« Mujeres: Se acabó la diversión | Página principal | Señores narcotraficantes: Se acabó la diversión »
2 de Febrero 2005
Estas son las páginas que no vas a leer
Sé que escribo esto para no quedarme quieto. Tu recuerdo me paraliza ahora que debo organizar mi vida de nuevo y no puedo darme el lujo de detenerme. Sé que eventualmente voy a olvidarte pero necesito hacerlo lo antes posible. Tal como lo harás tú conmigo.
Cuando te vi supe que te escribiría esta carta y también supe que no la conocerías completa, porque la primera parte de la historia la viviste conmigo en la ciudad D. Estos son pequeños fragmentos de mi caída, y el asunto es tan banal como puedo serlo cualquier historia de encaprichamiento de una persona con otra.
Debo decir en mi defensa que eres insoportablemente encantadora. Debería odiarte por haber sacado con asombrosa facilidad esa parte perdida de mí. Deberías verme habitar mi ciudad; en mis días, en mi ambiente; gritándole a los niños, insultando a los conductores, pateando a los gatos, dándole zancadillas a los ancianos; deberías saber cómo se practica la misantropía más desinteresada y pura en la ciudad de la desesperanza. Pero mantengamos esto en secreto; hagamos un pacto; aprovechemos la ausencia de testigos: Tú conociste a otra persona en el invierno de tu ciudad. Yo no estuve ahí y nunca había visto a la persona con la cual trataste.
Miento. Es mejor no mentir. Está bien: Era yo. Nadie aparte de ti tuvo el dudoso privilegio de observar el lamentable espectáculo que ofrecí en las calles de ciudad D. No le cuentes a nadie que bailé contigo, que te compré flores, que te canté, que te escribí notas. Shhhh. Tengo una reputación qué cuidar.
Un par de horas antes de verte por primera vez había conocido tu voz. ¡Hola! ¿Dónde estás? dijiste a través del teléfono. Yo estaba en Aachen. Tomé un tren y cuando estuve en ciudad D volví a llamarte. El mismo saludo y la misma pregunta de tu parte ¡Hola! ¿Dónde estás? en perfecto español. Ahora estaba en Hauptbahnhof. Escucha, no podré ir por ti decías, "¿podrías venir solo a mi casa? Claro, sólo dime cómo.
Estas fueron las instrucciones para llegar a tu departamento: Vives en la calle D, en ciudad D. Desde Hauptbahnhof debes dirigirte al andén 13 y tomar cualquiera de estos dos trenes: 8 ó 18.
Entonces decía que al llegar toqué el timbre, abriste y esperé al pie de las escaleras. Y apareciste. Me invitaste a pasar. Me dejaste solo unos momentos para tomar una ducha. Luego te disculpaste; tenías que terminar un reporte. Te dije que no había problema, que había cargado con un buen libro y lo terminaría mientras tanto. Me quedé sentado en la cocina, fingiendo que leía. Regresabas cada cinco minutos a preguntarme algo de tu reporte; era un trabajo de traducción al español y convenientemente mi lengua materna es el español. ¿Conoces a Unamuno? ¿A Galdós? ¿Qué significa tunante? "
Por supuesto que yo me comportaba normal en esos momentos. Soy un dechado de ecuanimidad, de temple. Pero ¿cómo qué querías que te dijera? Hola, soy un platelminto. ¿Qué se cree usted, que con sonreir así va a hacerme vulnerable? Más que eso: Estoy hecho una sopa. Soy una marioneta en sus manos. Tenga, haga lo que quiera. No tengo voluntad ante usted señorita. Soy un despojo.
Pero parecía que tenía todo bajo control ¿verdad? Después de todo, soy mucho más viejo que tú. Y recuerdo muy bien que combatí con valor tu sonrisas. Pero con tus suspiros no pude. Esta no es una broma, así que deja de sonreir. Tus suspiros fueron un golpe bajo, una sucia jugarreta. Que funcionó muy bien por otra parte. ¿Por qué suspirabas tanto?
Terminaste tus labores y me invitaste a salir. ¿De qué se trata esto? A las once de la noche, con menos de cero grados ahí afuera. Vayamos. Subamos al tranvía. Después al metro. Me enseñarás los locales cerrados, las pistas de baile, los cafés, las panaderías y las iglesias. Todo cerrado. No lo entiendo dirás A esta hora aún suele estar abierto todo ¿Por qué estaremos muertos de la risa? ¿Por qué nos miraremos a cada instante? Misterios. Fingiremos que el idioma es el culpable de algunos deliciosos silencios. Me llevarás al río. Habrá luces al otro lado. Te preguntaré por tu sitio favorito junto a él. Y ahí bailaremos un poco. Frente al río se decidirá todo (esta carta, tu recuerdo)
Encontraremos la última pizzería abierta. Conseguiremos una generosa porción de vino de parte del administrador, un italiano. Ahí seguiremos siendo unos necios. Te preguntaré por la palabra más larga de tu idioma. Te diré la mía (¿parangaricutirimícuaro? Tienes razón, estaba ebrio).
Y finalmente regresaremos a tu departamento.
(A la distancia no culparé al alcohol; asumo mi responsabilidad. Sabía perfectamente lo que hacía. ¿Qué hacía? Sucumbir como un infante. Olvidar lo esencial de mi idioma, recordar únicamente dos palabras para escribirlas en tu espalda...)
(Fiel a mi vocación pirómana, acerco fuego a estas páginas. Dejémoslo así. Tú sabes bien lo que sucedió)
Publicado por Pável 2 de Febrero 2005 a las 09:19 AM