el club de los insomnes

Parece que hay un poco de emoción en tus palabras. Estarás discutiendo con alguno de tus amantes. Con otro de tus amantes. Agarro la almohada que está a mi lado y me cubro la cabeza. “¡Oh, no! No quiero enterarme de esto” me digo. Comienzo a contar ovejas, a recitar poemas de Gutiérrez Nájera, de Rabidranath Tagore, a repasar la tabla del nueve… en ese momento no se me ocurre ponerme la antena hermenéutica. No estoy de humor. ¿Por qué? No sé. Tal vez sea el insomnio que me ha perseguido en los últimos meses el que me ha vuelto un ser extraño.

Sigues hablando. Sigo con la cabeza cubierta. Luego recapacito acerca de mi insensibilidad. ¿No necesitarás algo en ese momento? Podría jurar que estás a punto de llorar. Entonces decido levantarme e ir a preguntártelo, pero me detiene la señora Prudencia (una mujer obesa, bigotuda y con rulos que se aparece obstruyendo la puerta). “¿A dónde crees que vas?” me dice doña Prude. “A ver si se le ofrece algo a mi amiga” respondo, “y de paso ver si puedo servirme un vaso de leche”. “Ni se te ocurra muchachito. Si algo se le ofreciera, ¿no crees que te lo pediría?” Medito un poco. “No necesariamente. A veces es difícil para alguien pedir las cosas.” Doña Prudencia frunce el ceño juntando sus pobladas cejas. “¿Recuerdas la conversación de ayer en el café? ¿No te dijo allí que le gustaría volver a dormir abrazada contigo?”

Comprendo el punto de la señora: Si tú necesitas algo me lo dirás. No sé cómo puedo ceder ante una lógica tan barata. Supongo que el sueño me está venciendo. “Sí, tiene razón Doña Prudencia; además, parece que está arreglando un asunto en este momento. Así que buenas noches y LARGO DE AQU͔