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22 de Septiembre 2004
Caminar
Me recuerdo caminando a la orilla del mar, al borde del Océano Atlántico y del Pacífico, sintiendo la cálida arena en los pies. Después me recuerdo caminando en el desierto de San Luis Potosí. Caminando al pie de una montaña en Puebla; en una carretera en Yucatán, atravesando la bruma del Golden Gate; siguiendo el curso de un río en Veracruz.
Finalmente me recuerdo caminando ciudades; atravesando Querétaro de oriente a poniente; perdiéndome en los laberintos de Guanajuato; encontrando sonrisas en Guadalajara, vislumbrando a lo lejos las montañas de Monterrey, corriendo bajo la lluvia en Caracas.
Pero por muchos motivos la ciudad que más disfruto caminar es ésta, la ciudad de México, una ciudad terrible para ir de pie, una de las que tiene más automóviles en el planeta, una de las más contaminadas. Y, dicen, una de las más inseguras. Y poder caminar aquí es mi acto particular de fe, una declaración de voluntad: Es posible. Es posible disfrutarla y desarrollar una extraña calma después de haberlo hecho muchas veces. Me digo en secreto la mayor insensatez para un habitante de esta urbe: Que éste es un lugar seguro, así sea para todos los desquiciados. Nadie me creería, ni dentro ni fuera de ella. Pero en contra de los automóviles y los supuestos peligros, en una especie de resistencia pacífica, caminar en estas calles es un acto de optimismo y de esperanza. La he caminado prácticamente a todas horas, en muchos lugares considerados prohibidos, ya sea por necesidad o por placer. Mis recuerdos y mis historias con esta ciudad irán por siempre ligados a lo que puedo encontrar recorriéndola; a lo que puedo obtener de sus muros, de sus pasadizos, de sus templos, de las estaciones del metro, de sus vagabundos, de sus sonidos. Todo paisaje es siempre tan generoso.
Amo caminar. No recuerdo una caminata sin provecho, así haya sido triste, solitaria o desesperanzada. Algo cambia en nuestra cabeza conforme se avanza, conforme los pies se comen el camino, conforme uno levanta la vista. Caminando se encuentran tantos detalles en el ambiente, tantos gestos en las personas. Tantos consuelos, tantas explicaciones y tantos sinsentidos. Tantas preguntas. Alguien debería patentar las caminatas como forma de meditación. Me gusta tanto caminar que me he negado a tener auto y me seguiré negando hasta que mis piernas me aguanten. Sé que hay muchos kilómetros todavía guardados en ellas. A veces, cuando me encuentro caminando o atravesando algún puente peatonal, me imagino cuántas personas se detendrán a admirar sus ciudades. Me siento hermanado con quienes lo hacen; con los que exploran, con los que reflexionan, con los que salen a caminar para resolver un problema, para despejarse, para encontrarse otra vez con ellos mismos. Con quienes tienen la imperiosa necesidad de ir por allí en silencio, solos o acompañados, únicamente observando lo que aparezca en el camino.
Ellos saben que una sensación de serenidad incomprensible se apodera del espíritu cuando se avanza. La vida, el presente, el ayer y el futuro son muy diferentes vistos desde la propia velocidad.
(Evidentemente ésta es una narración idílica, entre la ciudad y yo. Aún así, sostengo: Es posible caminar. Y saludable.)
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Hoy es el Día Mundial sin Autos. Más sobre el tema por aquí:
Publicado por Pável 22 de Septiembre 2004 a las 05:38 PM