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2 de Marzo 2003

Las preguntas adecuadas

Uno de los conceptos más útiles que descubrí siendo estudiante de psicología fue el de autoeficacia: La creencia que tiene un individuo acerca de sus propias capacidades para llevar a cabo determinada conducta. Esta creencia o serie de creencias es un determinante poderoso en el comportamiento. Pero esta creencia o autoeficacia en muchas ocasiones es difícil de construir dentro de un individuo debido en gran parte al hecho de que no siempre obtenemos recompensa cuando emitimos un acto.

Mucha gente cree firmemente que con sus acciones pueden detener una guerra. Y esta creencia-convicción les lleva a determinadas acciones. Manifestarse en marchas es una de ellas. El pasado sábado 15 de febrero se presentó a nivel mundial una de las mayores manifestaciones de la llamada “sociedad civil” en las calles: Marchas por la paz. Muchas de las personas que participaron en ellas piensan que con su acción pueden detener una guerra y esto las motiva a actuar, a participar. Estas personas ya tienen un alto nivel de tolerancia ante la frustración, y muy probablemente, encuentren reforzadores de su conducta con facilidad (grupos afines, sentimientos de estar haciendo lo correcto, etc.)

Me interesan las personas que se encuentran en una especie de limbo entre creencias y conducta: Aquellos individuos que se encuentran preocupados por la situación actual, pero que piensan que de nada servirá su conducta, lo que hagan o dejen de hacer. Quizá nunca lo han intentado, quizá en algún momento lo hicieron y sintieron que no sirvió de mucho. Si caen en el segundo caso hay un término en psicología que también define su situación: desesperanza aprendida. En el pasado han emitido conductas, pero la falta de reforzadores les ha llevado a desistir de sus intentos.

La frustración y desesperanza aprendida pueden provenir de un deficiente enfoque. Nosotros como ciudadanos ¿podemos detener una guerra que ya está decidida a llevarse a cabo? A muchas personas esta pregunta se le aparece como más allá de sus límites. Podemos reformularla para que suene más asequible: Nosotros como ciudadanos ¿podemos aplazar una guerra que ya está decidida a llevarse a cabo?

Sí.

Ya lo hicimos. Según las filtraciones y la información que llega a manos de los reporteros y analistas, el ataque contra Irak estaba totalmente decidido para la segunda semana de febrero, pesara a quien le pesara y pesar de lo que dijera la ONU. Sea esto cierto o no, lo que sí es evidente es que, si por la administración Bush fuera, el ataque a Irak ya se hubiera producido, y en estos momentos ya deberían estar disfrutando del botín. Podrían haberse pasado por el arco del triunfo al Consejo de Seguridad (lo han hecho en infinidad de ocasiones). ¿Entonces?

Al gobierno estadounidense la maniobra le está saliendo más cara de lo planeado, hablando en términos políticos. Política y socialmente cara. La reacción de la ciudadanía mundial ha sobrepasado lo previsto y en este momento están analizando minuciosamente cómo minimizar los costos una vez que arrojen la primera bomba (porque todavía les seguirá costando). Por supuesto, los ciudadanos contra la guerra han visto también un respaldo importante en la postura oficial de países importantes (Francia y Alemania los ejemplos más influyentes), pero hay que diferenciar. Una postura oficial no se construye únicamente de buenas conciencias. Un país (un gobierno) adopta decisiones de acuerdo a intereses concretos. Si Francia y Alemania no han decidido unirse a la cruzada bélica no es simplemente porque son hermanas de la caridad. Es muy probable que sus intereses económicos, territoriales, energéticos y políticos hayan definido su postura. Esto no está mal ni mucho menos, pero hay que resaltarlo.

En cambio para el ciudadano común, para el individuo, sus convicciones éticas y morales, su “conciencia” puede tener mayor peso en sus decisiones (independientemente de que también pensamos en términos económicos y políticos: ¿Subirá la gasolina si hay guerra? ¿El precio de los discos)

Es difícil reforzar un comportamiento movido por razones “morales” si no lo enfocamos adecuadamente. ¿Podemos detener esta guerra? No sabemos. ¿Podemos aplazarla? Sí que podemos, lo estamos haciendo. ¿Cómo? Aquí está el mensaje importante para los hijos de la desesperanza aprendida.


Las marchas no bastan

Así se titula el artículo de Naomi Klein aparecido este domingo en La Jornada. Klein, joven periodista canadiense experta en relacionar los acontecimientos macroeconómicos con el comportamiento individual, informa de los comportamientos que organizan los grupos de activistas en distintas partes del mundo: Ciudadanos italianos que se sientan a platicar en las vías del tren (y que de paso bloquean los vagones que transportan armas); trabajadores portuarios que súbitamente se cansan y se niegan a subir cajas con armas a los barcos; un día de “flojera” en San Francisco (“repórtate enfermo en tu trabajo al día siguiente de la primera bomba”)…

Por supuesto, uno no tiene que sentarse en las vías del tren para participar. Lo que ilustramos con esto es que muchas conductas realmente efectivas están a nuestro alcance. La razón es simple: Nosotros determinamos el ritmo de la economía de un país. Somos los consumidores después de todo. Y este poder radica en que en nuestra época es prácticamente imposible que nuestro comportamiento se presente de manera aislada. Si yo dejo de comprar algo, seguramente alguien me preguntará porqué. O porqué nunca lo he comprado. O porqué lo hago. O porqué lo dejo de hacer. Y si mi comportamiento está justificado, si estoy informado y expongo mis razones, puede que éstas caigan en terreno fértil. Y alguien por ahí nos imitará, inclusive sin demasiado esfuerzo propagandístico de nuestra parte. Y entonces las ventas caen, las empresas se preocupan…

En acciones tan simples como descolgar un teléfono, intercambiar información por e-mail, informarse, platicar y debatir del asunto. Estas acciones efectivamente repercuten dado que se interrelacionan de manera prodigiosa en nuestra época. Para construir nuestra autoeficacia falta pues que nos demos cuenta de lo relevante de estas “pequeñas” conductas, y cómo ellas realmente llegan hasta arriba e influyen en las decisiones. Para construir nuestra autoeficacia como ciudadanos podemos comenzar por hacer las preguntas adecuadas, para obtener reforzadores.

El hecho de que nos sintamos parte de esta comunidad de seres humanos que ha aplazado una guerra ya decidida nos da una sensación de victoria. Victoria parcial, pero victoria al fin y al cabo. Y ¿por qué no pensar en el día en el cual podamos pensar directamente que podemos detener una guerra? No por nada muchos activistas alrededor del mundo han adoptado el lema “Piensa Global, Actúa Local”, lema que visto en términos de desarrollo de autoeficacia me parece más que adecuado.


Modas y maneras

Nuevamente Klein nos da cuenta del sentido de oportunidad (oportunismo, creo que se aplicaría aquí) de algunos corporativos. Levi’s Europa ha sacado a la venta un oso de peluche que lleva en su oreja un símbolo de paz. Esto para que algún activista tierno, que no menos despistado e ingenuo, se lo regale a su novia también antibelicista. Me recuerda a los que compran su camiseta del Che.

“Lo puedes abrazar mientras miras las alertas de terror en las noticias”, finaliza Naomi su artículo, “o puedes apagar la televisión, rehusarte a ser un pacifista suave y salir y detener la guerra”.

Pável

México, D.F. 2 de marzo de 2003.
22.20 hrs

Escrito por Pável, 2:17 AM