenderme, ayer bastó con que le mencionara la fiesta del Sr. Kiwi para que me quitara la pijama y me disfrazara para tan esperada ocasión. El lugar resultó muy cerca de mi edificio, al llegar observamos desde fuera un momento y la música y la poca gente nos rebotaron de nuevo a la calle... ya de vuelta a casa encontramos un bar ¿o el bar nos encontró a nosotros?. No era un lugar un lugar atractivo a la vista, pero bailamos, tomamos cerveza y socializamos con toda la gente que se nos puso enfrente. Hoy me duele la cabeza, pero está bien.
Riiiinggg... teléfono... Mauricio... como un flash, mientras lo saludo y despierto, recuerdo: es domingo. Hay fútbol y Mauricio me invitó. Hola. Hola. Sí. Una voz mágica convierte las palabras en orden: -“paso por ti a las 5.30”-. O.K. N se alegra. Dice que va a quedarse a leer, que será divertido para ambos. Falta poco más de una hora, mientras podríamos hacer el amor, tener sexo, pero N está definitivamente enfrascada en su libro, así es que me acerco poco a poco a la orilla de la cama, comienzo a acariciarle los pies, besarle la punta de los dedos, y nada; N me lanza una de sus miradas, y comprendo que no es el mejor momento, entonces me acerco más y me abrazo a sus piernas y con un movimiento rápido, N se levanta de golpe, me da un beso en la frente y proclama: -No ahora-. Comprendo, lo mejor es que me de un baño, que Mauricio y el fútbol están por llegar.
En un semáforo, esperando el cambio del rojo al verde, me veo en el espejo. Mauricio trajo una playera roja, me la dio, -“sabía que no vendrías preparado”- y me convertí en un aficionado más, resignado y haciendo cuentas acariciado por el dulce sonido del aire acondicionado. Dos tiempos, 45 minutos cada uno. 45 x 2: una hora y 30. Más el intermedio. Más el tiempo antes y después del partido. Otro dolor de cabeza que saco por el quema cocos mientras aviento una servilleta blanca después de ondearla un rato.
Noche, muy noche. N duerme. De nuevo solo en la azotea, como un deja vú, pero sin vino. Aún así, brindo por una semana más. Por mis monos olvidados, por el rito dominical. Por mi vagancia olvidada. El cielo está claro, sin nubes. La luna es una semi sonrisa.
Hora de la comida. Lunes. Siento una mirada rencorosa que se llama Nacho Jiménez. Con sus secuaces platica sobre el sábado. Mi comida a medias va al frigobar. En mi escritorio intento leer el periódico. 2.45 p.m., Nacional... 2.58, Internacional... 3.15, Local... 3.22, Espectáculos... El tiempo pasa lentamente. El proceso digestivo del reloj al comerse los minutos es tan lento como el mío. Indigestión.
La casa está fría y los días han sido calurosos. María está dormida. Se fue de viaje. La han operado de peritonitis y está en reposo. Fui al cine solo y me quedé dormido. Ahora se ha espantado el sueño. La plancha milagrosa en la TV, y noticias, no más.
2.12. Intenté leer pero he vuelto una y otra vez al mismo renglón sin entender. Necesito dormir y escribir la historia, con María. Está todo oscuro, pero jamás hay silencio. Ladridos. Autos. Gritos. Sonidos sin nombre. Mi corazón latiendo. Hormigas caminando bajo la cama. Energía palpitando bajo los cables. Las horas que faltan por nacer. El día acercándose. La luz besando lentamente mis párpados. Incongruencias.
Estoy en el balcón, observo la ciudad: es un obrero taladrando. Son más de las 11. acabo de despertar y es martes. ¿Y yo? Yo estoy todo bien. Tengo un café en vías de estar listo; 6 libros apilados en orden desde Diciembre, latas de paté qué acomodar en la alacena, Marías qué conocer, planchas milagrosas qué comprar, reuniones aburridas a qué no acudir, trabajo al qué faltar, de vez en cuando...
Nueve-dos-seis-tres-cuatro-ocho-ocho-once-siete... esperar... un pretexto, un dolor de cabeza distinto, sudor, el estómago revuelto... sí, iré al doctor ahora... llamo de nuevo cuando sepa qué pasa, sí. Cuelgo... Ahora, me baño, ahora es cuando veo la ciudad como nunca la veo ni me ve...
Hice un desayuno casi almuerzo donde suelo cenar. Mi baño no sirvió de mucho. Estoy sudando, la camisa pegada a la espalda. Paso demasiado tiempo solo y sin hablar. Autobús. Parada. No importa la ruta, siempre se puede volver. Es martes y el zoo cierra. La opción es un museo o un centro comercial. El segundo puede ser también un museo. Alto.
