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5 de Marzo 2005

Operación Aeropuerto, Capítulo XVI: Que alguien detenga este desmadre

Mi vuelo duró apenas 50 minutos, pero por alguna razón la hora de llegada fue fatídica, o es que todo a cualquier hora en este lugar es irreal. De hecho, a las 9 de la noche a la salida del aeropuerto uno tiene la impresión de estar en el set de filmación de Blade Runner: Los dos niveles de la avenida repletos de autos, los neones, la publicidad gigantesca, el estacionamiento de no sé cuántos pisos frente a la terminal, las luces de la ciudad, la filas interminables de gente y de taxis a la izquierda, y a la derecha la entrada convertida en ruinas, polvo y mamparas de cartón-piedra intentando cubrir las labores de "ampliación y mantenimiento" (sí, este aeropuerto que hace unos años iba a ser trasladado para la sanidad del populacho, finalmente se queda y está siendo "ampliado").

Mire usted: El avión aterriza a las 20:55, tal como está programado. Después de 10 minutos el capitán sale con la conocida cantaleta: "Señores pasajeros, nos ha sido asignada una terminal remota". Esto significa que el transporte aéreo se irá a arrinconar a una esquina lejana, oscura y etérea donde 15 minutos después nos irá a rescatar un simpático carrito para llevarnos a las instalaciones del aeropuerto. Por supuesto que en el ínterin nosotros, los "señores pasajeros" le estamos mentando la madre a más de uno y no falta quien en voz alta suelte un sarcástico "Gracias Fox".

Mire usted: Una vez en los pasillos del aeropuerto hay que encontrar la luz al final del túnel; esto es, la salida. Todos los vuelos que arriban del norte de la República pasan por revisión (por aquello del narco supongo, como si uno no pudiese traer caspa del diablo desde Mérida). Mi vuelo provenía de Monterrey, así que agrégele otros 15 minutos en el trámite.

Mire usted: Agregemos otros 10 minutos en el área de reclamo de equipaje. Un tiempo bastate decente ¿no? Bueno, lo que sigue es hacer fila para adquirir el boleto amarillo de los llamados "taxis seguros" (¿seguros de qué?). Agrege otros 10 minutos. Una vez con el boleto en la mano (y aún desde antes) uno se enfrenta a la fauna de los "maleteros", extraños entes de camisa blanca, corbata negra y aparente amabilidad que solícitos y presurosos se ofrecen a ayudarnos con las maletas para subirlas al taxi. Por supuesto a cambio de una módica propina. Pero en esta ocasión el diálogo fue más o menos como sigue:

Maletero (haciendo el intento por quitarme el equipaje) -Permítame señor ¿viene usted solo?
Yo (sin soltar la maleta) -No le voy a dar nada, le informo por si todavía me quiere ayudar.
Maletero (ofendido y dándose la media vuelta) -Buenas noches, señor.
Yo -Ya decía que tanto altruismo no podía ser.

Mire usted: ¿Que todo lo anterior es normal y sucede en cualquier ciudad del mundo? Tal vez, pero la escena siguiente es realmente dantesca: La salida del aeropuerto está convertida en un oscuro túnel gracias a los biombos que intentan cubrir las ya mencionadas labores de "ampliación y mantenimiento" (ampliación y mantenimiento del desmadre, suponemos) y donde un señor de edad avanzada enfundado en chaleco amarillo fluorescente señala a lontananza: "Para abordar el taxi, siga la fila". La fila. Trescientos metros de turistas y nacionales haciendo fila, y justo a lado de ellos decenas de taxis haciendo fila también. Llego a mi lugar en la cola y veo que justo a mi derecha existe un enorme boquete en una de las mamparas; un boquete que conduce directamente a... las pistas de aterrizaje. Y ningún elemento de “seguridad” vigilando ese acceso.

Doscientos metros adelante, el señor de edad avanzada y chaleco futurista comienza a gritar, "dirigiendo" el tráfico:

-¡Esos taxis de adelante, que se muevan!

Uno de los choferes le responde:

-¡Ese Pedrito, aquí no venga a gritar!

Pedrito se envalentona, frente a la mirada atónita de los extranjeros:

-¡Yo grito aquí y en cualquier lado! ¡Aquí yo hago lo que quiero! ¡Ahora yo soy el rey! ¡El rey del aeropuerto! ¡JAJAJAJA! ¡Soy el mero rey de aquí! ¿Cómo ves? ¿CÓMO VES?

A los mexicanos de mejor humor sólo nos queda reir, ya que. Y hasta eso, la fila avanza relativamente rápido; échele a la cuenta otros 20 minutos de espera, mientras sortea a vendedores de chicles, cacahuates, cigarrillos y tarjetas telefónicas.

Mire usted: Pero no crea usted que al abordar el taxi termina la historia. El auto tiene que hacer otra fila para dar la vuelta y salir al Boulevard Aeropuerto, tiempo durante el cual usted podrá escoger el tráfico de su preferencia para llegar a casa: Salir por Viaducto o por Churubusco. Resumen: Vuelo de 50 minutos y más de hora y media para salir del aeropuerto.

Mire usted: Ya adentrados en la urbe, en el natural embotellamiento de viernes, me quedo pensando que tal vez a mis siguientes visitantes de afanes turísticos y curiosidad antropológica les podría interesar una visita detallada al aeropuerto de la Ciudad de México; digo, si buscan un buen resumen de esta capital.


