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25 de Septiembre 1998
Alma
Cuando pienso en Alma me pregunto si no es demasiada tarde, a los veintidós años, dirigirse al Alma, hacerle preguntas, tratar de conocerla. Hasta el momento jamás me pregunté con seriedad por Alma; nunca conté con la disposición para llegar hasta una respuesta que me dejara totalmente satisfecho y tranquilo al respecto. O acaso lo hice y lo he olvidado, y es por eso que afirmo que nunca lo hice. Ahora en cambio me enfrento con la posibilidad que tú me otorgas, con tu posibilidad.
En un principio fuiste una pregunta capciosa, de inmediato fuiste unos ojos y una breve charla en un pasillo. Después te convertiste en un café compartido en el ambiente formal de una conferencia; luego te convertiste en tus propias manos. Salimos del salón porque deseabas fumar un cigarrillo, y mientras lo hacías nos convertimos en silencio. Regresamos adentro. De repente, unas señas, un intercambio de frases escritas. Para hacerte justicia y otorgarle créditos a mi desprestigiada memoria, he de reconocer que siempre fuiste una sonrisa. Eso me ha ayudado últimamente, puesto que me otorga una respuesta clara y agradable para mi incipiente pregunta: ¿Quién es Alma? Alma es, ante todo, una sonrisa.
Ahora me encuentro lejos de Alma, a una distancia que en un principio me resultaba agradable, que me otorgaba una sensación de libertad y nostalgia dulces ante la expectativa del reencuentro. O de la renuncia total. ¿Cuándo pasó por mi mente renunciar a Alma? Mejor, ¿Pasó por mi mente alguna vez renunciar a ella? ¿Me ha servido de algo negarla? Pero no, estrictamente hablando nunca me pareció que la dejara a un lado. Simplemente no hablaba de ella, no pensaba en ella, no le otorgaba ninguna función dentro del espectro de compromisos que tenía en mi vida presente, dentro de la galería de asuntos que tenía que resolver, dentro de la colección de dilemas morales a los cuales tuve que enfrentarme. Sólo quise ser práctico, centrarme en mis objetivos, concentrarme para hacer dichos objetivos directamente observables, claramente medibles. He recibido mucho apoyo de esta manera de pensar, de esta manera de actuar. Siento que he crecido, que puedo ver mis errores de manera madura, que puedo trabajar para construir mi propio presente. ¿Por qué, entonces, ahora pienso en Alma? Si no renuncié a ella, si no la desplacé por completo, es porque no puedo evitar que Alma exista. Aunque no la vea, aunque no la conozca. ¿Puedo vivir sin Alma? ¡Por supuesto! Porque mi nostalgia no está en función de una necesidad, sino en función de una voluntad.
Estos días han sido especialmente asquerosos, nos han traído náuseas y complejidades más allá de nuestro nivel de comprensión, que parecen sobrepasar nuestra capacidad para resolverlas. ¿Quién quiere resolverlas?
No pienso en Alma a causa de estas dificultades, porque sé que puedo enfrentarme a ellas sin Alma. No pienso en Alma a causa de contradicciones cognitivas, ni a causa de crisis de valores, ni por dilemas éticos. Con Alma o sin Alma, siempre lo mejor será planear y actuar.
Estoy pensando en Alma porque simple y sencillamente, me encontraba caminando en el pasillo de un hotel, en una ciudad extraña, cuando Alma se apareció enfrente de mí y me hizo una pregunta. Mi nostalgia, mi curiosidad, está en función de una voluntad: Quiero dirigirme a Alma, hacerle preguntas, tratar de conocerla un poco mejor. Volver a verla.
(Escrito en Mérida, Yucatán)
Escrito por Pável, 1:58 AM