¡¡¡María de nuevo!!! La situación fue tan absurda que seguramente cualquiera la ha visto en TV. Estoy dentro de una tienda de electrónicos, y al hacer un movimiento brusco, reconozco a María: alta, pelo largo, negro, mirándome mientras se arregla las cejas. Mira hacia aquí, ¡a mí!. Sudor frío. Tic en el párpado izquierdo. De pronto, sin decir adiós, se voltea y se va. Un pescador lanzó la carnada. Salgo corriendo, grito ¡María!, ella no voltea, pero la gente que camina cerca me ve con tristeza y horror. Todo deja de hablar, el mundo alrededor se mueve pero no emite sonidos. Suavemente veo a María alejándose, alejándose hasta que se pierde en una mancha de colores al fondo. Los sonidos vuelven y volteo para entrar de nuevo a la tienda por que no tuve tiempo de preguntar por los audífonos que busco. Veo una réplica de mí en la puerta, dándome la bienvenida: los cristales son espejos por fuera. María alimentaba su vanidad mientras hacía lo mismo con mi espíritu. Regreso hacia el pasillo y veo hacia abajo la fuente de la plaza. Un mono viejo mirando el abismo.
Regreso a casa todo enredado por dentro. Lo he hecho. ¿Fue cierto?. Acaba de pasar y la sensación que tengo es la misma incertidumbre que dejan los sueños al despertar. No hay marcha atrás. Me disfracé de un Nacho Jiménez cualquiera y entonces entré. Quiero poner un anuncio. –Claro-. Un anuncio para encontrar una amiga, ya sabe. Tic párpado izquierdo. Papeles sobre el mostrador. Formato infinito en blanco. –Llénelo-. Hormigueo en las palmas de las manos. Una pluma... no recuerdo bien qué puse... “Entre 24 y 30 años. Que se llame María”. Cuando la mujer leyó esa parte en voz alta, la repitió mientras me examinaba el rostro. Habrá temido que sea un pervertido, un fetichista, un asesino en serie. Pero con dinero para pagar. –¿Por favor puede firmar aquí?, es un contrato de confidencialidad-. Al salir, me sentí tan confundido que preferí caminar todo el trayecto de vuelta a casa antes de encerrarme con tantas cosas conocidas. ¿Si llamo, podrán cancelarlo?. ¿Quiero cancelarlo?, ¿Cancelarme?.
Casa, finalmente. Pasé antes al súper a comprar un vino. Me encontré a Carmen en un pasillo. Le sorprendió que recordara su nombre. Platicamos nimiedades y continuó cada quién su baile alrededor del lugar. Salud. Un calambre en el estómago, lo que me recuerda que no llamé de nuevo al trabajo. ¿Cuándo se va N? Preguntarle sutilmente mañana. En el contestador un mensaje del periódico, confirmando que el teléfono que di fuera correcto. Me enoja, ¿por qué de pronto tanta eficiencia? ¿por qué no cambié un tres por un cuatro?. 8.23 de la noche. La jornada ha terminado y me siento francamente cansado. La luna es una semi sonrisa. Se burla de mí, todavía. Y María sigue dormida, enferma y triste, ¿cuántas máscaras más me tengo que quitar para encontrarte?
Miércoles. 6.00 a.m. y listo para trabajar. El departamento necesita limpieza. Si faltara un día más sería mucho más creíble el episodio del malestar. En el trabajo diré: Sí, señor Cortés, me sentía muy mal, TODO estaba mal: ropa sucia, baño sucio, ánimo descompuesto, María desaparecida. Necesitaba componerme todo. Hoy, ya estoy bien.
Me acosté un rato más en la cama, repasando un itinerario de las cosas que tendría qué hacer. Miré la TV. Me quedé mucho tiempo viendo los reflejos en la pantalla: yo, mi cama, los cuadros. Los anuncios comerciales con mi instante superpuesto. Una estrella de TV apática. Un John Lennon falso, en la cama y solo. En las pantallas de millones de gentes, desnudo, expuesto. Pedí sushi a domicilio mientras tomaba la decisión de que en la casa las cosas no están tan mal. No necesito limpiar nada. Llamé a N al trabajo para preguntar cómo va todo. Prometió llamar de vuelta más tarde. Yo me prometí esperar.