Ps. Curiosamente, el señor Sheridan acaba de meditar sobre el asunto. Se reproduce el artículo; vale la pena.

Aeropuerto

Guillermo Sheridan
(Aparecido en la edición impresa de Letras Libres, Marzo 2005)


El aeropuerto de la ciudad de México se llama Benito Juárez. Eso quiere decir que es un aeropuerto oaxaqueño, liberal y masón, y que cuando hay que fusilar emperadores los fusila y a otra cosa. Este aeropuerto no funciona bien: sus servicios son malos, sus hangares están corroídos, está lleno de cadáveres insepultos de aviones, sólo tiene dos pistas arrugadas y su capacidad de operación está crónicamente rebasada por la explosión demográfica que se refleja en el gentío que se va, el que llega, el que trabaja en el aeropuerto vendiendo donas y, sobre todo, el gentío que acude el aeropuerto para ver al gentío.
A la manera de las ruinas aztecas a las que se les construía encima otra ruina azteca, cada tanto al aeropuerto se le suele construir encima otro aeropuerto. Así, se encuentra en un perpetuo estado de construcción, a sabiendas de que al terminar cada ritual renovación, habrá que comenzarla de nuevo. Esto se hace con un propósito evidente: no rezagarse del nivel de rezago autorizado. Con cada mutación hay más estacionamientos y tiendas, pero las dos pistas arrugadas siempre serán las mismas pues, como suele ser en México, sólo cambia lo aleatorio pero nunca lo esencial. El resultado de esta mutación eterna es un laberinto mutante donde los mostradores de Delta Airlines el lunes son una tienda de (falsos) sombreros charros el martes.
Caso inaudito: el aeropuerto está construido adentro de la ciudad. Hay unidades habitacionales Benito Juárez en las que viven miles de familias a cuarenta metros de la pista principal. Por lo mismo, no hay pueblo en el mundo más experto en ver aviones que el nuestro. Desde los cientos de miles de autos embotellados en las calles atestadas, se tiene un observatorio inmejorable para ver los aviones embotellados en el cielo. Todo habitante de la ciudad es un controlador aéreo amateur, capaz de juzgar si la ruta de aproximación es la correcta, si el tren de aterrizaje bajó a tiempo, si el JAL que llega a las dos de la tarde le gana en lentitud y majestad al KLM de las seis.
Pero al hender laboriosamente la espuma de mierda que cubre a la olla de la ciudad, los aviones también la sazonan con toneladas de monóxidos y vapores de turbobenzina. Soltando tuercas eventuales, aterrizan esquivando rascacielos o los cohetones lanzados para que esté contento el santito del día, rozando tinacos, sacudiendo la ropa tendida en las azoteas, y obligando al aterrado pasajero a mirar las ventanas donde rollizos esposos golpean rollizas esposas, aterradas a su vez de ver en su propia ventana la cara de un salary-man japonés que toma su primera foto del México profundo sin siquiera haber tocado tierra.
Como todo en México, los aeropuertos no funcionan exclusivamente para lo que deberían funcionar (irse o llegar) sino para una enorme cantidad de actividades ancilares, propias de nuestra identidad retorcida. El aeropuerto sirve como sede y botín de cientos de organizaciones sociales y políticas, frentes populares, uniones de maleteros, sindicatos de taxistas seguros e inseguros, gremios de franeleros, masajistas y boleros. Hospeda también miles de comercios formales, informales y amorfos, bancos, baños públicos, temascales, un museo, farmacias, puestos de lotería, fábricas de donas, y en suma el mejor laboratorio para apreciar el instintivo gusto mexicano de "ir a ver qué pasa".
La fascinación con el aeropuerto es intrigante. Ir a ver ese sitio que es una suerte de puerta revolvente franqueada la cual hay una otredad ansiada y terrorífica. De ahí que cada viajero es despedido por TODA su familia, como si su destino fuese Plutón y no Hermosillo. Tres días después regresan para amontonarse en la puerta de llegada a ver llegar al heroico ser amado.
Todo esto hace de irse o llegar una experiencia laboriosa. Llegar al aeropuerto supone abrirse paso entre la turba, hacer infinitas filas ante los mostradores, encontrar asiento en las salas de espera, hacer fila para subirse al avión, hacer fila para sentarse cuando Menchaca logre retacar su maleta de dos metros cúbicos en el pequeño espacio para maletas y hacer fila para tomar la pista de despegue. Y llegar supone buscar las maletas y atraparlas con la determinación con que las Águilas de Filadelfia riñen un balón perdido. Luego hay que hacer fila para comprar el boleto de taxi seguro, sacarle la vuelta a los mariachis que vienen a recibir al atleta Gordillo, oler alemanes ebrios con (falsos) sombreros de mariachi, hacer fila para tomar el taxi y, ya en el taxi, hacer fila para salir a la calle. Todo esto mientras miles de bocinas berrean la ansiedad que tiene Gloria Trevi de que le den de besos.
Mientras el taxi hace fila en el primer embotellamiento, se me ocurre que no deberá faltar mucho para que un día, durante alguna renovación, se encuentre un muro de cuando el aeropuerto era prehispánico. Se construiría un museo de sitio para exhibir la momia de una azafata, un anuncio de hojalata de Orange Crush, una hélice de obsidiana y el plato en el que se comió una dona el capitán Sarabia antes de su fatídico vuelo. Y llegarán a bailar los aztecas. Y más gente va ir a ver qué pasa. -

Publicado por Pável 5 de Marzo 2005 a las 01:06 PM