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15 de Enero 2002

Las ciudades como citas

“No es que Kublai Kan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores”.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles.
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De muchas maneras y de muchos dolores se llega a las ciudades: Con mapas, bisturís, mareas, estaciones o cementerios, y siempre la ciudad es el único rincón donde existe la posibilidad. Al estar en carretera siento que estoy fuera de tiempo, siempre esperando el momento de entrar en una nueva celebración, en una nueva letanía, en un agónico grito; a la espera de cruzar los arcos de una nueva ciudad. Una ciudad es un lugar habitable dónde morir; un lugar habitable es una ciudad. La ciudad se esconde en cada golpe de piedra y en cada forma de sombra; una ciudad es un modismo o un pájaro negro graznando en una ceiba; un titular incomprensible de periódico (“No hay tu tía”, “¡A chupar!”), es una familia de pescadores de medianoche que arrolla los peces picados a sus gatos mascotas, quienes mueven apacible y sonrientemente la cola mientras esperan; es un paradero de trolebús con los cristales rotos a los pies y un niño ciego sonriendo al viento; es también un burro atado a la noria bajo un letrero de “prohibido atar caballos”, y es una señora sentada vendiendo chinas y aguacates, y un incendio cuyo humo inunda la manzana. Acaso sea la anciana que con inocencia impasible, tropieza

Cuando reportan un bombardeo, se dice “Fuego cae sobre Kandahar”. No sobre los habitantes, ni sobre las casas; sobre la ciudad que es más que la suma de experiencias y de nombres; más que el pasado habitable y el futuro jamás posible. Una ciudad es como una cita en sus dos acepciones; como lugar de encuentros (forzosamente fortuitos) de seres y de ocasiones; es como una cita compuesta por nosotros sílabas, por nosotros acentos, inflexiones, comillas e interrogantes. Las ciudades poseen la maravillosa capacidad de seguir sin nosotros, pero nosotros no podemos desterrarlas una vez que las hemos asistido, porque con nuestros huesos y alientos ayudamos a sostenerlas.

Una ciudad a oscuras es el reporte de nuestros momentos de soledad, y una ciudad de día es un espejismo de lo que hubo en tiempos del sol. Una ciudad es el tejido de recuerdos de palabras escuchadas (nunca dichas), y a la vez el entramado silencioso que ensambla todas las enfermedades que deben ser susceptibles de epidemia. Epidemia de esperanza y de hastío; de abismo y derrota. Sin derrota no se define el hombre (ni el cerdo, ni el caimán, que son invención de uno). No existe pues, algo llamado la historia personal; simple y llanamente somos instrumento de testificación finita de un malecón, de una hola, de una fuente de piedra, de un riachuelo, de una hoja, de la sombra…

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“La ciudad se te aparece como un todo en el que ningún deseo se pierde y del que tú formas parte, y como ella goza de todo lo que tú no gozas, no te queda sino habitar ese deseo y contentarte”.

Publicado por Pável 15 de Enero 2002 a las 02:52 AM