Jueves. 1.34 p.m. La noche me sirvió. N a mi lado sirvió. Algo está pasando. Hoy abrí el periódico y ahí está, entre solicitudes de empleo y anuncios de masajistas. Mi teléfono y mi deseo al alcance de cualquiera que compre un periódico. Al alcance de Nacho Jiménez, de Carmen, de N, del velador del edificio. Desnudo y expuesto. El almuerzo de hoy es picadillo y arroz. Una mezcla de vigilia y sueño. Me siento suspendido. Si N llega a casa y escucha a María en el contestador, pensará que es una equivocación, ¿pero si escucha a dos?, ¿si de hecho contesta ella y habla con María?... ¿Qué podré decir?... ¿Podría ser una broma de alguien?... -¿De quién?- Bueno, ese es otro problema. Podría incluso preguntarle a ella si lo puso. Mmmm, no sé, tal vez se enoje tanto que vaya al periódico a preguntar... pero existe el contrato de confidencialidad que firmé... y la señorita que me atendió me vio feo por mis especificaciones absurdas. Si N le explica todo, como mujer le nacerá esa “empatía femenina” y acabará enseñándole la solicitud con mi firma. Y no habrá más qué decir... pero cuando María aparezca, ¿qué pasará con N?... tengo mucho trabajo por hacer todavía, las cuentas de todo un mes muerto.
Ganas de escuchar una canción, acostado en el sofá. Las hojas caen afuera del edificio. No me conformo con el sonido de la naturaleza. Son casi las 9 y la noche se topó conmigo tomando un vaso de leche. En el contestador había un mensaje... una mujer titubeó y colgó el teléfono. Una María arrepentida. No encuentro la música que necesito. Las cosas se van esfumando. No puedo pensar, no puedo hablar. The Cure. Mágica aparición. Las notas brotan de las bocinas, mi mente escapa, se va. Hay gente que seguramente está peor que yo.
N me despertó, me quedé dormido. Está eufórica, nerviosa. En dos días se va, lloró mientras decía que le hubiera encantado que fuera con ella, que necesita irse, que le aterra mi apatía (¡¿?!) a las cosas, a ella. Que podemos seguir así años y años sin hartarnos, sin discutir... dijo que aunque sonara enfermo, ella había deseado que yo tuviera alguna reacción cuando me comentó sobre sus vacaciones... que le hubiera gustado que cuando yo pedí mis vacaciones le pidiera a ella que lo hiciera también, para ir juntos a algún lugar. No tuve nada qué decir, siento que eso la terminó de alterar. Además ella también podría haberme comentado que quería ir conmigo. Comencé a sentirme mal, pero era solamente un malestar físico, y lo único que quería era salir del cuarto, pero ¿a dónde más ir?, estaba en casa. Asomarme por la ventana, amarrar mi cola a algún cable y huir. Pero la abracé, le dije que las cosas están bien, que intento respetar sus planes, sus decisiones. Me sentía mal pero solo quería terminar ese asunto. Terminar la escena, terminar mi vaso de leche y el disco que estaba de fondo, besar sus labios y dormir. Por fin N se calmó, me abrazó y se quedó, sabiendo que debía levantarse aún más temprano de lo normal para ir a su casa antes de la oficina a cambiarse de ropa.
No descansé nada. Dormí lo necesario pero me siento agotado, debería salir en este momento a correr, la espalda me está matando. Desayunaré e iré caminando al trabajo. Un café, un pan con mermelada. Tres, cuatro, cinco cuadras más. La mole laboral, erguida y llena de gente bonachona... entra un alma más buscando redención.

Casa: departamento de dos recámaras y un contestador con 5 mensajes nuevos. Bochorno, siento cómo el calor brota, escupe por los poros de la cabeza un líquido viscoso... mensaje Uno: María, sin apellido... voz un poco infantil. No dice mucho, sólo que tiene curiosidad por conocerme, deja su número de teléfono. Dos: María, la misma sin apellido, voz infantil y claramente nerviosa. Confesándome que le dio miedo y dejó mal su número, pero que ésta vez sí deja el real. Tres: N quiere saber si hoy en la noche puedo ir a cenar a su casa pues mañana se va. Cuatro: Silencio de nuevo, ruidos de alguien tras los cables. Cinco: una voz, y gritos familiares, de hombre... diciendo que si no tuve ya suficiente, que por qué sigo buscando a María, que me va a romper la madre si sigo insistiendo con lo mismo... que ya sabe mi dirección y que si no fue para mí suficiente haber estado ya antes con María... Un hombre, el mismo hombre que llamó hace unos meses, sin nombre y familiar. Nervioso, tal vez. Es mucho más fácil salir en este momento a casa de N y disfrutar una cena con la mujer que quiero y que parte mañana.

Sábado, trabajo de cinco horas. Último día que se publica el anuncio. Y N se va. Ir a verla a su casa, acompañarla al aeropuerto. Nos diremos adiós, y quién sabe, tal vez en ese lugar la situación me haga llorar. Son esas cosas que sé posibles, y que si ocurren no las podría calificar como premeditadas. Los monos recibirán mi visita mañana y mis padres sabrán de mí. Tal vez llame a María, nerviosa e infantil. Disfrutaría más hablar con el hombre. Si pudiera encontrarlo.
