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22 de Enero 2003

Big One

Whats going on, by Yoshitomo Nara.JPG

Los últimos pensamientos en vida de una persona pueden ser bastante curiosos. Olvidémonos de las últimas palabras que en el caso de las personas famosas suelen caer más en el terrero de la leyenda, de la anécdota ficticia. ¿Qué es lo que piensan las personas corrientes? Mejor aún, ¿Qué piensan sin saber que es lo último que están pensando?

Salí del metro que está a dos esquinas de mi casa. Pensaba en el reciente correo de Russell y su ingeniosa ilustración de los correos basura que suelen invadir nuestras cuentas de internet. Lo relacioné inmediatamente con un capítulo del libro No Logo, de Naomi Klein, precisamente donde señala e ilustra cómo nos estamos quedando SIN ESPACIO. Y vinieron a mi mente los espectaculares de las avenidas, y las casas cuyas bardas estaban siendo rentadas para publicidad, y en si no sería bueno que yo tuviera el poder de decidir si quería o no ver anuncios, carteles, comerciales televisivos, mensajes de los patrocinadores, spams; si no sería bueno que yo decidiera cuándo y a qué quería exponerme. Y de repente salté al famosísimo debate sobre apreciación estética que se gestaba en tierras yucas, y en que el asunto tenía cuerda para rato.

Y luego me invadieron las imágenes de Solaris, la película de Andrey Tarkoski que había descubierto un par de días antes; estaba asombrado todavía de tanta belleza. No sé que rayos hagan en el remake que viene pero me queda claro que ésa, la que vi la noche del domingo, es el cine hecho poesía, o la poesía hecha cine. Imagina que tus obsesiones se materializan, que tienes la oportunidad de platicar con tus miedos, con tus anhelos, con tus recuerdos… como si éstos fueran una persona y no habitaran tan sólo en tu cabeza. Imagina que no tienes que lidiar dentro de ti mismo con tu culpa o tus deseos, sino que puedes tenerlos enfrente y observarlos, interactuar, presenciar sus muertes y resurrecciones.

Solaris era un pensamiento más bien feliz y reconfortante, hasta que la gente en las calles me regresó a la realidad. Me pareció curioso porque a esa hora (ocho de la noche) generalmente ya no hay nadie en mi calle, y la actividad del momento parecía fuera de lo común. Y demasiada gente con perros en los brazos. Luego me di cuenta que no había energía eléctrica e hice la relación. Pero AÚN NO HABÍA COMPRENDIDO. Tanta y tan profunda era mi estrechez de miras que me atreví a plantarme frente a la tienda y pedir (¡En esos precisos y aciagos momentos!) medio kilo de huevos para MI CENA. Las tenderas me miraron como si les hubiera pedido un kilo de mantarraya y unas alcachofas tiernas. Y luego siguieron mirando hacia el cielo, como si ALGO FUERA A CAER DE ALLÁ ARRIBA. Pagué y recorrí los cinco metros que faltaban para llegar a casa. En la puerta había más gente mirando hacia el cielo. Una mujer le gritaba a una anciana que se encontraba en el quinto piso: “¡Tienes que bajar!” La anciana le respondió que no podía, que prefería quedarse arriba. Y YO TODAVÍA NO CAPTABA LA IDEA. Hasta que metí la mano al bolsillo, saqué la llave y me dispuse a introducirla por el orificio. Una fuerza invisible tiró mi cuerpo hacia atrás, y estuve a punto de caer. Me erguí aturdido y una nueva fuerza me empujó, esta vez hacia adelante (esta sensación es, según le explicaba a JC, similar a un mareo provocado por una considerable ingesta de alcohol, pero sin la felicidad que caracteriza a dichas situaciones. Sé que nunca han bebido alcohol en la cantidad suficiente para marearse y perder el sentido del equilibrio, pero les pido que hagan un supremo esfuerzo de imaginación).


El terremoto era tan fuerte lo primero que se me ocurrió fue HABLARLE A MI MADRE. Literalmente lo que hice fue tomar el teléfono público del que me estaba SUJETANDO para hablarle a mi mamá y REPORTARLE que estaba temblando MUY FUERTE. Así de infantil. Claro, mi intención era decirle que todo estaba bien, que estábamos en la calle y que si se cortaban las líneas telefónicas no se preocupara. Por supuesto que el efecto fue el contrario. MI PROPIA MADRE SABÍA QUE ALGO NO ESTABA BIEN PARA QUE YO HAYA LLEGADO AL EXTREMO DE LLAMARLE REPENTINAMENTE. Y es que al momento de estar marcando, todo se seguía moviendo. Hagan de cuenta un barco en medio de la tempestad.

Pienso que el hecho de haberle llamado a mi madre casi instintivamente provino de algún mecanismo primitivo y profundo que le decía a mi organismo que la cosa era grave. Bueno, el hecho de tener que abrazarme a un teléfono público para no CAER también da algunas señales sensoriales al respecto. Por supuesto que no es el primer temblor que he vivido, pero ahora sí puedo decir que ha sido el más fuerte. Los anteriores se han integrado a mi repertorio memorístico como el curioso bailecito de unos árboles, unas cortinas, algunas lámparas. Vaya, muchos ni siquiera se sienten si uno no se percata de esos signos visuales, de esas minucias. Pero ahora estaba luchando por no CAER, y el bailecito involucraba también a los EDIFICIOS ENTEROS. Y ERA ETERNO (casi un minuto).

Creo que, como en el caso de otros centros sísmicos del planeta, a esta ciudad le volverá a llegar un buen día el que yo llamo THE BIG ONE. Este fue Big One, no “the”. Y creo también que si estoy aquí cuando eso suceda, lo sabré en el instante, lo sabremos en el instante. Tal vez si esté cerca de algún teléfono intente marcar el primer número que me venga a la memoria y muy probablemente sea el número de alguno de ustedes. Si del otro lado del auricular escuchan mi voz quebrándose con un críptico mensaje, sepan que THE BIG ONE ha vuelto ala ciudad de México. El mensaje es el siguiente: “ESTÁ AQU͔. Y la llamada se cortará.

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Apenas colgué el teléfono, se abrió la puerta del edificio y salió corriendo, espantadísimo, Luis. No iba solo. Iba de la mano con una mujer joven, guapísima. (??????????????????????????????????????????????????????????)

¿Necesitaba otra prueba de que esto era el fin de la ciudad?


Richter.JPG

Publicado por Pável 22 de Enero 2003 a las 01:44 AM