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31 de Enero 2002
¡Viva el abad! (Ave Satani)
Proliferan ya en las calles más tradicionales de la urbe los juandieguitos de cerámica o arcilla; reproducciones idealizadas del indígena noble que ha sido bendecido al someterse dócil a la fe mariana. Los autores de estas reproducciones no escatiman en detallar con toda la precisión posible la pureza de alma de este personaje en la expresión de sus ojos; personaje cuyo mérito se engrandece aún más precisamente por ser indígena y por ser pobre.
Entonces, ¿quién es este príncipe de maldad que se atrevió a enviarle una carta al Vaticano suplicando que se reconsidere la santificación? ¿Quién es el monstruo de lengua bífida que se atreve a negar la existencia histórica del más pequeño de nuestros hijos?
Ha sido todo un agasajo repasar los diarios capitalinos menos respetables (es decir, la mayor parte) durante estos días. Habla porque tiene boca, Chochea. Está locuaz, El abad del diablo, han sido algunos de los titulares que nos han regalado los señores editores; a tinta roja y a tamaño dumbo.
Don Guillermo ya debe estar figurando en la imaginería popular como una suerte de acólito demoníaco. Enfundado en sotana púrpura, el báculo de pastor a la diestra, la mitra y los ojos humeantes, los colmillos afilados y listos para desgarrar, mientras que con flamígero dedo señala al frente, (es decir a nosotros, plebe inmunda, piadosa e ignorante). De fondo, la música de La Profecía.
Ignoramos los motivos reales que inspiran al abad a mantenerse en sus trece (y muy probablemente no sean los motivos más nobles que digamos), pero el hecho de que una voz diferente se levante, y aún más, que sea con la conciencia de que se está ganando el odio feroz de toda una nación, eso sí es de destacarse.
Lo menos importante sería la existencia o no del susodicho Juan Diego; importan más las repercusiones que en la conducta de un pueblo tiene la devoción hacia él. Inclusive una reflexión profunda acerca del debate nos llevaría más allá de la cuestionabilidad del mito guadalupano, para ubicarnos en luchas intestinas entre corrientes filosóficas católicas, pasando por intrigas palaciegas acerca de la sucesión papal.
Sin embargo, lo triste del asunto es que el nivel del debate se ha mantenido superficialmente centrado en la ofensa (?) que un anciano sacerdote le hace a los sentimientos creencias y fe (válgame) de un pueblo.
El día que dejemos de sentirnos atacados ante las simples diferencias de opinión y podamos sentarnos alrededor de una mesa a construir un modelo de acción racional y propositivo con esas mismas diferencias, ese día sabremos que realmente algo ha cambiado en nuestro país; y no como ahora que hablamos de cambio cuando simple y sencillamente nos ha seducido más la mercadotecnia de otro producto más del mercado político.
Publicado por Lic Osorio 31 de Enero 2002 a las 12:54 AM