No lloré en el aeropuerto, fue hasta tomar de nuevo el bus. Decido no llegar a casa. Terminal de autobuses. ¿Para qué hablar con mis padres si puedo verlos?. El recorrido no es tan largo. No necesito tanto dinero ni ropa. Adentro de otro autobús. Estoy en un movimiento constante, no me muevo yo, solo sobre lo que pienso. Un avión pasa sobre nosotros.
Tarde, toco la puerta y la voz de mi madre preguntando quién está ahí. Toco de nuevo, se asoma por la ventana y grita. La casa es diferente; mi madre llora, papá me abraza. Preparan café, y papá saca una botella de licor de pera. Preguntan el motivo de la visita. Piensan que me voy a casar, (por fin) con N, que me asaltaron o corrieron del trabajo. Las preguntas llegan como los reflejos de un tren en movimiento. Me dan vértigo y no tengo ganas de hablar. Quiero sentirme en casa. Estar un día común de hace 15, 20 años. La cena familiar de siempre. La sobremesa. Sin nada extraordinario qué decir por que es una cena de las 365 que compartimos durante el año, sea verano u otoño. Mis padres están claramente contentos y deciden dejarme estar solamente. Después de platicar nimiedades, llega la hora de subir al cuarto, mi cuarto. Hace cuando menos 6 años que no duermo aquí. Las voces de mis padres en la cocina a estas horas confirman la sorpresa que causé. Mi cuarto no se parece a mí, presiento que esta noche no habrá sueño. Presiento mi cuerpo levemente iluminado por la poca luz de afuera que entra por la ventana, será mejor abrirla y salir al balcón y no pensar en nada, solo este instante. Soy parte de un gran cuerpo, lo que alcanzo a ver tal vez ya desapareció. Soy de nuevo yo, hace 15 años pero con las obligaciones de ahora. Desde este balcón me despido de todo y de todos. De nuevo soy solo yo. Sin pelirroja, sin N y sin nadie, sin monos del zoológico. Sólo mi departamento, mi cadáver vacío, a unos kilómetros de distancia. No estoy aquí, pero tampoco quedé allá. Existo por que otros me ven, me tocan. Y la búsqueda de lo otro, de lo desconocido y de lo probable. De las circunstancias falsas, de mi cuerpo hecho pedazos y que están dispersos en cada mirada conocida. Existo por que ellos me ven, por que veo mi reflejo en sus ojos. Y cuando se van... se alejan ¿y dónde quedo? En mi cuarto de la infancia, creyéndome niño, sabiéndome protegido por mis padres, por las paredes de mi casa, que hasta hace unas horas fue la casa. Necesito creerme posible, real, en sus ojos, aún cuando de fondo tengan hoy el mar. Divagando en blanco, oscilando en la letra de su nombre, única y justa. Y eterna. Repito como un mantra la letra y me va ganando el sueño.
Domingo. Y familiar. Desperté por el brazo de mi madre en el hombro, moviendo. Oscilatorio - trepidatorio. Despierta. Oscila y trepa la pared, el sueño y sal. Salta, al día. Domingo. A la mesa, al café y el pan tostado, al beso en la frente. A mamá y papá. A la plática dominguera, al paseo y al cine, al helado de chocolate. A la estación de autobús con la mochila en la espalda... a la casa, la otra, después de un rato familiar y con una sola urgencia. Más grande que las ganas de orinar.
Teléfono. El contestador no importa, sólo marcar. Siete números, los necesarios y al azar. Un hombre contesta. Alivio. Comienzo tranquilo... ¿Se encuentra N? ¿Cómo que ahí no está? ¿Qué no la conoces? ¡Ja!, ¡No digas que no, sabes bien quién es!... ¡Si te acercas de nuevo a ella te voy a romper la madre!... ¡Ya conozco tu dirección!, ¡Que N y yo estemos un poco mal no quiere decir que las cosas entre nosotros no funcionen!, ¡N no te quiere!... Dolor, llanto, ira... ¡Deja en paz a N, no finjas cabrón!... Reproduzco la voz, de aquél hombre... aún cuando el sonido me indica que hace mucho me han colgado, continúo gritando, gritándome. Sale la voz que creí perdida. Patético y liberado. Libre para ser amaestrado de nuevo.

Las luces van menguando y la ciudad parece demasiado tranquila. Dentro de pocas horas de nuevo lunes. Trabajo. Hay que festejar una semana más. Un fin de semana más. Sobrevivido. Un deja vú, en el balcón y sin vino. Brindo por las 8 horas que me quedan de libertad y por los domingos, y por mis monos...

Publicado por Laura. 17 de Octubre 2003 a las 11:56 PM