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16 de Diciembre 2003

Flores

flores

El clima pinta melodioso para hacer un par de piruetas sentimentales. El patetismo puede funcionar en la literatura, pero en la vida cotidiana tiene la divina virtud de fastidiarlo todo. Necesito un boleto de avión hacia Mérida. YA.

(La literatura. Ja. JA)

Sigue: La vida nocturna en una oficina solitaria.

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La vida nocturna en una oficina solitaria: el garrafón de agua, las alfombras, los extinguidores, las impresoras, la fotocopiadora, el fax, las lucecitas parpadeantes de los teléfonos, la cafetera, la cocina, los baños. Suena muy romántico pero en realidad todo es bastante siniestro. No es que sea el turno nocturno, sino el hecho de no dormir adecuadamente, en cantidad y calidad de horas. Podría haber sido una experiencia gratificante, si no fuese porque muchos mamíferos necesitamos dormir y descansar, y no trabajar unas veinte horas al día. Nadie debería pasar por eso. Y hay muchísima gente que pasa por eso, en condiciones mucho peores que una oficina que al menos tiene una alfombra para que te tires. Precisamente acostado en la alfombra y mirando al techo, pensaba en esa gente; me venían a la mente imágenes de niños privados de sueño y reposo.

¿A qué me dedicaba en esa oficina? Ah, es muy interesante. Todavía lo hago. Construyo modelos estadísticos basados en reportes acerca del comportamiento humano. Una conducta se transforma en un gráfico, y luego de un conjunto de gráficos, tablas, números se intentará predecir un comportamiento futuro. ¿Acaso esto no es bastante siniestro también?


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Una vez me quedé dormido sobre un par de sillas. Se unían justamente a la mitad de mi columna vertebral, y cuando desperté unos quince minutos después simplemente no podía mover las piernas. Así que me arrastré un poco hasta que volvió la sensación debajo de mi cintura. En ese lapso pensaba. Pensaba.

Vine a la ciudad de México con el objetivo de cultivar mi propio odio, rencor e indignación, después de muchos años de habitar en un valle de flores. No es que no me gusten las flores; todo lo contrario. Todavía no llego al fetiche de encerrarme en el baño y comerlas, pero me ponen de muy buen humor. Y si me alejé de ellas fue por cuestiones más caprichosas en realidad. Quería ampliar mi gama de emociones. Siempre he sido una persona bastante informada acerca de lo que sucede en el mundo, he intentado mantener agazapada la dosis de ingenuidad que todos tenemos. Pero estaba harto de imaginarme la indignación, de imaginarme la humillación, el dolor (no el sufrimiento, que es diferente); harto de no estar de acuerdo con algo sin haberlo visto por mí mismo. Esto es muy interesante porque no vine a sentirlo, sino a presenciarlo. A palparlo. No es que en la otra ciudad esto no existiera, pero había una bonita pantalla, un lindo biombo que lo ocultaba. Aquí no hay manera: Cada día la miseria (en todas sus facetas) se le restriega a uno en la cara. De una u otra manera me tocó vivir un poco (un poco) de ese dolor y creo que obtuve mi merecido por acercarme demasiado. Pero no me arrepiento. Por supuesto que todavía no sé todo acerca del funcionamiento de esta sociedad, pero me siento como si en estos tres años hubiese adquirido información equivalente a diez. Y esta información me permite planear mejor mi plan de ataque.

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En el techo del edificio de enfrente había una disco. A veces me asomaba. ¿A dónde se va esa canción techno de amor? ¿Por qué se disuelve en la oscuridad?

Salía a caminar a las 3 de la mañana para que el frío me mantuviese despierto. Muchas veces las caminatas se prolongaban treinta o cuarenta minutos; me iba de Masaryk a Mariano Escobedo, y ahí hacia Reforma. Me detenía a observar el tráfico de esas horas. No es ninguna metáfora, a esa hora en esta ciudad hay tráfico. Los autos paralizados me daban una sensación de sosiego, de tranquilidad. Fuera de tiempo. A veces salía casi al amanecer, y el sol en el rostro me sorprendía viendo a los autos.

¿Por qué recuerdo eso ahora? Era la misma época del año. Con tanto frío.

Había estado demasiado ocupado. Hoy lo sigo estando, pero me apuran otras cosas; conseguir un boleto, escribir, conseguir un peine (hace 9 años que me rasuro el cráneo para acordarme cada día del cáncer y la muerte, pero ahora me he dejado un poco el cabello para la ceremonia).

También tengo en la agenda alegrarme ahora que Vanessa y Alejandro han decidido vivir juntos, quererles más, pensar en tener flores en la casa ahora que vengan a visitarme…


Publicado por Pável 16 de Diciembre 2003 a las 09:26 PM