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20 de Febrero 2005

Los domingos también me levanto temprano

A las siete con treinta para ser exactos. A los siete cuarenta y cinco tomo la ducha y luego desayuno, habitualmente cereal con nueces y almendras, y habitualmente escuchando Serge Gainsbourg No.2 ó Serge Gainsbourg Percussions. Si es éste último, específicamente pongo esa simpática samba que termina en balazos (Les sambassadeurs).

Después dispongo la ropa sucia en el carrito del mercado, así como un garrafón de agua. Salgo alrededor de las nueve treinta rumbo a la lavandería y siempre tomo la calle de las palmeras, donde los pajaritos suelen estar cantando y los perros durmiendo. Alguna vecina estará regando su jardín y el puesto de jugos y frutas ya estará laborando en esa esquina. Cuando llego a la lavandería echo un vistazo para tomar una decisión pronta: Si hay vecinas guapas lavando su ropa entonces me quedo; si no, dejo el encargo y regreso por mi ropa a la semana siguiente. Generalmente pasa lo segundo. Únicamente cuando estoy de un humor excepcional me quedo a lavar independientemente de que haya vecinas guapas o no. Eso porque me parece curioso que a esa hora yo sea el único hombre en la lavandería y no falta quien me haga plática y me aconseje algún tipo de detergente mientras me pone al tanto de los negocios de su esposo o de las correrías de sus hijos. Jamás les digo que soy psicólogo, lo cual podría desembocar en consultas interminables frente a las lavadoras y los blanqueadores; cuando me preguntan a qué me dedico les digo que a la herpetología o al proxenetismo, ante lo cual guardan silencio unos segundos y siguen hablando de sus vidas familiares.

Al abandonar la lavandería paso a la tienda de la esquina a comprar el agua. Mientras me atienden leo los titulares de los periódicos. En esta ciudad el 50% de ellos se refieren a resultados de fútbol y el resto a otros asuntos. Cuando salgo de ahí ya tengo una idea muy clara de lo que ha sucedido el sábado y estoy listo para ir por las tortillas. Doy vuelta a la calle, camino otras dos y llego a la tortillería que, curiosamente, se hace llamar “tortilladora”. Ésta es atendida por 4 sordomudos con los que intercambio señas para pedirles un kilogramo. Al salir de ahí tomo dirección rumbo a la casa. En un puesto de periódicos compro uno. Es importante comprarlo ahora y no antes, porque en mi carrito del mercado los objetos son dispuestos en un orden especial para que nada se maltrate en demasía.

Cuando regreso a casa (once o doce de la mañana) Luis se está levantando y está a punto de preparar su “desayuno”. Yo me siento un momento a leer el periódico, y a partir de ahí el domingo es muy variable. Puede que haya una película, un concierto o una exposición interesante, o que el departamento necesite de una limpieza profunda. Si se trata claramente del segundo caso entonces escojo la música que me ha de acompañar durante el proceso. No puedo barrer, sacudir o trapear si no es con la música adecuada.

Bueno, toda esta descripción es sólo para ilustrar que muchas horas de mis domingos serían desaprovechadas si no fuese por mi hija, quien comienza a azotar la puerta de mi habitación A LAS SIETE QUINCE DE LA MAÑANA para que me levante ipso facto y le proporcione sus alimentos. Lo cual sucede entre las siete treinta y uno y las siete cuarenta y cuatro, antes de mi ducha. Es decir, es lo primero que hago los domingos.

Monnelle

Publicado por Pável 20 de Febrero 2005 a las 02:35 PM