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13 de Abril 2004

La vida sentimental de los objetos

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Madrugada. Ya no están ni el paraguas ni el abrigo. La radio del despertador se enciende, siempre adelantándose. Hay que pensar en devolver los objetos que se adelantan, que entran a destiempo. La alfombra recibe unos pies descalzos que soportan el peso de un movimiento torpe, aturdido. Atrás se quedan las sábanas revueltas, donde la huella de uno de los cuerpos se ha desvanecido mucho antes. El agua de la regadera ahoga las catástrofes de los noticieros.

La puerta del baño se abre. Un oso de peluche sobre el sofá. La toalla hace contacto con la alfombra. Cuando uno decide marcharse, queridita, se tiene que llevar todas sus pertenencias. Por cortesía.

La sala. El control enciende una televisión que no será tomada en cuenta. La radio sigue parloteando en el cuarto. Gota a gota, la cafetera se llena de un líquido oscuro que jamás será bebido. Porque el café se sirve, la taza humea, pero casi inmediatamente el televisor se apaga, se toman las llaves. La puerta de la calle se abre. Madrugada.

Una, dos veces el auto intenta su marcha. En el celular, el sonido de una marcación se interrumpe abruptamente. El auto arranca. Un disco compacto gira, las notas dialogan con los semáforos.

Llegar.

Una llave gira. Una sala, vacía. Un reloj de pedestal y un espejo, los testigos.

Cuando los primeros rayos de sol entran por la ventana, el oso queda abandonado sobre un sofá. Las llaves, sobre un librero, bajo una lámpara. Y la puerta se cierra lenta, inexorablemente.

Publicado por Pável 13 de Abril 2004 a las 05:40 PM