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31 de Diciembre 2003
Rescate del diario y de la epístola
Un verdadero retrato de alguien, tomado desde la perspectiva del continuo e inagotable cambio, de la continuidad y de la incongruencia que causa azoro es el diario personal. El diario como interlocutor y confianza, soporte de la memoria y quizás reflejo de acción; rescate parcial de la vida que de otra manera se negaría a rescatarse a sí misma. De esta especie literaria estamos presenciado una nueva modalidad: el diario público, que no por ello deja de ser íntimo. En algunas modalidades el diario casi se confunde con una profunda, sentida carta. Bien pensado, un diario siempre ha sido una epístola dirigida a un destinatario ambiguo, inaccesible, quizá con un referente real. ¿Quién es este lector ausente y anhelado que parece escudriñar con una mezcla de fascinación morbosa y de sana curiosidad las líneas del espejo? Aún cuando en un diario me dirija a mí mismo, no soy yo (escritor) el que habrá de descifrar la maraña de sensaciones que permanecieron congeladas en la página, sino un yo futuro, diferente; el yo lector que se sorprenderá al salir al encuentro frontal con este presente convertido en pasado irreconocible. ¿Qué podría ser más frustrante que el visitar nuestro pasado y no poder reír ante lo que alguna vez nos hizo llorar, o al menos, estar en la disposición de poder dar vuelta a una página?
Cerrar un capítulo: Uno de los gestos más difíciles. Abrir otro: Uno de los más emocionantes.
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Primera versión: 27 de octubre de 1999.
Publicado originalmente en el número X del Infausto Florilegio, en la primavera del año 2000.
Publicado por Pável 31 de Diciembre 2003 a las 11:59 PM