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1 de Diciembre 2000
Capítulo 4: Los habitantes
Todo lo que podías conocer de mí es ya conocido. Tú y yo, así, separados por cientos de kilómetros podríamos darle una lección fundamental de supervivencia a la humanidad; arrancarle piedras al pavimento y arrojárselas. Al parecer sólo tú y yo lo sabemos: La única enfermedad que está destruyendo al mundo es el amor. Hay que extirparlo.
Debido a que ni tú ni yo realmente amamos es que somos felices. Lo maravilloso es que contamos alternativas para este mundo enfermo y purulento. La distancia, la soledad, el silencio. Estamos predicando con el ejemplo, las personas necesitan separarse conforme este planeta se va haciendo pequeño. Necesitamos desarrollar el arte de tomar perspectiva. La primera vez que logramos vernos a nosotros mismos de cuerpo entero el vértigo nos hace retroceder. Poco después se nos pasa el espanto, comprendemos que amar a la manera del mundo es matar al otro de manera cruel y espantosamente innecesaria. Entonces a nosotros nos corresponde invertir la ecuación: Matarnos con nuestro silencio, con mutuo desdén; purificarnos. ¿Comprendes ahora por qué he repartido estos libros, estos salmos y estos báculos? ¿Por qué les he otorgado a los iniciados los sombreros y las gabardinas, el atuendo de predicadores? Para que nos vayamos por nuestro propio camino esparciendo la semilla que habrá de destruirnos, para repartir nuestro tipo de amor.
No pienses en nosotros, ni en 1995, ni en 1996, ni en el 98; piensa sólo en ti, en que tú eres todos y que cada una de las almas en tu cuerpo habita.
Estoy fatigado. Voy a salir de este café. Afuera, el nuevo día comienza, y con él, todas nuestras premoniciones se acercan a la realidad.
Escrito por Pável, 3:22 AM