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11 de Agosto 2004
Vuelos diferidos (4): El libro de la vida
De Ciudad de México a Viena, Austria.
Cuando Vanessa viajó a Francfort yo me encontraba en Orizaba con Jennie. Jennie me llevó al canal que cruzaba por el centro de la ciudad y me señaló un sitio donde solían matar reses. A ella le tocó todavía presenciarlo. En una ocasión cargaba su cámara y presenció la sangre cubriendo el agua. No le impresionó tanto el inusual color del río como el espectáculo de las aves disputándose la carne que desechaban del matadero. Ella aprendía español en aquel entonces, y me dijo que nunca lograba memorizar el nombre de aquellas aves de plumaje negro; que únicamente recordaba la primera letra y la recordaba porque era curiosamente la última del alfabeto. En ese momento yo saqué mi cámara y fotografié el lugar: Las casas junto al canal, atrás la cúpula blanca de algún templo y al fondo las montañas cubiertas de bruma. Jennie señaló una marca roja y una marca azul en los muros de las casas. La marca roja fue pintada por las autoridades municipales y servía de referencia en época de lluvias. Si el agua del cauce llegaba hasta la línea la gente debía desalojar sus viviendas por seguridad. Pero los habitantes habían señalado su propio límite (la marca azul) unos dos metros por encima de la marca oficial. Entendí que ambas marcas eran caracteres y que los muros de las casas eran páginas del libro de la vida. Imaginé que esos signos no eran escritos por seres humanos sino por manifestaciones cíclicas de la naturaleza. Casi de manera inmediata otro signo del libro se hizo evidente: En la mano derecha de Jennie A. se dibujaba una gruesa cicatriz que la atravesaba de forma horizontal, como si una línea de la muerte impidiera la lectura de la línea de la vida. Le pregunté cómo se había hecho la herida y me llevó al sitio donde se produjo el incidente. Llegamos a las puertas del asilo de ancianos. Se trataba de una casa enorme rodeada de amplios y cuidados jardines, cercada con púas. Alguna vez intentó brincar esa cerca junto con un amigo; en el intento uno de los metales le abrió la mano. Asustado ante la sangre, el chico que le acompañaba corrió por ayuda. Fascinada, Jennie fotografiaba su propia herida, la vida que goteaba de ella.
Unas semanas después, durante ese mismo verano, las aguas del Danubio se salieron de control ante las inusuales lluvias, aterrorizando a los turistas de Viena e incomodando levemente a sus habitantes. La parte más occidental de Europa, mientras tanto, sufrió una de las peores canículas de su historia. Yo miraba los titulares en las calles del Centro Histórico, y Vanessa me lo reportaba desde Austria. Me imaginé el fin de todo; el fin, así, abstracto, sin mayor referente. Al mismo tiempo, de este lado del mundo, yo volvía a desbaratar sentimientos a base de enfrentamientos con la muerte; desbordaba los ríos secretos de la soledad y seguía leyendo, sin entender, el libro de la vida.
Publicado por Pável 11 de Agosto 2004 a las 01:50 AM